El patriarca del cine mundial, Manoel de Oliveira, incide de nuevo en los terrenos que le son tan queridos: la evocación de mitos, desde el Fausto de Goethe, que se convierte prácticamente en la columna vertebral de la historia, hasta la polémica sobre quién fue realmente Shakespeare, pasando por el nacimiento de Venus y una religiosidad milenarista, por sólo citar algunos de los más evidentes; la divagación a través de bellos textos plenos de filosofía, a los que De Oliveira (y sus intérpretes; cómo no citar a los siempre espléndidos Luis Miguel Cintra y Leonor Silveira, sus actores-fetiche) infunde un peculiar sentido cinematográfico.
El convento es su primera experiencia con actores de relumbrón (Deneuve, Malkovich), pero es tan singular como toda su filmografía: esta historia de humanos tentados por demonios, pactos en los que se entrega el sexo, que no el alma, redenciones por el amor, aunque sea un amor convencional, está tocada por un nimbo de inquietante fantasía que por momentos llega a ser auténtico terror gótico. El resultado es una extraña, particularísima película, plagada de momentos deliciosos, aunque en su contra jueguen sus ya habituales tiempos muertos, que tienen su sentido, pero desorientan al espectador, probablemente no entrenado en el peculiar tempo del cineasta portugués. De cualquier manera, la nueva película del autor de La caja o El valle Abraham nos trae, en plena forma, al viejo más joven del continente, capaz de hacer entrar por el aro a las estrellas, en vez de ponerse a su servicio. ¡Chapeu, viejo sabio!
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