Esta película está disponible en el catálogo de Netflix, plataforma de Vídeo Bajo Demanda (VoD).
Liz Garbus es una cineasta norteamericana que se ha hecho un nombre como reputada directora de documentales, tarea en la que se inició profesionalmente a finales del siglo pasado, habiendo sido nominada al Oscar por dos de ellos, Farm: Angola, USA (1998) y What happened, Miss Simone? (2015). Ahora debuta en la realización de largometrajes de ficción con este Chicas perdidas, en el que, sin duda, se aprecia su tono documentalista, en una historia lacerante basada en hechos reales, sobre los que Robert Kolker publicó el libro Lost girls: An unsolved american mistery, que ha tomado como base Michael Werwie para el guion.
La acción (real, como decimos) se inicia en 2010 en la pequeña población (poco más de 4.000 habitantes) de Ellenville, en el condado de Ulster, en el estado de Nueva York. Allí (sobre)vive Mari Gilbert, madre en torno a los cincuenta, que tiene tres hijas: Shannan, mayor de edad, emancipada y cuyos elevados ingresos (de procedencia ignota...) ayudan a sostener la precaria economía familiar; Sharre, una quinceañera extremadamente sensible, que se siente abandonada emocionalmente por su madre e idolatra a su hermana mayor; y Sarra, pre-adolescente problemática en tratamiento psiquiátrico. En ese contexto, Mari se entera de que su hija mayor, Shannan, ha desaparecido: se pone en contacto con la Policía, pero allí le dan largas; inicia entonces toda una cruzada intentando saber qué ha pasado con su hija. Su tenacidad será determinante para que en la zona en la que Shannan desapareció se encuentren varios cuerpos de chicas jóvenes...
Tiene Chicas perdidas un problema, y no es otro que el hecho de que Garbus, reputada documentalista, no tiene las mismas tablas sin embargo como directora de ficción (aunque se trate de una ficción basada en lacerantes hechos reales), en la que se estrena aquí. Tampoco ayuda mucho que el guion sea un tanto errático, disperso, con lo que la puesta en escena, a ratos, deja que desear, un tanto acartonada, premiosa y redundante. Con todo, Chicas perdidas es una película que te gana por su tema, por la acerba denuncia (sin embargo apenas maniquea) sobre la desidia y la inepcia de la Policía del lugar, que no prestó atención a un tema criminal por el mero hecho de que la desaparecida, y después las chicas encontradas, ejercían el oficio más antiguo del mundo, según la tópica frase hecha. Ese desprecio hacia las chicas por su profesión se revela en toda su dimensión en la frase que un execrable policía le espeta a su atribulado jefe: “¿quién dedica tanto tiempo a encontrar a una puta?”.
Tampoco carece de interés el retrato de la familia protagonista, con una madre coraje que, sin embargo, tampoco es tan ideal ni tan heroica, habiendo entregado a su hija mayor a la protección del estado cuando se creyó incapaz de sacarla adelante; con una hija adolescente abandonada emocionalmente por su progenitora, buscando entonces en su idolatrada hermana mayor el consuelo que no recibe de su madre; y la hija pequeña, con un batiburrillo de problemas psíquicos, probablemente a causa de su desestructurada familia.
Con un tono marcadamente realista, con frecuencia oscuro y lóbrego, el film denuncia la inacción de las autoridades cuando las víctimas pertenecen a una clase social de extracción baja, cuando su consideración en la sociedad es prácticamente nula. Esta sobria y modesta producción se apoya también en insertos de informativos televisivos que ayudan a progresar la trama, la infatigable lucha de una madre que, quizá, deseaba encontrar su propia redención en la búsqueda incesante de la hija a la que no supo ayudar a crecer, a ser una persona corriente, normal. En ese sentido, la película no es nada complaciente con la protagonista, algo tanto más apreciable cuanto que la persona real sigue viviendo y, evidentemente, ha contribuido con su testimonio a la realización del film, apareciendo al final del metraje con su propio testimonio.
No es Chicas perdidas una película deleznable, ni mucho menos: solo lo que denuncia ya tiene valor por sí mismo; lástima que Garbus, tan buena documentalista, no tenga todavía el “punch” necesario, el pulso preciso como realizadora de productos de ficción, aunque sean tan próximos a la realidad como esta lacerante película.
Notable trabajo de Amy Ryan al frente del reparto, una veterana actriz no demasiado conocida (aunque estuvo nominada al Oscar por Adiós, pequeña, adiós, de Ben Affleck), pero que insufla verdad, autenticidad, a un personaje en absoluto de una pieza, una madre con problemas de toda laya, también con sus propias culpas, pero que, llegado el momento, supo hacer lo correcto, contra toda esperanza. Y la que también está espléndida es la jovencísima Thomasin McKenzie, que descubrimos en Jojo Rabbit, donde ya estaba estupenda; pero aquí demuestra una increíble capacidad para sufrir y, sobre todo, para transmitir ese sufrimiento al espectador. Gabriel Byrne es el único actor de renombre del elenco, si bien es cierto que el actor irlandés ya hace tiempo que dejó de estar en el candelero.
(16-03-2020)
95'