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La cinematografía mongola es endeble, como evidencia el hecho de que, según la IMDb (base de datos por antonomasia del cine mundial, como sabe el cinéfilo), desde 1945, fecha de su primera producción audiovisual, solo se censen 170 títulos de esa procedencia, incluyendo no solo largometrajes de ficción para el cine, sino también cortos, series de televisión, miniseries, TV-movies, etcétera. Como es habitual en estos casos, una cinematografía débil se apoya generalmente en otras más fuertes para producir obras de mayor entidad. Es el caso: este film mongol, de tan hermoso título, es una coproducción con China, que aporta además al director y guionista, Wang Quan’an, aunque la temática, los paisajes, los intérpretes, son genuinamente mongoles. Wang tiene tras de sí una carrera compuesta por siete largometrajes, si bien es cierto que viene haciendo cine desde finales del siglo pasado, así que se puede decir que no es precisamente prolífico. De su filmografía solo ha llegado a España, además de la película que comentamos, La boda de Tuya (2006), que ganó el Oso de Oro en Berlín.

La acción se desarrolla en nuestros días, en una de las muchas llanuras de la estepa que son habituales en la zona centro de Mongolia. Allí dos hombres, mientras conducen despreocupadamente su vehículo en medio de la nada, encuentran el cadáver desnudo de una mujer; avisan a la Policía, quien deja en el lugar, para que el escenario del crimen no sufra alteración, ni los lobos se ceben con el cuerpo, a un joven agente sin apenas experiencia. Para ayudar al neófito policía, su superior le pide a una bragada pastora que le auxilie durante la noche y le ayude a espantar a los lobos...

Tiene El huevo del dinosaurio la belleza de lo primigenio, de lo telúrico, algo que conecta con los primeros tiempos, como si en esas llanuras de la estepa mongola se hubiera detenido el tiempo y la pastora y su amigo pastor que le auxilia cuando es menester vivieran igual que hace cien, mil años. Pero también tiene la película chino-mongola una mirada hacia la evolución de esa vida ancestral: así, ahora los aborígenes del país se manejan con móviles, montan motocicletas, disparan rifles, usan linternas, en una fascinante mixtura en la que el mundo viejo y el nuevo se dan la mano con naturalidad, como si manejarse en internet y montar en camellos peludos fueran prácticas que hubieran existido siempre y fueran a hacerlo también para siempre. Tiene también la película la rara belleza de la estepa, retratada aquí lujuriosamente por el fotógrafo francés (afincado en Pekin desde hace años) Aymerick Pilarski, una belleza apaisada en la que la línea del horizonte lo marca todo, lo señala todo, es referencia, norte y brújula de todo.

Inicialmente vestida con los ropajes del thriller, pronto nos damos cuenta de que el cadáver encontrado y las pesquisas para averiguar lo ocurrido no deja de ser sino un MacGuffin, un pretexto para adentrarnos en la vida de la protagonista, la pastora mongola que será protectora del desvalido agente, a su vez iniciadora en el sexo del chico, pero también fiera mujer independiente que, sin embargo, fiel a las normas y a los ritos de su civilización, de vez en cuando ha de requerir la presencia del amigo pastor que le ayuda a salir de problemas tan poco urbanos como asistir en el parto de una vaca con problemas en el alumbramiento.

Porque, y en esto es también curiosa la película, se establecen unas jerarquías que trascienden los condicionamientos de género; así, la pastora será la protectora, mentora y adiestradora del joven policía, sin la que este no hubiera sobrevivido a la terrible noche en la estepa. Pero también la pastora, a su vez, será deudora de los servicios del pastor amigo, del hombre que aporta la fuerza que la mujer, a pesar de su plena autonomía, no puede desarrollar; curiosamente también, las jerarquías tienen que ver con las relaciones entre culturas: la pastora como representante de la Mongolia secular será la fuerza dominante sobre la Mongolia moderna, que sería el joven policía, y el amigo de la pastora será el factor preponderante en su relación con la pastora, a pesar de lo cual nunca ejerce la fuerza contra ella, sino que la corteja sin violencia, solo cuando esta presta su consentimiento.

Metáfora de la Mongolia ancestral, con ese “huevo de dinosaurio” que representa a una cultura milenaria en trance de desaparecer, la última escena, bellísimamente concebida y filmada, parece dar esperanza a una sociedad milenaria, anclada en el pasado, que se resiste a morir.

Eso sí: nos parece incalificable que el guionista y director haya sacrificado en vivo y en directo un cordero en una de las escenas del film: hoy día, si se quiere contar algo así, se puede hacer de forma elíptica, de manera que no haya que matar ni dañar de forma absolutamente innecesaria (realmente nunca está justificado: aquí, menos todavía) una vida animal. El cine que siega vidas o maltrata seres vivos para hacer películas es abyecto “per se”, y más todavía cuando, como en este caso, se nos cuenta esta historia tan interesante, con frecuencia tan absorbente.

El huevo del dinosaurio ganó, creemos que merecidamente, la Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid, además de otros premios en varios certámenes menores. Sus intérpretes, todos ellos no profesionales y debutantes en el cine con esta película, resultan asombrosamente frescos y naturales. En especial la pastora, protagonista absoluta del film, Dulamjav Enkhtaivan, podría dar sopas con honda a otras actrices con muchos más tiros dados: está absolutamente fantástica.

(16-02-2020)


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100'

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El huevo del dinosaurio - by , Aug 11, 2021
3 / 5 stars
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