Imagínense que en España a alguien se le ocurriera hacer una película sobre Luis Roldán, aquél que siendo director general de la Guardia Civil se llevaba el dinero público a manos llenas, y que, además, el protagonista lo interpretara Juan Echanove o Pepón Nieto (ambos entraditos en carnes, como el que fuera jefe de los tricornios), dos bonachones natos, y que su tratamiento fuera positivo para con semejante "chorizo". ¿No pondríamos de vuelta a media al director, guionista y productores a los que se les hubiera ocurrido semejante disparate? Pues más o menos eso es lo que hace ahora Hollywood, magnificar la vida y ¿milagros? del individuo que, allá por los años setenta, inundó primero California y después todo Estados Unidos con ese polvo blanco que, consumido en "rayitas", es conocido con el nombre de cocaína.
Hacer una hagiografía (vaya, una vida de santo) de una de las personas que, seguramente, más daño ha hecho a la sociedad actual, mientras se tiene por criminal a, por ejemplo, Charles Manson (con "sólo" unos cuantos muertos en su haber...) es otra hipocresía de un cine, el yanqui, que cada vez tiene más perdido el norte. No es la primera vez: ya Warren Beatty tuvo la osadía de poner en escena en "Bugsy" al megalómano y sanguinario matarife que imaginó ese paraíso infernal de oropel y neón que es Las Vegas. Ahora Ted Demme hace lo propio con este camello que empezó ya adolescente con el tráfico de marihuana, para convertirse pronto en el mayor suministrador de "perico" de los USA. Y lo ¿gracioso? es que lo dan como una hazaña... Se aprecia el esfuerzo del director, retratando un al parecer idílico tiempo, los sesenta y setenta, en el que el hachís y la "farlopa" corrían a sus anchas sin que, al parecer, la "pasma" (ya que estamos con el argot quinqui) se diera por enterada. Y después dice nuestra Penélope Cruz (histérica hasta la náusea en casi todo su escaso metraje) que no se presenta la droga con "glamour". ¿Habrá visto esta chica otra película que la nos exhiben en España? Para acabar con el cuadro, el papel del odioso camello se lo confían al seráfico Johnny Depp, con lo que completan el inicuo proceso de identificación del espectador con el villano. Eso sí, nuestro Mollà está estupendo, es lo mejor del filme. Poca cosa es, si lo comparamos con el esfuerzo (inaudito y digno de mejor causa) de contarnos la vida de este ramplón mercachifle dedicado al comercio de la muerte.
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