Ganadora (merecidamente) del Premio Especial del Jurado a la Mejor Dirección en el Festival de Cannes, El tiempo de los gitanos evidencia la rara madurez a la que llegó este cineasta balcánico cuando contaba apenas treinta y cinco años, tras haber dado ya muestras de su talento con Papá está en viaje de negocios, Palma de Oro en Cannes en 1985.
Aquí se centra en una pequeña comunidad de gitanos en la antigua Yugoslavia, y más específicamente en un adolescente, hijo bastardo de un soldado y de una cíngara muerta al nacer él; el chico tiene raros poderes, heredados de su abuela, aunque no parecen servir de gran cosa. La familia se completa con un tío borrachín e imitador de Charlot, y una hermana pequeña con osteomielitis. Un día la vieja salva la vida del hijo de un hampón nómada, a cambio de lo cual le pide que opere a su nieta en una clínica. Comienza entonces la aventura del adolescente, acompañante de su hermana y contra su voluntad arrastrado a la vida perra de la delincuencia.
Hay en El tiempo… una extraordinaria riqueza visual, con una puesta en escena que se adivina metódica y detallista, a pesar de que no se nota en absoluto; no es que la trama argumental sea muy original: de hecho, recuerda el Oliver Twist de Dickens, cuando el pequeño inclusero es atrapado por Fagin y ha de hacer la calle como mendigo y ladronzuelo; pero eso no importa: lo realmente importante es la fuerza de las imágenes, con algunas secuencias, como la onírica de la boda, que resultan deslumbrantes en su concepción y en su realización. Y es que si El tiempo de los gitanos no es una obra maestra, le falta poco…
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