Desde las primeras imágenes se percibe rápidamente que esta película es algo diferente a lo que normalmente estamos acostumbrados a ver. Simplemente los títulos de crédito del film ya hacen pensar que detrás de la cámara hay un director con talento o al menos con imaginación y buen gusto.
La vie de château o Esposa ingenua es la primera película de Jean-Paul Rappeneau, uno de los mejores guionistas del cine francés, que hace con ella su debut como director y con bastante acierto.
La Nueva Ola, si bien no ha tenido una continuidad en estos jóvenes directores que han salido a la luz pública a su amparo –ya que realmente su cine es muy peculiar y característico de cada autor en particular--, sí al menos ha despertado en ellos una preocupación por las formas y por la manera de transformar un simple guión en imágenes.
La película nos lleva de sorpresa en sorpresa. Desde su argumento con giros y aportaciones de datos que nos hacen cambiar de parecer hasta la espléndida fotografía que consigue planos de una gran belleza formal. Es una lástima que todo este rebuscamiento formalista, estético cien por cien, no sirva más que para arropar una simple comedia con aires de ingenuidad ambientada en la Segunda Guerra Mundial. Esta película no la podemos encuadrar dentro del clásico y vetusto “vaudeville” francés, atiborrado de palabrería inútil y abundante picardía. Si se quisiera llamar así se le tendría que añadir algún adjetivo que lo distinguiera, tal vez el de reformado o moderno.
Jean-Paul Rappeneau hace una dirección cuidada y ágil, que le da dinamismo a la película, toda ella contemplada desde el punto de vista del humor, salvándola en algunos momentos de caer en la vulgaridad o en la monotonía.
Un guión notable con la colaboración de dos nombres ya consagrados en la dirección, Alain Cavalier y Claude Sautet, la destacada interpretación del trío protagonista y el Premio Louis Delluc, completan los valores de esta opera prima.
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