André Kadi es un cineasta especializado en animación en 2D, muy volcado en el lacerante tema de los refugiados, estando afincado en Quebec, Canadá, desde hace varios lustros. Antes de este largo había grabado varias series televisivas, todas también en el formato de animación analógica, siendo el antecedente directo de este film la serie titulada Dounia (2020), que ganó un premio en el festival Cinema Jove de Valencia; en aquella serie trabajó con la artista siria Marya Zarif como guionista, nacida en Alepo y exiliada también en Canadá; ahora, ya en el largometraje, ambos comparten las labores de dirección, siendo probable que Zarif ponga la parte más artística y creativa (que le es propia por su profesión de dibujante y pintora) y Kadi la parte técnica, la del profesional con experiencia en el dibujo animado.
En la historia que se nos cuenta, conocemos a un chico y una chica, ambos árabes; él le recita poesías. Ese día se abren los pistachos, él le da el primero a ella, a la que llama su princesa de Alepo. Nueve meses después era primavera en Alepo, una ciudad muy antigua en la que hacen mermelada de rosas; la protagonista nació ese día; la madre, con los dolores del parto, dio un grito tan fuerte que hizo repicar las campanas. A la bebé la llamarán Dounia, “el mundo”. La madre enferma cuando la niña tenía dos años, muriendo poco después. Dounia será criada por la abuela, que la enseña a cocinar deliciosos platos sirios. El Ejército sirio, de noche, detiene al padre: nunca más lo volvieron a ver. Las cosas se ponen feas para la familia de Dounia…
Con un dibujo premeditadamente infantil, poco realista, muy naif, la película es ciertamente muy agradable de ver. Aunque lo que se cuenta es atroz, las penalidades de una familia que vive en una guerra de décadas (iniciada en 2011, en este 2024 en el que escribimos no ha terminado ni hay visos de ello), y su durísimo periplo por Asia y Europa hasta llegar a su nuevo hogar en Canada, en América, con una cultura y unas costumbres desconocidas para ellos. Pero los directores huyen de dar una visión realista, y mucho menos tremendista, de esa verdad; voluntariamente muy alejada de la realidad, presenta una visión muy edulcorada del exilio al que fuerza la guerra, pero es comprensible al ser un producto cuyo público objetivo son los niños.
Por esa circunstancia, la película tiene una moderada vocación optimista, reforzada por elementos como los mensajes humanistas del abuelo de Dounia, que buscan, y lo consiguen, mantener el buen ánimo de la niña ante las adversidades; también ayuda el tono modestamente poético de la narración. De esta forma, la película resulta ser muy imaginativa, también muy fantasiosa sobre cómo superar los obstáculos en la emigración, con elementos fantásticos de cuentos infantiles, como las semillas mágicas que utiliza Dounia cuando están en dificultades, con escenas como la del campamento de refugiados en Turquía, en la que las penalidades de tan duro trance, por mor de esas piezas maravillosas lo tornan todo en algo cálido y luminoso que llena de luz y alegría el reducto donde se apiñan aquellos que buscan una vida mejor para sus familias.
Pespunteada por frecuentes canciones en francés y árabe, a veces limitadas a solo unas estrofas, esas deliciosas canciones, a veces casi unas nanas, se alternan con hermosas músicas y ritmos arabizantes, en una película cuyo tema principal quizá sea la metáfora que le cuenta el guitarrista que acompaña a la familia de Dounia en su viaje al exilio, cuando habla de las dos necesidades del ser humano relacionadas con la madera, la del barco de viajar, y la del árbol de echar raíces.
Un rótulo final, ya evidentemente dirigido más a los padres que a los niños, nos avisa de que seis millones de sirios han emigrado del país por la guerra y otros seis millones se han desplazado al centro de Siria por la misma razón: una auténtica locura…
(02-06-2024)
70'