El “nordic noir” o policíaco nórdico (entendiendo por tal el escandinavo) está de moda; hay toda una pujante corriente literaria en los últimos treinta años que viene desarrollando un corpus criminal más que interesante, con novelistas como Maj Sjöwall y Per Wahlöö, Asa Larsson, Henning Mankell, Stieg Larsson y Camilla Läcberg, entre otros. También el noruego Jo Nesbo es uno de los novelistas “noir” más afamados de Escandinavia, y de él se han llevado a la pantalla varias obras, como Headhunters (2011), de Morten Tyldum.
Para la adaptación de su novela El muñeco de nieve ha habido un auténtico cónclave de talentos que, sin embargo, no ha dado el fruto esperado. Tomas Alfredson, el director, nos encandiló hace unos años con Déjame entrar (2008), notabilísimo ejercicio cinematográfico de terror, continuado después con una entonada adaptación del clásico lecarriano Calderero, sastre, soldado, espía, que en España se tituló El topo (2011). En la producción, además del propio Alfredson y del novelista, Jo Nesbo, está Martin Scorsese, uno de los más reputados directores y productores audiovisuales de los últimos cuarenta años, que en principio fue el director escogido para llevar adelante el proyecto, lo que da idea de su magnitud; el elenco es sólido, aunque es cierto que los papeles principales son todos para intérpretes traídos de Hollywood, para dar más tirón internacional al proyecto. Los guionistas son veteranos y solventes, y alguno de ellos, como Soren Sveistrup, tiene entre sus créditos notables series televisivas en clave policíaca como Forbrydelsen y su versión yanqui The killing. La producción es muy costeada, rodada en los mismos parajes naturales de la nevada Noruega invernal donde se desarrolla la acción de la novela.
Pero (ya sabemos que todo lo que va antes de “pero…” queda anulado por esta conjunción adversativa…) tal convergencia de talentos y recursos, contra toda esperanza, no ha producido los efectos previstos: la historia es marciana, el guion, confuso, incoherente y deshilachado, los personajes no existen como tal, son meros roles de cartón-piedra que los intérpretes intentan, sin éxito, dotar de algo parecido a la humanidad. El asesino (que como casi siempre en nuestro tiempo, es el que menos se podía uno imaginar, así que eso ya da una pista al espectador avisado) parece tener poderes taumatúrgicos: de otra forma sería imposible algunos de los asesinatos que comete, si no posee poderes como la telepatía o la telequinesia; como es obvio, puesto que estamos ante un film en clave realista, tales poderes no existen, por lo que habrá que atribuir a la arbitrariedad del equipo de guionistas el hecho de que el asesino campe a sus anchas por esos paisajes helados, por esos salones aristocráticos, por esos inframundos en los que comete sus crímenes en total impunidad, jugando a placer al ratón y al gato con el policía protagonista y su ayudante.
Extraña que un cineasta tan inteligente y creativo como Tomas Alfredson se haya dejado llevar por este desastre de film; no se entiende qué le convenció para aceptar un envite que, a la vista del catastrófico guion, no podía tener de ninguna manera un resultado medianamente satisfactorio. Es posible que la presencia de Scorsese en la producción y del apañado reparto USA le haya hecho creer que con tales mimbres necesariamente debía hacer un buen cesto, pero me temo que éste tiene agujeros por todos lados, por lo que escapan claves tan importantes como la coherencia, la credibilidad, la intriga, la tensión.
Así las cosas, quedan los impresionantes paisajes noruegos, inmensidades nevadas que te hacen creer que estás al principio de los tiempos, quizá en una glaciación (de las antiguas, no la que está al caer…), filmados extraordinariamente por el director de fotografía australiano Dion Beebe, ganador del Oscar por Memorias de una geisha (2005); queda la presencia siempre magnética de un J.K. Simmons que es, a qué dudarlo, uno de los más interesantes actores de reparto de nuestro tiempo; pero intérpretes generalmente solventes, como Michael Fassbender o Rebeca Ferguson, aquí están lamentables, tal vez porque no tienen personajes de carne y hueso a los que agarrarse.
Aunque el look estético es de superproducción, la historia y su puesta en escena es de TV-movie aseadita para dormir la mona en la sobremesa. Lástima de empeño económico y de proyecto en coproducción, con tan buenos recursos humanos y económicos tan pésimamente gestionados. Ojalá Alfredson no quede tocado del ala con este petardazo, porque seguimos creyendo que hay en él (Déjame entrar no daba pie a la duda) un cineasta de un talento enorme, de una inusitada capacidad para la creación cinematográfica.
(15-10-2017)
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