En la España de principios del siglo XX, el capitán Sánchez y su hija María Luisa completan la escasa soldada del militar en el ejército con una peculiar ocupación: ambos tienden emboscadas sexuales a jóvenes a los que ella seduce y después el padre sorprende, haciéndoles pagar para no armar un escándalo. Pero entre padre e hija existe desde tiempo atrás también una relación amorosa, que el capitán verá peligrar cuando la chica empieza a relacionarse con el viudo Jalón, un hombre ya maduro que puede sacarla de la vida sin horizonte que la aguarda. El militar lo mata alevosamente y esconden el cadáver en el sótano de la vivienda. Pronto corre por la ciudad la especie de que el viudo Jalón ha desaparecido...
Tras el fracaso comercial (que no crítico, donde obtuvo, en general, un buen recibimiento) de Fanny “Pelopaja”, el cineasta barcelonés es tentado durante 1985 para hacer una incursión televisiva dentro de la serie de Pedro Costa La huella del crimen. Rodado en formato cinematográfico, este mediometraje es una película más en su filmografía, con independencia del medio en el que se exhibiera. El crimen del capitán Sánchez, basado, como todos los capítulos de la serie, en un hecho real, dará ocasión a Aranda de explorar un poco más los terrenos del sexo oscuro que tanto le interesan.
El tema del episodio es el amor físico total, desmesurado, entre un padre, un militar intolerante y valleinclanesco, el capitán Sánchez, y su hija María Luisa, una adolescente mollar y lolitesca, pero también es la tragedia que se produce cuando ella busca salir del círculo cerrado del incesto continuo y sin horizonte, y de cómo el padre y amante a un tiempo pone fin a esa veleidad. De nuevo, pues, como en buena parte de la filmografía arandiana, una relación de dependencia erótica, esta vez atravesada por los procelosos laberintos de la misma sangre, la misma carne, los mismos genes.
El crimen del Capitán Sánchez presenta así una nueva vuelta de tuerca en el tema de la dependencia sexual de orígenes oscuros, en este caso marcada por la relación incestuosa entre dos seres primitivos, aherrojados por su circunstancia social y económica y por su momento histórico. Aranda, por supuesto, huye de hacer ningún tipo de moralismo sobre el caso.
Gran trabajo del dúo protagonista, un Fernando Guillén que trabajaba por primera vez con Aranda (no sería la última), componiendo un férreo militar enloquecidamente enamorado de su hija, personaje que Victoria Abril, ya habitual en los films arandianos, bordó como solía cuando trabajaba con el cineasta barcelonés. La película supuso también el debut en la pantalla de Maribel Verdú, que después desarrollaría una notable carrera como actriz. En la parte técnica estuvieron excelentes profesionales como Juan Amorós en la fotografía y Pablo G. del Amo en el montaje, aspectos que Aranda siempre cuidó especialmente.
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