La comedia victoriana (obviamente británica) tiene algunas reglas que, si no las cumples, vas de ass (permítanme la pedantería anglófona: queda más fino que culo…). La primera es contar con diálogos brillantes, chispeantes, que en cada frase haya al menos un destello de ingenio; la segunda es que la trama no resulte previsible, que el espectador no sepa, por simple deducción, cuál va a ser el siguiente paso que van a dar los personajes; una tercera sería que la trama, por muy inverosímil que sea, esté contada de forma creíble; es verdad que esa regla sirve no sólo para la comedia, sino para cualquier género, aunque en éste es absolutamente esencial.
Bueno, pues lamentablemente, ninguna de estas reglas se cumplen en esta por lo demás bienintencionada Hysteria, que parte de un hecho real, la vida y milagros (no sé si la frase hecha es muy afortunada, dado el tema…) del doctor Mortimer Granville, un joven y entusiasta médico británico que, en pleno período victoriano, allá por 1880, inventó un rudimentario artefacto que, pasando el tiempo y sucesivamente perfeccionado, se conocería como vibrador.
Pero, como decíamos al principio de esta crítica, los diálogos no están a la altura: podrían haber sido escritos para cualquier sitcom, cualquier mediocre comedia de situación con las que matamos el tiempo cuando no tenemos otra cosa mejor que hacer. Los guionistas, Stephen y Jonah Lisa Dyer, son productores, y se estrenan en el guión con este filme, lo que nos hace pensar que necesitan un rodaje muy, muy largo… Su libreto, además de diálogos inanes, es previsible hasta la saciedad, sin lugar alguno para la más mínima sorpresa; y para remate de los tomates, siendo una historia verídica, está contada sin visos de credibilidad.
Porque tal y como está narrada es difícil creerse que, en plena época victoriana, lo que equivale a decir la más puritana de las muy mojigatas etapas históricas británicas, existieran galenos (primero el que sería suegro del protagonista, luego, y de forma estajanovista, el propio personaje central) que practicaran con sus pacientes, como acto médico estrella para curar la supuesta histeria femenina, la masturbación pura y dura, por más que se aplicara de forma supuestamente científica; ya se sabe que la ciencia, como el papel, lo aguanta todo… Sin embargo, la historia es real, pero está mal contada. Así las cosas, no te la crees, y a partir de ahí todo lo demás sobra.
Tanya Wexler, de corta e ignota filmografía como directora, no parece que vaya a engrosar ningún Olimpo de los cineastas. Y eso que el material con el que ha contado (esta historia verídica del médico que inventó, sin saberlo, el juguete sexual más usado del mundo) era de primera calidad. Lástima que en la manufacturación la mercancía se haya estropeado y al final se pueda decir, jugando con los conceptos manejados en el filme, que nos hemos quedado sin orgasmo…
(16-06-2012)
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