Prosigue la racha de terror para adolescentes, revitalizado por sagas como las de Screamy Sé lo que hicísteis el último verano. El nivel de este Cherry Falls no puede decirse que sea superior al encefalograma (semi)plano que es habitual en el subgénero, aunque a este modesto producto de clara serie B, por no decir Z, cabe, al menos, reconocerle la ausencia total de pretensiones y su evidente vocación de pasatiempo inane, destinado a poner en ebullición las ya de por si movidas hormonas de la chiquillería (con cuerpo de adulto pero mente de críos) a la que va dirigida.
El desconocido Geoffrey Wright orquesta con cierta habilidad esta historia que bebe sin recato (o plagia, según se quiera) de fuentes tan dispares como los títulos ya citados, más otras sagas anteriores de semejante jaez (Viernes 13, Pesadilla en Elm Street, incluso La noche de Halloween) y hasta de clásicos (éstos sí) indiscutibles del género, como la gran Psicosis.
No sería justo no reconocer también que el callejón sin salida al que aboca el asesino en serie de turno (que mata a jóvenes de ambos sexos que aún conservan el himen, o su equivalente teórico en el varón, cualquiera que éste sea) es infrecuente en el cine yanqui, siempre tan conservador: desvirgado o muerto, resulta ser la máxima de las jóvenes huestes, a cuyo toque de rebato hormonal responden con un previsible furor uterino (¿o era puterino?). Lástima que, conforme a los mandamientos de ese dios demediado y mentecato llamado Lo Políticamente Correcto, lo que se supone es una bacanal en toda regla aparece en la película como una panda de mocosos en calzoncillos, bragas y sostenes, lo más antierótico que se haya filmado en el mundo desde la Canción de cuna de Garci. ¡Pues vaya orgía!
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