Esta película está disponible en el catálogo de Netflix, plataforma de Vídeo Bajo Demanda (VoD).
Daniel Sánchez Arévalo (Madrid, 1970) ha sido una de las más agradables sorpresas del cine español de este siglo XXI. Nacido de una pareja de artistas, el dibujante e ilustrador José Ramón Sánchez (famoso, entre otras cosas, por ser el autor de los populares carteles idílicos de la campaña del PSOE de 1982, que llevó a Felipe González al poder) y la actriz Carmen Arévalo, además de hijastro del también actor Héctor Colomé, estudió cine en la prestigiosa Universidad de Columbia, en Nueva York, empezando como guionista en populares series televisivas como Farmacia de guardia (1995) y Hermanas (1998), para pasarse luego a la dirección a principios de siglo, primero con varios cortometrajes y después con su debut en el largo, Azuloscurocasinegro (2006), que llamó poderosamente la atención, hasta el punto de conseguir tres Goyas, uno de ellos para él como Mejor Director Novel.
Su carrera posterior ha confirmado su calidad y su cercanía a temas de actualidad, a temas de gente corriente, siempre con un asunto capital, la familia y sus conflictos, que suponen siempre el eje sobre el que pivotan sus historias, tanto en su debut como en las posteriores Gordos (2009), Primos (2011) y no digamos en La gran familia española (2013), que lleva ese tema incluso al título. Después Sánchez se ha tomado un respiro en su actividad como director de cine para ensayar otras actividades artísticas, desde novelista a director teatral.
Ahora, bajo los auspicios de la todopoderosa Netflix, vuelve al cine con esta Diecisiete, que se sitúa en nuestros días, en la comunidad autónoma de Cantabria. Allí conocemos a Héctor, un chico de 17 años (de ahí el título) que se hace con una moto mediante un “puente”, entra en un centro comercial y, cuando ya han cerrado, se escapa con un calefactor, siendo perseguido por un guardia de seguridad que, en la refriega, se cae y resulta herido grave. Detenido Héctor y puesto a disposición del juzgado de menores, la jueza lo envía a un centro “ad hoc”, regalándole un código penal para que sepa qué le espera cuando llegue a los 18 años, a la mayoría de edad, si persiste en su conducta de inadaptado. Pero en el centro de menores a Héctor tampoco le va demasiado bien, hasta que, dentro de la terapia para los internos, traen a unos perros de la protectora de animales; él se encariña con uno, al que llama Oveja...
Como decíamos, estamos de nuevo ante una película sobre la familia, en este caso compuesta por dos hermanos huérfanos, uno mayor de edad, Ismael, que sobrevive como puede en una autocaravana, al que su novia ha dejado por un asunto sobre el que no deben hacerse “spoilers”; el otro es menor de edad, Héctor, que cae una y otra vez en la pequeña delincuencia, aunque casi siempre sea para ayudar a su abuela, la tercera parte de esta atípica familia, que cuidó de los dos huérfanos cuando eran pequeños y que ahora espera la muerte en un asilo. Esa familia fracturada, en la que los dos hermanos tienen entre sí fuertes recelos, se irá recomponiendo paulatinamente en la “road movie” que finalmente resulta ser la película, irán restañando las heridas de la vida que han ido recibiendo, e incluso realizarán una curiosa transferencia de actitudes, de tal forma que el díscolo se irá volviendo poco a poco sensato, y el legal termina siendo mucho más laxo en su anteriormente rígido cumplimiento de las normas.
Ese sensible, sutil acercamiento entre los hermanos que no se soportaban es, quizá, una de las mayores virtudes de este film sin ínfulas, que habla de gente de a pie, de gente corriente, que entenderá que para aprender a vivir, hay que necesariamente aprender a perder, a gestionar el fracaso. Elegantemente filmada por un cineasta que hace tiempo que es ya uno de los más finos estilistas del cine español, es también una película llena de temas interesantes: el bien y el mal y su relatividad; la posibilidad de redención a partir del amor sin límites ni condiciones de los animales; el sentido común como el menos común de los sentidos; la necesidad de comprometerse, con la familia, con la persona amada, con la futura prole; la capacidad del ser humano de bordear la ley cuando la sangre llama; la posibilidad de controlar la furia desmedida e inútil de la adolescencia; la perentoria obligación de honrar a los difuntos; la necesidad de hablar de la muerte sin dramatismos, y otros muchos, introducidos sin forzar nunca la máquina en esta película pequeña pero humanamente tan reconfortante. También habrá momentos de fuerte voltaje emocional, como la escena de los Whatsapp enviados a la novia de Ismael, que percuten en el corazón y revelan mucho más que un montón de flashbacks.
En el apartado interpretativo, Daniel ha contado con dos jóvenes actores aunque ya baqueteados; sin embargo, Biel Montoro, que hace del adolescente, nos parece un actor muy limitado, con solo dos registros, enfadado y muy enfadado. Mejor nos ha parecido Nacho Sánchez, que hace de su hermano, un intérprete de ya larga trayectoria teatral, a pesar de su juventud, que se funde, casi literalmente, con su personaje.
(19-12-2019)
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