Cantaba Machado en su inolvidable poema A orillas del Duero: “Castilla miserable, ayer dominadora,/ envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora”. No seré yo (que no soy castellano, aunque sí español) quien me sume a tan cruel, a fuer de hermosa, descripción. Viene esto a cuenta de mi absoluto desconocimiento del fútbol americano, ese deporte que en Europa llamamos rugby, para diferenciarlo del fútbol, a secas, que en los USA llaman “soccer”: vaya galimatías, ya lo sé. En definitiva, no voy a despreciar este filme por el mero hecho de que trate de un deporte que en España es evidentemente minoritario, aunque tenga sus esforzados seguidores, tan respetables, o aún más, por su minoría, que los de otros deportes de masas.
Pero el caso es que el brillante George Clooney, que añadió a sus evidentes encantos personales la más intelectual virtud de apreciable director en la muy interesante Buenas noches, y buena suerte, en este su tercer filme como cineasta no termina de convencer; y es que, aunque Clooney es un sólido actor de comedia (se le ha comparado, tal vez heréticamente, con un Clark Gable o un Cary Grant, que son palabras mayores), como director parece más dotado para el drama, como el citado filme sobre la Caza de Brujas del Senador McCarthy y la brava defensa de las libertades civiles que encarnó el periodista Edward Murrow. No digo que no influya en la visión de la historia para los europeos el hecho de que el fútbol americano, allende el charco de seguimiento masivo, obtenga aquende apenas un interés residual, pero lo cierto es que, con independencia de ese tema, que es ya importante, la historia no termina de convencer.
Estamos en 1925, fecha en la que, si hacemos caso a los autores del filme, el fútbol profesional en USA era poco menos que un entretenimiento de destripaterrones, con patrocinadores de risa, seguimiento mínimo y un prestigio colindante con el tío que recoge la basura, mientras que en la liga universitaria se concentraba el prestigio de la intelectualidad y estaba mucho mejor mirado. Además, en aquella época no había reglas escritas para el fútbol profesional, por lo que cada partido era un campo abonado para los pícaros de turno. En ese contexto histórico, un futbolista ya talludito ve la oportunidad de prestigiar su deporte y, de paso, ponerse las botas (económicamente hablando), al fichar a un héroe de la Gran Guerra, quien, a su vez, es emboscado por una periodista que pretende desenmascarar su impostura. Pero la historia no termina de encontrar su punto: en algún momento parece que su eje será la disputa de la chica por parte del veterano y jovenzuelo, pero pronto se observa que no hay tal, y finalmente la cuestión deriva hacia la falacia o autenticidad del carácter heroico del chico, con gran escándalo nacional cuando el tema llega a la prensa, lo que provocará el enfrentamiento entre dos bandos antitéticos, y, subsidiariamente, hará intervenir al gobierno para establecer las bases de una reglamentación nacional que, si bien puso en órbita a la competición y la hizo el gigante deportivo que es hoy en Estados Unidos, la despojó de su faceta aventurera, libre, pintoresca y un punto ácrata.
Hay algunos buenos diálogos entre la periodista, con su lengua de serpiente, y el veterano profesional, con sus colmillos retorcidos; hay una ambientación que recrea convincentemente aquel tiempo en el que casi todo estaba por hacer, cuando los teléfonos estaban encadenados a cables y enchufes, el cine no hablaba, la televisión ni se tenía idea de que pudiera existir y los ordenadores no estaban ni en la cabeza de los escritores de ciencia ficción; el color sepia al que con frecuencia vira el director de fotografía aporta ese lustre como de época que tan bien conviene a la historia, y la música del gran Randy Newman, influida por ritmos como el ragtime o el foxtrot, aportan la nota (nunca mejor dicho…) al paisaje sonoro de los felices años veinte. No faltan las peleas en las cantinas, a la manera del cine negro que inmortalizó la Ley Seca y las frecuentes camorras en los locales donde, subrepticiamente, se bebía whisky en tazas de café. Todo es agradable de ver, pero no hay mucho cine. Clooney compone bien un personaje que se sabe de memoria, el del perdedor con su momento de gloria; Zelwegger quizá no fuera la actriz ideal para su personaje, que hubiera requerido una mujer más de armas tomar; Pryce, como siempre, excelente.
Ella es el partido -
by Enrique Colmena,
Jun 14, 2008
2 /
5 stars
El partido es el problema
Uso de cookies
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.