Stargate: Puerta a las estrellas

De relativa sorpresa cabría calificar esta película que se reputaba en principio como seguidora de la senda de la Saga de las Galaxias, pero que realmente deriva hacia las aventuras en el desierto con un trasfondo de ciencia-ficción emparentable con el espíritu de aquellos olvidados onanismos mentales de Erich Von Daniken tipo Recuerdos del futuro y Regreso a las estrellas. Pero aún mayor (y más agradable) sorpresa es encontrarnos con una película perpetrada por el alemán Roland Emmerich, ya definitivamente asentado en Hollywood, cuya filmografía previa incitaba más bien a huir despavorido de la sala: deleznables engendros como El secreto de Joey o empanadas mentales como Estación lunar 44, no parecían ser las mejores tarjetas de visita de este director.

Por una vez, y sin que sirva de precedente, habrá que reconocer que Emmerich ha mejorado a ojos vista y ya sabe contar una historia con soltura e incluso con gracia. Mezclando influencias tan variadas como Depredador, Alien o la saga de Indiana Jones, Emmerich plantea su filme como un viaje iniciático, una fantástica aventura a través de una puerta estelar que llevará a una expedición inevitablemente militar y a un arqueólogo despistado hasta el otro confín del universo, donde el taumatúrgico y dictatorial creador de la antigua civilización egipcia mantiene secuestrado para sus fines de inmortalidad a todo un pueblo de semejantes características a los beduinos terrícolas.

Habrá acción, desde luego, pero también sus momentos para el amor y para la comprensión entre culturas tan dispares. El resultado es un relato fluido, sin apenas fisuras, con un buen ritmo narrativo, aunque los personajes resulten demasiado simples en su esquematismo. No debe pedirse más, empero, a quien sólo aspiraba a entretenernos con un espectáculo agradable que no nos hiciera sentir indignados.