Raoul Walsh fue un interesante cineasta yanqui que no vio reivindicada su obra por los críticos hasta prácticamente algunos años antes de su muerte. Walsh fue uno de los pioneros del cine, en el que debutó en 1913, no retirándose hasta 1964 con Una trompeta lejana. En esos cincuenta y un años hizo casi de todo, pero sobre todo “westerns”, en los que fue un consumado maestro, con títulos míticos como Murieron con las botas puestas. Pero también consiguió excelentes muestras de cine negro, como Los violentos años veinte o El último refugio, ésta con Bogart, o bélicas como Objetivo Birmania, e incluso aventuras puras, como El hidalgo de los mares, con Gregory Peck.
Camino de la horca bebe directamente en las fuentes del mejor “western”. Un sheriff y su ayudante impiden el linchamiento de un acusado de asesinato, y se encaminan hacia el pueblo en el que habrá de ser juzgado. El padre del asesinado no se contentará y tenderá una emboscada a tan precaria caravana.
Walsh dirigió con mano de hierro esta obra sencilla pero muy bien contada, con todas las constantes del Oeste, en un bellísimo blanco y negro. Al buen resultado del filme contribuye la excelente interpretación de un Kirk Douglas en su mejor momento físico, uno de los actores con más carisma de su generación. Le acompaña, en un papel más o menos episódico, la hermosa Virginia Mayo, cuya película más representativa fue La vida secreta de Walter Mitty. El conjunto es una obra muy entretenida, muy clásica, en la mejor tradición del género de los años cincuenta.
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