Alguna vez habrá que glosar como se merece el venero (que más que afluente es como el río Amazonas...) que supone Alejandro Dumas padre (el hijo también, pero menos) en cuanto al cine y la televisión, aportando una copiosa materia argumental con la que el audiovisual ha hecho, a lo largo de la Historia del Cine, una abundantísima filmografía basada en sus historias. Solo diremos que, a la fecha de estas líneas, la IMDb censa casi 340 productos audiovisuales basados ya rigurosa, ya libremente, en la obra dumasiana. Una de sus novelas que más se ha versionado al cine o la televisión (además de, por supuesto, Los tres mosqueteros) es El conde de Montecristo, donde Dumas perfiló el arquetipo del hombre noble al que la perfidia de la gente a la que quería convirtió en el epítome del hombre sediento de venganza a la vez que amargado de por vida por su triste destino.
El conde de Montecristo, según la misma fuente citada, ha dado lugar, desde la primera versión que se rodó en 1908, en pleno cine mudo, a un total de cuarenta adaptaciones, algo normal si tenemos en cuenta que se trata de una de las grandes novelas de la literatura popular de todos los tiempos. El cine francés, junto a su aliado natural, Bélgica, han sido los promotores de esta nueva y ciertamente estimable versión, que nos ha hecho tener que guardar nuestros prejuicios (“¿otra vez el Conde de Montecristo? ¡Qué pesadez!”) para otra ocasión. Porque la verdad es que esta nueva adaptación dumasiana, no aportando nada nuevo, sin embargo resulta una versión límpida, clara y bien contada de la aventura que todos conocemos (las nuevas generaciones menos, claro), con lo que ya tiene un buen trecho del camino ganado: no inventar, no hacer virguerías autorales, sino narrar la historia de forma que se entienda, pero también que emocione, que haga vibrar, que genere la necesaria adrenalina en los momentos adecuados: casi nada...
La historia, por supuesto, es superconocida, pero por si acaso la comentaremos someramente: estamos en 1815, durante la crisis napoleónica que desembocaría en el final del emperador tras ser derrotado en Waterloo. Conocemos a Edmundo Dantés, un joven oficial de marina que salva a una mujer que se ahogaba en el mar en un naufragio. Ya en Marsella, su tierra, vemos que Dantés está muy ilusionado ante su próximo enlace con Mercedes, prima del adinerado Fernando de Morcef, para cuya familia trabaja el padre de Dantés como mayordomo. Fernando está secretamente enamorado de Mercedes, y aunque es amigo de Edmundo, decide sacrificarlo para ser él quien se case con su prima; le tiende una trampa, contando con amigos influyentes, y Dantés es apresado en la ceremonia de boda, acusado de ser agente de Napoleón; aunque Morcef parece interesarse por él, lo que hace es conseguir que lo despachen hasta una cárcel en medio de la nada, en el castillo de If, donde Edmundo es encerrado sin saber por qué...
Los directores, Matthieu Delaporte y Alexandre de la Patellière (este, por cierto, hijo de Denys de la Patellière, director de cine de largo recorrido durante el siglo XX), proceden del campo del guion, en el que ambos son expertos; en la dirección tienen un recorrido bastante más escaso, siempre en comandita. Con esta nueva versión dumasiana ambos se han graduado con nota, siendo una adaptación que ha concitado gran aceptación entre el público (más de 9 millones de entradas vendidas en Francia, y más de 2 millones fuera del país) y la crítica (96% de críticas favorables en el agregador de reseñas más importante del mundo, Rotten Tomatoes). Lo cierto es que, efectivamente, nos parece que este El conde de Montecristo cumple con las dos normas que debería exigírsele a una adaptación de un clásico, que serían respeto y, a la vez, actualización. Ambas están aquí: la historia es, a grandes rasgos, la misma imaginada por Dumas padre, pero también está actualizada, eliminando líneas y personajes superfluos y centrándose en la historia de la emboscada, la fuga del penal y la ulterior venganza, con todas las complejidades sentimentales que ello conllevará, al estar de por medio la amada que, sin embargo, se dejó (con)vencer por el que no sabía que era el causante de la desgracia de su futuro esposo, pero también derivadas emocionales descomunales, como ese a la vez hijo de la amada y de su traidor, por el que el protagonista sentirá el doble sentimiento del amor y el odio.
Estamos ante una costeada versión, con amplios medios económicos y humanos, en una suntuosa película que, sin embargo, no hace ostentación alguna de los elevados recursos con los que se ha contado, en una adaptación filmada con elegancia, en la que se aprecia que los directores, aunque relativamente noveles como tales, han “mamado” cine desde muy jóvenes y saben qué es lo que hay que hacer para dar a la vez espectáculo y arte, cosas que no siempre son fáciles de conjuntar.
En este sentido, la película se revela pronto como una versión clara y directa, quintaesenciada, sin recovecos ni dobleces, yendo al tema, sin digresiones que pueden estar muy bien en literatura, pero no tanto en cine. Y eso no quiere decir que la película carezca de complejidad temática ni argumental, porque narra poderosamente la peripecia principal, sin dejar de lado las consecuencias psicológicas y sentimentales de la historia. También se debe reseñar que se utilizan los hermosos escenarios naturales y arquitectónicos de París sin hacer alarde de ellos, integrándolos en la historia como paisajes en los que transcurre la historia, sin más alharacas.
Montecristo es la obra artística sobre la venganza por antonomasia. Su protagonista es el arquetipo intelectual del vengador con causa más que justificada. Esta versión se distingue también por los buenos diálogos (teniendo como guionistas a los propios directores, siendo ambos peritos en la elaboración de libretos cinematográficos, era de esperar...), pero también por un interesante juego con la fotografía (de la que es responsable Nicolas Bolduc), muy luminosa en los primeros compases, cuando la vida se abre esplendorosa ante el joven Dantés, para hacerse oscura y torva (y no solo por estar rodada en hediondas celdas...) en su cautiverio en el castillo de If, e ir recuperando poco a poco las brillantes tonalidades mediterráneas con la vuelta de Edmundo (bajo el heterónimo del acaudalado conde de Montecristo) a Marsella para cobrarse cumplida venganza. La música de Jérôme Rebotier resulta potente y vibrante, bien utilizada en los momentos justos.
Buen trabajo actoral, en especial por lo que respecta al protagonista, Pierre Niney, aunque también por parte del resto del elenco interpretativo, muy cosmopolita, pues no solo hay actores franceses, sino también de otras nacionalidades, como la rumana Anamaria Vartolomei, el italiano Pierfrancesco Favino o el canadiense Vassili Schneider.
(15-05-2025)
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