Sigue el cine norteamericano confundiendo la gimnasia con la magnesia, dando efectos especiales cada vez más sofisticados con guiones cada vez más tontainas. Como muestra vale este botón, una draconiana simpleza perpetrada con el único objetivo de ofrecernos la octava maravilla de la infografía, un dragón que no sólo vuela y arroja fuego por las narices, como está mandado, sino que además habla y tiene un corazón que (literal y figuradamente) no le cabe en el pecho, razón por la que da la mitad a un déspota al que luego habrá de enfrentarse, como era de esperar.
Porque todo en el filme es, en efecto, de prever, dentro de un guión hecho a base de retales de otras historias fantásticas, en el que sólo resulta relativamente original la amistad entre el caballero de turno y el draconiano sujeto, éste último lo único que realmente merece la pena del filme, por su humanidad (¡y hablamos de un bicho virtual!), sabiduría y cierta capacidad irónica. Todo lo contrario que el villano de turno, un rey más malo que pegar a un padre con un calcetín sudado. Total, un insulso tebeo infográfico que sólo crece cuando el dragón llena (en sentido estricto...) la pantalla.
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