Curiosa historia sobre un drama judicial con un romance de por medio, el del severo presidente del Tribunal Penal de Saint-Ome, Michel Racine, que imparte sentencia en esta pequeña población francesa, inflexible pero justo, que vive solo, en trámite de divorcio de su esposa, no muy bien valorado por sus colegas, que se relaciona poco con las personas que trabajan en los juzgados y que arrastra un proceso gripal. Es tan duro que le suelen llamar el juez de las dos cifras, porque en sus sentencias a los acusados siempre les caen más de diez años; aquí se enfrenta al caso de un padre que, presuntamente, ha matado a su hija de siete meses.
Su vida se complica cuando ve en el jurado a una mujer a la que conoce, Ditte Lorensen-Coteret, médica de profesión, con una hija, Ann de 17 años, y sin relación conyugal en estos momentos. Levemente se nos muestra la vida de Ditte en el hospital, cómo trata amorosamente a sus enfermos, así como el trato con su hija, una chica encantadora y vivaracha. Seis años antes Ditte le salvó la vida en el hospital y se quedó secretamente enamorado de ella, pero nunca se lo confesó y es quizás a la única mujer a la que ha amado en su vida.
El guion hace un buen retrato del sistema judicial francés con esta historia de amor y de segundas oportunidades que a veces ofrece la vida. La resolución de la sentencia es lo que menos importa, interesa más cómo se llevan a cabo los juicios, cómo se eligen los jurados, si se pueden relacionar con el juez o los abogados defensores, y la relación que Racine tiene con esta mujer de la que poco conocemos salvo la vida con su hija.
Muestra el juzgado de una manera realista al conocer la trastienda de este tinglado, que no es como en las películas americanas. A lo largo de la trama discurren estas dos historias paralelas, la del juicio y la del juez durante el proceso, que se presenta como un espectáculo teatral con sus bambalinas, con los protagonistas: jurados, acusado, testigos, jueces, abogados, y el público asistente, función en la que predomina la palabra, donde se exponen verdades o mentiras que sirven de defensa o acusación, mientras un jurado asiste expectante para emitir un veredicto.
El protagonismo del film recae en la veteranía de Fabrice Luchini y en la estupenda actriz danesa Sidse Babett Knudsen que tiene un rostro que transmite serenidad con una sonrisa encantadora, y en un breve papel la vitalista Eva Lallier en el divertido personaje de su hija.
Una cinta inteligente, un buen ejemplo de lo que suele hacer el buen cine francés. Christian Vincent, el director de La cocinera del presidente (2012), hace con ésta su novena película, realizada con elegancia, en la que recrea la vida de este juez en su trabajo diario en la que parece que no pasa nada, pero en la que está la relación de ellos mientras dura el juicio, rodada con una gran naturalidad.
El título francés hace referencia al armiño que lleva el juez en el cuello de su roja toga y que aquí diría poco, siendo más atractivo El juez.
Ganó el César a la Mejor Actriz de Reparto para Sidse Babett Knudsen, y el de Mejor Guion y la Copa Volpi para Fabrice Luchini como Mejor Actor en la Mostra de Cine de Venecia.
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