Las obras de Charles Dickens siguen llevándose a la pantalla, lo que pasa es que casi siempre son las mismas: alguna versión, clásica o modernizada, libre o directamente irreconocible, nos llega todos los finales de año sobre su Cuento de Navidad; también es muy frecuente que, de vez en cuando, ya sea en cine o televisión, nos lleguen nuevas adaptaciones de títulos tales como Oliver Twist (una de las últimas, por cierto, de Roman Polanski, tan alabado como frío), David Copperfield o esta Grandes esperanzas. Menos frecuentes son otras novelas suyas igualmente interesantes, de La pequeña Dorritt a Historia en dos ciudades o Papeles póstumos del club Pickwick.
En cualquier caso, Dickens siempre aporta su densidad dramática, su capacidad para fascinar con historias de levita y mugre, su rara fascinación para captar la atención del lector, así que no es raro que siga siendo un autor al que siempre se vuelve. Claro que no siempre se tiene suerte: con Dickens hay la tentación de llevar a la pantalla pulcramente la historia, sin aportar nada, y ése es el pecado capital de esta por lo demás agradable versión del texto dickensiano.
Mike Newell, de filmografía tan variopinta que incluye desde un Harry Potter a un policíaco de corte mafioso como Donnie Brasco o una comedia de humor ligeramente negro como Cuatro bodas y un funeral, afronta este empeño desde una perspectiva muy “british”: ampulosa reconstrucción del Londres de principios del siglo XIX, con sus caballeros remilgados y directamente estrangulables, sus catetitos recién llegados del campo que parecen una versión retro de La ciudad no es para mí de Paco Martínez Soria, sus conspiraciones, secretos y zancadillas, un microcosmos que estamos hartos de ver en las series de la BBC, pero que aquí resulta algo artificioso, entre otras cosas porque se ha abusado de la (mala) infografía para recrear la capital londinense de hace dos siglos.
Todo el cine sobre la obra dickensiana depende mucho de los actores: los diálogos, pero sobre todo los fuertes sentimientos encontrados típicos de su obra, precisan de intérpretes notables que sepan conferirle la fuerza y el vigor de los originales literarios. En este caso, el protagonista, Jeremy Irvine, es un pipiolo que quizá cuando madure resulte más apropiado, pero aún no lo es. Helena Bonham Carter nos vuelve a repetir uno de esos papeles excéntricos en los que se ha especializado, y ya empieza a cansar. Menos mal que están Ralph Fiennes, al que hay que agradecerle algunos de los mejores momentos del filme, y sobre todo Robbie Coltrane, un secundario imprescindible, una presencia imponente que llena la pantalla (y no sólo porque pese algo así como doce arrobas…).
El conjunto resulta clásico en extremo. Ello no debería ser un defecto, sino que podría ser una virtud. Pero lo cierto es que el recuerdo de la versión que de esta misma novela hizo David Lean en 1946, con el título en España de Cadenas rotas, es suficiente para saber cuándo un clásico es algo imperecedero y cuándo lo que resulta ser es una apañada transcripción cuya impersonal corrección es su pecado original.
Grandes esperanzas -
by Enrique Colmena,
Mar 30, 2013
2 /
5 stars
La ciudad no es para mí
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