La música “country” goza de gran predicamento en la sociedad USA, y aunque en el resto del mundo apenas si la conocemos (aunque es de justicia reconocer sus virtudes: notable ritmo, bonitas letras, bucólicas historias), en su país de origen es relativamente frecuente que se lleven al cine argumentos que giran en torno a este peculiar ritmo. A vuela pluma podríamos recordar algunos títulos como Quiero ser libre o Dulces sueños, sobre las auténticas cantantes Loretta Lynn y Patsy Kline, respectivamente (curiosamente, la segunda aparecía también en la primera película, en un papel secundario). Otras historias “country” no son biográficas sino inventadas por el guionista de turno, como en el caso de Tender mercies, que ganó un Oscar para un magnífico Robert Duvall (perdón por la redundancia…) en el papel protagonista y otro para el guión.
Corazón rebelde bebe de esos veneros, presentándonos la historia de un cantante que lleva casi cuarenta años en la carretera, cuyo mejor momento ya pasó, y que ahora sobrevive como puede de garito en garito, mientras su salud se va al garete: alcohólico, tabáquico, colesterólico, y otros cuantos “ólicos” más, en una vida que se le escapa por el sumidero pero que, curiosamente, le ha dado materia prima para escribir hermosas canciones de perdedor.
En ese momento de su vida en el que lo que queda es el último y tan pavoroso recodo, este hombre encontrará una nueva ilusión en una periodista, madre soltera, mucho más joven que él, con quien concibe tener una vida distinta a la que hasta entonces había llevado. Pero su incapacidad para dirigir su propia existencia le hará imposible tener una vida al uso, y entonces sólo podrá escapar con remedios radicales.
Hermosa en su pintura crepuscular, la primera película como director del actor Scott Cooper resulta ser una bella, triste elegía sobre los artistas de la farándula, llámense cantantes “country” o cualquier otra manifestación artística. De vida tirada, sin embargo será esa misma vida llena de excesos y esa misma vida pletórica de fracasos sentimentales la que les proveerá de excelsa munición creativa para imaginar canciones que hablan de desamor y de morder el polvo. No parece una primera película como director: Scott Cooper ha sabido beber de buenos veneros, y el tono del filme es medido, íntimo, casi pudorosamente cristalino, a pesar del tema, o quizá precisamente por ello.
Por supuesto, gran parte del mérito de esta notable película estriba en la matizadísima composición que Jeff Bridges hace del protagonista, un personaje con un punto excesivo, baqueteado en mil y una batallas, que ve como su delfín se ha encaramado en lo más alto de la fama de la música “country”, mientras él se desangra artística, vitalmente, en tugurios de mala muerte para sobrevivir y sobrevivirse.
Buen trabajo también de su “partenaire”, una Maggie Gyllenhaal que físicamente recuerda mucho a otro rostro peculiar del cine yanqui, Sally Field. Como personajes secundarios aparecen gente de primera fila, como un Colin Farrell bastante convincente en su rol de estrella del “country”, y sobre todo el gran, grandísimo Robert Duvall, amigo íntimo del director, a cuya sombra está claro que ha crecido este Scott Cooper al que habrá que seguir la pista, porque la sensibilidad desarrollada en esta hermosa película no es habitual en estos tiempos descreídos y plastificados.
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