El filipino-americano Dean Devlin es fundamentalmente guionista y productor de películas abiertamente comerciales, sea dicho esto sin “animus injuriandi”. Entre sus créditos con tales funciones tiene films como Stargate: Puerta a las estrellas (1994), Godzilla (1998) y la reciente (y fallida en taquilla) Independence Day: Contraataque (2016). Desde principios de los años diez de este siglo XXI Devlin ha iniciado una hasta ahora tímida aventura como director, fogueándose en miniseries televisivas y TV-movies. Ahora da el salto a la dirección de largometrajes, lógicamente dentro de los esquemas que le son conocidos, cine de acción, ciencia ficción y catástrofes, con esta Geostorm que aspiraba a reventar taquillas pero parece lleva camino de un fiasco comercial (este sí) realmente catastrófico: con 120 millones de dólares de presupuesto estimado, lo recaudado en las dos primeras semanas de exhibición en su propio mercado USA-Canadá no llega ni a los 25 millones.
Aparte de cuestiones comerciales, importantes en cine pero no las que nos ocupan aquí mayormente, lo cierto es que Geostorm resulta ser un fallido intento de hacer una todavía más aparatosa destrucción del planeta Tierra (el cine lleva años destruyéndolo: a este paso lo van a conseguir…), combinando la historia central con una confusa conspiración en las altas esferas de la Casa Blanca, dos hermanos enfrentados por sus decisiones laborales, una niñita (con un horrible doblaje al español, por cierto) que espera a su papá de vuelta, etcétera…
Futuro próximo: tras varios episodios de desastres meteorológicos, los gobernantes de la Tierra toman conciencia de que han de actuar para encauzar el clima y evitar la destrucción de la civilización por catástrofes naturales que hacen que El Niño (el famoso fenómeno climático que intermitentemente devasta regiones de la Tierra, casi siempre precisamente las más pobres…) a su lado sea un chiste. Con esa improbable premisa de acuerdo de 17 países, se ejecuta un proyecto que consiste en tejer en el espacio, en la órbita terrestre, una red de satélites que controlen todas las zonas del planeta, siendo gobernada por la Estación Espacial construida “ad hoc”. El ingeniero que la construyó es un tipo bocazas, políticamente incorrecto, incapaz de morderse la lengua, al que su hermano, su mano derecha en el proyecto, finalmente parece traicionar para quedarse al mando del mismo. Cuando empiezan a ocurrir graves accidentes, el protagonista tendrá que volver a colaborar con su particular Judas…
La historia de Geostorm, aparte de confusa por lo mal elaborada, casi nunca prende en el espectador: éste debe tener empatía con los protagonistas, y estos dos hermanos que hacen como si tuvieran parecida edad, aunque realmente les separa casi diez años, no terminan de enganchar al público: el primero, por su tendencia a meter la pata continuamente: con sus superiores, son su hermano, con su hija, con todo quisque; el segundo, porque, en un gigantesco fallo de casting, le dan el papel a un Jim Sturgess que no parece capaz de cerrarse la bragueta sin pillarse salva sea la parte con la cremallera, cuánto menos puede ser quien salve al mundo de esta conspiración que ríase usted de la judeo-masónica…
Con personajes tópicos y estereotipados, de cartón-piedra, con una historia demencial que va dando tumbos según le interesa a su guionista-productor-director, es cierto que Geostorm tiene buenos efectos especiales digitales, como cabe esperar de una producción costeada, pero también que abusa mucho de ellos, como si fueran un personaje más, o fuera lo que realmente interesa a Devlin poner en escena, una apabullante destrucción de todo, desde emblemáticos lugares de la Tierra (ese Dubai con una ola gigantesca que asuela los rascacielos, incluida la insignia del país, la torre Burj Khalifa; esa Puerta del Sol de Madrid achicharrada por una ola de calor) a la propia Estación Espacial. El conjunto dista mucho de interesar, y quizá esa sea la clave de su fracaso en taquilla.
Gerard Butler, que probablemente pasará a la Historia del Cine por su carismático personaje de Leónidas de 300 (2006), compone como puede este personaje, entre el botarate y el héroe. De Sturgess ya hemos hablado, y mejor no decimos nada más. Da pena ver a un gran actor como Ed Harris en un fregado como este, además en un papel lamentablemente escrito y descrito, que él saca adelante con su veteranía y aplomo, pero advirtiéndose claramente que no le interesa lo más mínimo. Andy García hace el que quizá sea el primer presidente hispano de Estados Unidos en cine, acaso un guiño anti-Trump de los guionistas: bueno, al final han hecho algo bien…
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