Estamos ante una de las muchas adaptaciones que el cine español produjo sobre obras teatrales de los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, comediógrafos sevillanos de gran popularidad durante la primera mitad del siglo XX. En este caso se trata de la primera versión que el cine hispano hizo (el italiano se adelantó con su propia adaptación, en 1919, con el titulo de Anima allegra y dirección de Roberto Roberti) de El genio alegre, la historia de una muchachita de gran entusiasmo y muchas ganas de vivir, que contagia a todos cuantos conoce. Además, la chica parece tener la rara virtud de arreglar problemas por el simple y mero hecho de no preocuparse por ellos, en lo que podría considerarse una versión antigua del más moderno y cosmopolita “don’t worry, be happy!...
Se trata, de alguna forma, de un homenaje que los Quintero hicieron al carácter andaluz, se supone que alegre y despreocupado. Olvidaron, tal vez, los populares Joaquín y Serafín la parte más senequista, estoica, del pueblo andaluz, que también forma parte de su alma, no solo el aspecto más dicharachero y bullanguero. Como curiosidad histórica, esta película de Fernando Delgado fue una de las últimas rodadas durante la Segunda República, antes de la insurrección de Franco, y, de hecho, no se pudo estrenar hasta el final de la Guerra Civil. Es, desde luego, bastante insuficiente, y su valor hoy reside exclusivamente en su carácter de documento cinematográfico de una época, un valor cuasi arqueológico. Entre los actores nos quedamos con el carisma de un Alberto Romea que, como siempre, estaba excelente, muy por encima de los protagonistas.
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