De la dirección de Golpe de estadio se encargó Sergio Cabrera, el cineasta que unos años antes se había convertido en una revelación a nivel internacional con su interesante La estrategia del caracol, que confirmaba que se podía hacer cine con poco dinero pero mucha imaginación. Después ha hecho films como Águilas no cazan moscas e Ilona llega con la lluvia, que no han tenido tanta repercusión. Por eso precisamente se esperaba este nuevo film con interés.
Cabrera y sus guionistas, Odell y Pimont, ponen en escena una historia ambientada en la selva colombiana, durante el Mundial de Fútbol de 1994. Hay unos guerrilleros que atacan una torre de gran importancia, pero con el entusiasmo de un gol de Colombia el helicóptero que tendría que defender la torre lo que hace es destrozarla. Lo malo (es un decir...) es que también destruye la única antena del pueblo. Entretanto, la subcomandante María y su compañero guerrillero Carlos hacen el amor en el bosque. Él, sin embargo, es un topo de la policía, pero como está enamorado de la chica, quiere evitar que la atrapen. En el pueblo soldados y guerrilleros, con la mediación del cura, deciden pactar una tregua para ver el partido de Colombia contra Argentina en el único televisor del pueblo que funciona. Ya en el encuentro, el inicial recelo deja paso a la unión con los colores de su selección. Cuando el partido acaba, Carlos y María se reconcilian y los guerrilleros son dejados escapar por el sargento de los militares, en recuerdo de los buenos momentos pasados ante el televisor.
Es más que evidente que Golpe de estadio pretende ser una metáfora sobre la situación de Colombia, un país en el que el Estado como tal, a finales del siglo XX, se tambaleaba, zarandeado por el narcotráfico, guerrillas de diverso signo (con frecuencia mezcladas con los capos de la droga), una administración corrupta y una delincuencia que crecía vertiginosamente. En este contexto, films como el de Cabrera juegan la baza posibilista, aunque la realidad, tozuda, parece demostrar, día a día, lo contrario. Que el nexo de unión sea la selección de fútbol habrá que tomarlo como lo que es, un símbolo, porque apañados estaríamos si todo lo que uniera a un pueblo fueran once tíos dándole patadas a un balón.
Con el cuidado típico de las producciones de Tornasol, Golpe de estadio funcionó muy bien en su país, como era de esperar, donde el tema les pilla tan de cerca, y donde realmente la gente quiere que, de una vez por todas, llegue la paz y el bienestar: con una sola vida que vivir por persona, tiene guasa, por no decir otra cosa, que te la jodan entera los correspondientes salvapatrias, los vendedores de paraísos artificiales o los represores de turno (o todos juntos a la vez, como es el caso del hermoso país colombiano).
Habrá que destacar el buen trabajo de Emma Suárez, que hace de revolucionaria española enfrascada en esta guerra que teóricamente ni le va ni le viene; es, también, el único ser humano que, tal vez por ser mujer, tiene dos dedos de frente en esta historia y se le da una higa el resultado del partido. Claro que, según la metáfora de Cabrera, precisamente será el hermanamiento de guerrilleros y milicos con la selección de Colombia lo que salvará, a la postre, a los primeros de ser cazados y muertos por los segundos. En otras palabras: hay que encontrar un punto común sobre el que edificar el futuro de todo el país. Esa podría ser la moraleja de esta película bienintencionada que, sin embargo, también tiene sus puntos de mala uva.
(19-05-2015)
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