No sería ocioso pensar que Tim Burton anda últimamente algo escaso de ideas: sus últimos filmes han sido refritos de otros productos anteriores (véase la más bien lamentable Sombras tenebrosas) o nuevas versiones de clásicos (cfr. Alicia en el País de las Maravillas, si bien en este caso el resultado fue notable). Ahora ha retomado un corto que realizó en 1984, cuando no era nadie en la industria USA, Frankenweenie, en el que parodiaba el clásico relato de Mary W. Shelley y la no menos clásica adaptación al cine de James Whale, configurando este último en el imaginario colectivo la efigie con la que será recordada para los restos el famoso monstruo.
La nueva versión está realizada mediante el método stop motion, mientras que el original de los años ochenta se hizo con actores de carne y hueso. Lo cierto es que a este tipo de filmes le viene como anillo al dedo la animación, sobre todo cuando el propio Burton ya estableció con rotundidad la posibilidad de introducir elementos de terror (más o menos light) en animaciones, formato abrumadoramente destinado a los niños, cuando los adultos, ¡ay!, solemos disfrutarlo mucho más…
Tras el extraordinario bagaje que supone haber hecho previamente Pesadilla antes de Navidad y La novia cadáver, en esta modalidad que combina la animación mediante stop motion con temas tirando a terroríficos e iconografías particularísimas (las figuras estilizadas hasta la caricatura de la anorexia, haciendo que los personajes pintados por El Greco, por comparación, parezcan de Botero…), Tim Burton consigue de nuevo una película más que interesante, trufada de guiños cinéfilos (esa perra a la que, tras sufrir una descarga por el perro/zombie, se le pone una tira del cabello igualita que la de la coprotagonista de La novia de Frankenstein), pero sobre todo, llena de una humanidad entrañable. Hay buenos y malos, pero incluso los villanos son abrazables, como ese personajillo medio desdentado, jorobado y con cara (y cerebro) de tonto, que precipitará los acontecimientos, pero que nos hace pensar en adoptarlo (y después devolverlo al orfanato, es cierto…).
Los personajes son deliciosos: el niño, el perro, tanto vivo como muerto (y revivido, claro), los padres, la vecinita… hasta el alcalde de esta imaginaria localidad de Nueva Holanda resulta un ogro finalmente amable.
Es cierto que en el último tramo, en el que Burton se aparta argumentalmente del guión del corto original, la historia se le va de las manos, como si necesitara recurrir al gran espectáculo para impactar en el espectador, cuando los fans del autor de Eduardo Manostijeras no buscan eso, sino mayormente la plasmación en imágenes de su particularísimo mundo interior. Claro que incluso en ese desparrame final el bueno de Tim se permite divertidas bromas, como el hecho de homenajear en un solo bicho, al mismo tiempo, filmes como Godzilla y Tortugas Ninja, o en otro rendir tributo a Gremlins. Un final quizá en exceso feliz (aunque similar al del corto original), para lo que se estila en su tenebroso microcosmos, no termina de redondear lo que habría sido una gran película, pero que no obstante, para los burtónfilos es más que suficiente materia hasta que llegue la siguiente dosis de burtonina… Esperemos que no tarde mucho, que el mono es muy malo…
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