El cine español no ha frecuentado, ni mucho menos, la Segunda Guerra Mundial. Sí se han hecho muchas películas sobre nuestra Guerra Civil, pero pocas en las que la mayor masacre bélica de la Historia haya sido el eje principal de la trama. Esta El jugador de ajedrez es una de esas pocas muestras. Las razones de esa cuasi indiferencia hacia la Segunda Guerra Mundial por parte del cine español habría que buscarlas en muy diversos campos: la neutralidad (ficticia, más que real: todo el mundo sabía de qué parte estaba el régimen de Franco en el conflicto bélico mundial), lo que llevó al pueblo español a ver esa contienda como algo ajeno, algo externo a España, cuando lo cierto es que su devenir fue fundamental, a la larga, para el propio destino de nuestra nación; también la falta de recursos económicos ha hecho históricamente que los cineastas españoles no pusieran los ojos en este, por lo demás, tan atractivo paisaje para películas, pero que solía requerir inversiones a las que nuestra cinematografía no está acostumbrada.
En El jugador de ajedrez esto último se ha conseguido evitar gracias a un rodaje en Hungría, que ha dado ya buena parte de los escenarios (simulando ser, razonablemente, el París de la Ocupación), ha abaratado costes (es evidente que rodar en Hungría, en cuanto a técnicos, etcétera, es bastante más barato que en España, y no digamos Francia), y ha permitido, en general, hacer un film con un presupuesto de tres millones de dólares que parecen bastante más, por lo costeado que aparenta.
España, hacia 1934: una periodista francesa, Marianne Latour, cubre en España el enfrentamiento entre un joven jugador de ajedrez, Diego Padilla, y el endiosado campeón nacional; lo que parece va a ser un paseo militar para este último termina siendo una derrota sin paliativos cuando el aspirante embosca a su rival con un gambito de dama, jugada de ajedrez que, metafóricamente, mucho tendrá que ver en su posterior historia; la periodista y el nuevo campeón se amistan, intiman y casan. Les nace una hija, al tiempo que en España estalla la Guerra Civil; Javier, el mejor amigo de Diego, le pide se implique con las milicias republicanas, pero él rehúsa: cree que se debe al ajedrez y a su familia, no quiere comprometerse social ni políticamente. Cuando la guerra ha terminado y el franquismo impone su bota de hierro, Diego es acusado de ser comunista; la familia huye a París, donde poco después llegan los nazis en lo que la Historia conoce como la Ocupación: de nuevo Diego volverá a estar en la picota, y ahora de forma gravísima…
Pero (siempre tiene que haber un pero…) la historia no termina de funcionar: es una mixtura entre el paisaje político y represivo (franquismo, nazis) y el drama personal, sentimental, de un hombre y una mujer a los que cierta aviesa traición los separa, sin visos de reencuentro, y cómo sus vidas divergentes pueden, o no, volver a converger. Pero el problema radica en que, aunque Luis Oliveros es cineasta ya fogueado (mayormente en series televisivas, tan diversas como Manolito Gafotas o Las aventuras del capitán Alatriste), su caligrafía es impersonal, chata, no consigue que entremos nunca en la historia. Aunque la tragedia de este hombre al que se le arrebata todo debería arrebatarnos, valga la redundancia, casi nunca lo consigue: la exhibicionista, cuasi pornográfica presentación de las vejaciones, palizas, torturas, a las que son sometidos el protagonista y sus compañeros de reclusión resultan, a estas alturas, escasamente cinematográficas: cuánto mejor hubiera sido que se optara por la elipsis, tan certera, tan sutil, tan inteligente…
Film académico e incluso academicista, tiene, como se ha apuntado, una buena ambientación: los paisajes urbanos húngaros representan cabalmente el París de los años cuarenta, y en general la sensación de credibilidad histórica es aceptable. Lástima que esos buenos mimbres se pierdan en una historia que no termina de saber qué quiere decir, más allá de contarnos las dramáticas peripecias de este joven valor del ajedrez nacional, en un país, España, donde en ese tiempo Arturito Pomar, único genio de tal disciplina que hemos dado en nuestra tierra, apenas era un niño. Julio Castedo, autor de la novela homónima en la que se basa el film, es también el único guionista, en lo que se puede reputar como un craso error: los autores literarios no son proclives a podar su obra para su versión cinematográfica, sin darse cuenta de que literatura y cine tienen lenguajes distintos; pero también se antoja arriesgado confiar este papel fundamental en un film a una persona carente totalmente de experiencia en la disciplina del guion cinematográfico, que es cosa muy distinta a una novela.
Esforzado trabajo de Marc Clotet en el papel protagonista, si bien parece que este actor, ya con una carrera bastante amplia, deberá sin embargo madurar más para soportar sobre sus hombros, como en este caso, todo el peso de una película. Gusta Melina Matthews, una actriz catalana de ancestros europeos, que resulta creíble como la mujer desarbolada por el destino, amante sin remisión de su marido, pero que se verá compelida a tomar una amarga decisión cuando los acontecimientos parecen no dejarle otra salida. Entre los secundarios me quedo con un Andrés Gertrúdix que se ha convertido en uno de los mejores en ese tipo de roles en el panorama español. Llama la atención también el alemán Stefan Weinert, en un personaje difícil de olvidar.
98'