Jerry Lewis debutó como director en el cine con este filme que dio ya la medida de sus grandes posibilidades. El botones es el paradigma del humor lewisiano: Stanley es el botones más manazas del más lujoso hotel de Miami. Su voluntad de trabajo es inquebrantable, pero los resultados de su esfuerzo son siempre un desastre.
Estamos ante una notable obra sobre la locura de la sociedad moderna, entregada a un frenesí tecnológico y de lujos desmesurados, visto todo ello por un pobre infeliz épicamente trabajador pero despreciado por casi todos. Todo ello con el peculiar humor del cineasta norteamericano, basado fundamentalmente en una capacidad inmensa para gesticular y liarse con cualquier cosa mínimamente compleja. Una obra para reír, pero también para pensar.
No deja de ser curioso que, según cuentan los que le conocen, Jerry Lewis sea, en la vida real, todo lo contrario de lo que parece ser en sus películas. Conforme a esa maldad, Martin Scorsese le hizo autointerpretarse en El rey de la comedia, donde aparece como lo que es, un tipo hosco, permanentemente malhumorado, pagado de sí mismo y que desprecia al resto del mundo; para que luego no digan que el cine no es el arte de mentir con verosimilitud, como sostengo hace años… A pesar de ello, el talento del soberbio Jerry es grande, y sus películas merecen la pena.
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