Hay películas que caen irremediablemente simpáticas, y esta Blockbuster es una de ellas. Rodada con pocos medios pero con empaque profesional, gira en torno al cine, con lo cual nos tiene ya ganados, con un viejo actor que se niega a las sevicias que estos tiempos nuevos le imponen, pero también con un jovenzuelo, el típico cinéfilo erudito que se sabe todas las películas pero es incapaz de seducir a la bella que quiere (dicho sea de paso, un cardo borriquero, intelectualmente hablando). Y lo cierto es que el guión no es precisamente como para darle un Oscar, ni siquiera un Goya, porque Tirso Calero (con ese nombre, Tirso, no tenía más remedio que dedicarse a escribir, aunque no tenga la altura de su tocayo, el apellidado De Molina, el único Tirso famoso de la Historia), porque acumula algunos tópicos no muy nobles, como el novio bravucón de la amada, al que tendrá que enfrentar nuestro protagonista, con el auxilio más bien improbable (y sacado de la manga con desparpajo digno de mejor causa) del viejo actor, en plan renqueante Séptimo de Caballería.
Pero aún así, con todos los tópicos que Calero enhebra con más intuición que saber, lo cierto es que Blockbuster gusta, aunque no sea más que por contar una historia que, a la vista de lo que se hace hoy día, no deja de ser un clásico: casi Ha nacido una estrella, con un viejo astro que se va, una nueva figura que llega (siguiendo la metáfora espacial, éste no llegaría más que a meteorito…), una etapa que se cierra, otra que se abre.
Rodada con parsimonia por un cineasta que se ha fogueado en guiones de series no precisamente esplendorosas (Gran Reserva, Bandolera, Amor en tiempos revueltos), no comete faltas de ortografía, lo cual ya es algo importante en un casi neófito como él, y sobre todo, no pretende contarnos Ciudadano Kane, como tan habitual es en la gente nueva, aunque no parece que Calero, con los antecedentes citados, vaya por ahí; eso sí, a su protagonista, un actor hispano-polaco, Adam Jezierski, con pinta de pagafantas, baqueteado en series como la exitosa Física o Química o la fracasada Cheers (la versión española, se entiende, no la norteamericana), le falta todavía un hervor, como se dice en mi tierra. Nada que ver con los veteranos, que dan una auténtica lección de saber estar, desde Manolo Zarzo, que hace señorialmente uno de los escasos protagonistas de su carrera, hasta Jesús Guzmán, tan deteriorado físicamente pero aún tan lúcido para decir sus diálogos, que saben demasiado a verdad, pasando por un Fernando Esteso que, literalmente, se autointerpreta, un actor cómico que lo fue todo y ahora no es nada, y que aquí, en esta autorrepresentación, consigue alguno de los momentos más sobrecogedores del filme, convertido entonces casi en un documental. Pero sobre todos ellos, qué quieren, me rindo ante una de mis debilidades, uno de los grandes, sino el que más: Luis Varela, sencillamente extraordinario, y en cuya boca cualquier diálogo, por disparatado que sea, suena a verdadero.
He aquí una película pequeña que habla fundamentalmente de ese metafórico mutis por el foro que a todos nos llegará, y que en el caso de los actores, de las actrices, tiene una especial significación: se tuvo una trayectoria, buena o mala, mejor o peor; se vivió como se pudo, como se quiso, tal vez como se supo; se hizo daño, porque nadie está exento de esa culpa, pero también se hizo bien, aunque fuera sobre un escenario, frente a una cámara, incluso haciendo un rutinario spot publicitario. La parca, al final siempre la parca, que nos iguala…
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