Pelicula: Decepcionante. Así es, aquellos que vayan al cine buscando la maestría que Ang Lee derrocha en el resto de su filmografía se encontrarán con una comedia insípida y a veces hasta interminable sobre los preparativos del legendario festival de Woodstock. La película, basada en el libro autobiográfico de Elliot Tiber, cuenta la historia de un joven decorador neoyokino, que subyugado por un tiránico cordón umbilical, intenta sacar a flote el ruinoso motel de sus padres, convenciendo a los organizadores de Woodstock de que White Lake es el lugar idóneo para montar el festival. Ésa es la anécdota, ya en sí bastante sosa, la verdad; la cuestión es que Ang Lee no es capaz de sacar partido a los entresijos de aquel fenómeno histórico para hablarnos de la América más profunda como ya hiciera en “La tormenta de hielo” o en “Brokeback Mountain”. Quizás sea esta moda de rescate nostálgico a lo “Cuéntame” la que está detrás de tan fallido proyecto y que tampoco tenga mayores pretensiones que el retratar a unos cuantos hippies invadiendo un bienpensante pueblo con su amor libre, sus ácidos y su buen rollo, pero el resultado no acaba de convencer. Los personajes son planos, inocuos y simplemente pasan por allí, al igual que las hordas de colgados que peregrinaron hasta White Lake buscando música, paz, amor y de paso también algunas drogas; y hay demasiado buen rollo, tanto que a veces hasta resulta empalagoso. Ang Lee peca de una flagrante ingenuidad a la hora de filmar un acontecimiento que como Woodstock podía poner de manifiesto todas las contradicciones de una época y de un país que si algo lo caracteriza (entonces y ahora) es el permanente conflicto entre el conservadurismo más rancio y aquellos que siempre están dispuestos a dinamitarlo, esa otra América, que también existe, pero que a veces parece invisible, oculta tras la Asociación del Rifle, el pastel de manzana o engendros como George Bush. Woodstock, evidentemente, no cambió la historia pero sí se convirtió en un símbolo de esa ruptura entre las dos Américas. Y en esta película apenas aparecen esbozadas tanto una como otra, quedándose en la mera anécdota del desencuentro generacional e ideológico, no va más allá. Insuficiente Ang Lee; sobre todo después de magníficas obras como “Brokeback Mountain”, “Deseo, peligro” o “Sentido y sensibilidad”, este Woodstock nos deja fríos. Quizás Lee no conozca el cine de Berlanga pero si hubiera visto a Pepe Isbert cantando las coplillas de las divisas probablemente no se hubiera resistido a hacer una especie de “Bienvenido Mr. Marshall” a la americana, pero sin duda le falta la mala leche que le sobra al valenciano. Aquí también tenemos a unos aldeanos que fantasean con “pegar el pelotazo” con el festival y que aprovechan cierta coyuntura histórica para amortiguar sus propias miserias personales… en fin, la intrahistoria, que decía Unamuno. Pero el director taiwanés desaprovecha la ocasión de retratar las mezquindades y avaricias que rodearon al negocio Woodstock (no lo olvidemos, el dinero siempre está detrás, aunque lo disfracen de buen rollo), así como la hipocresía y las contradicciones de una sociedad tan esquizofrénica como la americana. Lee pierde la oportunidad de hacer una demoledora radiografía de Estados Unidos y se decanta por una especie de cuento de hadas (con final feliz y psicoterapia familiar incluidos) que no nos dice nada, se queda en la superficie e incluso nos ofrece unas cuantas escenas de psicodelia gratuita (¿quizás para rellenar metraje a falta de trama?), para que aquellos temerosos de los efectos lisérgicos, y que fuman sin tragarse el humo, experimenten el LSD. En fin, absolutamente prescindible, y eso a pesar de contar con un buen casting, desaprovechado en unos personajes sin mucha carne, entre los que sobresale una genial Imelda Staunton en el papel de madre posesa por la racanería y la mezquindad. Ni siquiera tenemos el consuelo de contar con una banda sonora que rememore las actuaciones de Joplin o Hendrix en el escenario, el cual sólo veremos de lejos como la mayoría del medio millón de personas que acudieron al festival. A medio camino entre el documental (sin ser documental) y la comedia sin gracia (con muy poca al menos, quitando la contribución de Staunton), al final de la película el espectador queda un tanto defraudado quizás por las expectativas que genera la firma de un director como Ang Lee, autor de una filmografía casi impecable, desde sus primeras producciones taiwanesas como “El banquete de bodas” o “Comer, beber, amar”. Tendremos que esperar a su próximo filme a ver si remonta este bache; al fin y al cabo, como decía Osgood, “nadie es perfecto”.

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110'

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Destino Woodstock - by , Oct 05, 2009
1 / 5 stars
Bienvenido Mr. Woodstock