El cine islandés es quizá el menos conocido de los nórdicos, entendiendo por estos (además del cine hecho en Islandia) los de las nacionalidades noruega, sueca, danesa y finlandesa. Pero no carece de interés. No es muy numeroso (quizá en un país de poco más de trescientos mil habitantes eso no sería posible), pero sí tiene de vez en cuando filmes estimulantes. Varios de ellos están vinculados a la productora Blueeyes Productions, que ha estado detrás de los proyectos cinematográficos islandeses más conocidos fuera de su país en los últimos tiempos, casi todos con Baltasar Kormákur dentro, ya sea como director, productor o actor (véanse filmes como Reykjavik-Rotterdam o su secuela norteamericana Contraband, o el thriller Las marismas).
Esta productora es también la responsable de esta muy interesante Corazón gigante (Fúsi en su original, el nombre del protagonista), un drama con irisaciones de comedia, la historia de un cuarentón de tamaño XXL, grande como un oso, pacífico como un koala, noble como un perro, por decirlo todo con símiles animales. Es también lo que generalmente se da en considerar un bicho raro, un friqui, un hombre que sigue viviendo en casa de su madre cuando ha rebasado los cuarenta años, sin novia ni vida sexual digna de llamarse así, cuyo único hobby resulta ser la pueril recreación de batallas de la Segunda Guerra Mundial, que representa en su casa en un tablero como de Monopoly pero a lo bestia, con sus tanques y sus soldaditos de plomo, aunque a lo mejor son de plástico. De esa vida plácida pero amuermada le sacará una incipiente relación con una chica, también ya talludita, también solitaria, con problemas de autoestima y clara tendencia a la depresión y a la autodestrucción. En ese contexto, el friqui habrá de mostrar que su tamaño de elefante se corresponde, también, con el de su corazón…
Película hermosa y callada, tiene en su seguimiento amable y silente del protagonista sus mejores armas, un protagonista que nunca lo hubiera sido de película alguna, y ésa es otra de sus virtudes, poner en el centro del escenario al diferente, a la persona a la que la sociedad tiene miedo, a quien, por sus raras costumbres, se considera un peligro potencial. Tremendo el momento, entre cómico y trágico, en el que la coprotagonista, cuando Fúsi la deja por primera vez en su casa llevándola en su vehículo, le espeta, entre bromas y veras, “gracias por no matarme”.
Dagur Kári es un cineasta de todavía escasa carrera como director. Tiene buenas maneras, sabe contar su historia con fuerza callada: las emociones bullen sin que apenas afloren, pero están ahí. El friqui se demostrará finalmente como el mejor de todos, el más generoso y amable, el más noble, el más humano. Y todo ello sin cargar las tintas, simplemente con sus acciones; Kári no se dedica a subrayar, sino a mostrar, a presentar su historia, pequeña en cuanto a lo que sucede, grande por cuanto supone. Al lado del friqui, todos palidecen: la egoísta madre, celosa de perder a su chico-para-todo; la incipiente novia, cuyo carácter veleta le dará al protagonista los mejores y los peores momentos de su vida; los compañeros de trabajo, un hatajo de canallas disfrazados de bromistas, en el fondo la hez de la Tierra; el padre de la niña con la que juega este inocente gigante wildeano, que le cree, prejuicioso, el pervertido que no es.
Gran trabajo del protagonista, un Gunnar Jónsson cuyo físico, evidentemente, le condiciona de forma importante, habiendo interpretado generalmente papeles secundarios en su ya bastante dilatada carrera. Aquí actúa desde el interior, un hombre que se sabe distinto y al que la vida parece ofrecer la oportunidad de ser normal, aunque finalmente resulte que los anormales son, como temíamos, los demás…
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