El mexicano Guillermo del Toro lleva camino de convertirse en un nombre fundamental del moderno cine fantástico y de terror. Llamó poderosamente la atención con Cronos y después ha demostrado su buen hacer en cine comercial, pero no por ello menos digno y con ideas interesantes, en films como Blade II y Hellboy. Pero el antecedente temático más evidente de este El laberinto del fauno es El espinazo del diablo, donde Del Toro contaba una claustrofóbica historia ambientada en el secarral castellano a finales de la Guerra Civil Española.
Ahora avanza unos años más, hasta 1944, y plantea otra historia también es España, aunque en un registro muy diferente, en este caso ya con las huestes franquistas plenamente dueñas del solar patrio, y la entrevera con el mundo de fantasía de una preadolescente, su madre, encinta y enferma, y el padrastro que la preñó, un capitán facha donde los haya, un asesino sin escrúpulos, un sádico integral, obsesionado por emular la legendaria valentía paterna (por cierto, papelón para Sergi López, desde ya un clarísimo candidato al Goya al Mejor Actor Secundario), encargado de hacer desaparecer “manu militari” a los maquis enrocados en los bosques gallegos.
Del Toro, pues, se atreve con una mixtura de lo menos habitual en cine: fantástico y política, extraña mezcla que, sin embargo, funciona bien en este caso. Las dos líneas argumentales se van simultaneando con continuas intersecciones: por un lado, la historia de la princesa Moana, “alter ego” de la preadolescente Ofelia, y las pruebas que ha de superar para volver a su mundo de fantasía; y por otro, la sangrienta, desigual lucha entre el vesánico capitán, ayudado por su bronca cohorte militar, y el maquis, auxiliado bravamente por infiltrados (magnífica Maribel Verdú, en uno de sus mejores papeles de los últimos tiempos, y un Álex Angulo que rezuma dignidad a pesar del evidente miedo que traspira por todos sus poros), en una mescolanza verosímil, a pesar de la disparidad de los elementos manejados.
Así las cosas, el hermoso, elegíaco pero a la vez esperanzado final pone el broche a una película extraña, con frecuencia fascinante, que combina adecuadamente comercialidad con rigor intelectual, fantasía desmedida con reflexiones a pie de tierra.
Pocas veces, por no decir ninguna, se han visto pasajes de la Guerra Civil, o, como en este caso, de la dura noche de la postguerra española, con unos mimbres tan peculiares, y también pocas veces estos no han chirriado, como podría haber sido en otras manos. Habrá entonces que valorar aún más a un Guillermo del Toro que, sin conocer la realidad española de ese tiempo, ha sabido presentar un relato realista sobre el miedo atroz que la contienda civil provocó en España, y que se prolongaría durante cuatro largas décadas. Si a los que vivimos los últimos estertores del franquismo el miedo sordo hacia el régimen nos aplastaba contra el suelo, ¿qué no sería para aquellos que tuvieron el coraje infinito de ponerse en pie contra el dictador, en la época más dura y temible de Franco?
(17-10-2006)
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