La cinematografía palestina, acorde también con la situación de este pueblo sin estado, es muy peculiar: la IMDb censa poco más de 170 productos audiovisuales, entre largometrajes de ficción, documentales, TV-movies, series y miniseries de televisión. Además, como cabría suponer, su menguada producción gira de forma abrumadora en torno al conflicto palestino-israelí, en sus muy diversas facetas. Por eso es curioso ver una película como esta Invitación de boda que no incide en ese tema, aunque (seguramente de forma inevitable) en algún momento enseñe la patita...
Tampoco es frecuente que sea una directora la que esté al frente del proyecto, teniendo en cuenta que la sociedad palestina, como en general todas las de civilización musulmana (con sus grados, por supuesto), no es precisamente muy dada a ceder espacios de poder a las mujeres. Annemarie Jacir fue la primera fémina palestina en rodar un largometraje, la interesante La sal de este mar (2012), tras hacer varios cortos, y con esta Wajib hace su tercer largo.
Palestina, en nuestros días: la hija de un profesor palestino se va a casar; para la ocasión ha vuelto de Italia su hijo (y hermano de la casadera), Shadi. Ambos recorren Nazaret, su ciudad, para entregar en mano, como manda la tradición local, las invitaciones de boda a sus familiares, amigos y compromisos. Conoceremos así a muy diversos tipos humanos, pero también la especial relación entre padre e hijo, que guardan resquemores mutuos diversos...
Tiene Jacir buena mano en la puesta en escena; opta, con buen criterio, por una realización sin subrayados, de corte casi costumbrista: veremos así un pedazo de la realidad social de Palestina, aun siendo ficción, pero con tipos que se adivinan perfectamente realistas, por no decir reales. Pero el mayor mérito de Invitación de boda es, precisamente, el hecho de que el conflicto con Israel esté puesto como en sordina, y lo que primen sean las relaciones entre padre e hijo, dos concepciones de la vida que se contraponen, finalmente se enfrentan, con el viejo que ha pasado de todo en su existencia, aunque sobrevive razonablemente bien, y el joven que, como tal, aún cree en la utopía; pragmatismo y revolución, pues, enfrentados, con el paisaje al fondo del omnipresente Israel que no se fía de sus vecinos palestinos.
Bien narrada, jugando con habilidad con las muchas visitas que la entrega de las invitaciones de boda da como excusa, con una crítica evidente hacia una administración palestina que funciona muy deficientemente (esa basura que se acumula impenitente en las calles) y también a una sociedad civil que dista mucho de la profesionalidad (esas tarjetas con fecha equivocada que tendrá que pagar, de nuevo, quien las encargó y no quien la pifió), Invitación de boda gusta, además de por sus evidentes apuntes del natural en un país del que casi siempre asistimos solo a sus tragedias y no a su vida cotidiana, por el hecho de ser una película que habla de sentimientos, de familias, de rupturas, de sacrificio, de vínculos invisibles. Una dramedia finalmente sobre padre e hijo, sobre sus vidas, los anhelos de uno, el joven, habitante de otro mundo en el que se siente libre y a gusto, pero que en su relación con Palestina sigue instalado en el odio a Israel; el deseo del otro, el viejo, de terminar su existencia cerrando el capítulo, para él trascendental, de casar a sus hijos (también al renuente que vive en Italia, emparejado con la hija de un antiguo dirigente de la OLP) y con ello dar por cerrada su tarea vital.
Decíamos que el conflicto con Israel apenas aparece en el film, pero cuando lo hace, se masca la tensión; son solo unas cuantas escenas, como la de padre e hijo desayunando en un bar de Nazaret al que entran a hacer lo propio unos militares judíos: la mirada del joven Shadi, durísima, taladra a uno de ellos, que, azorado, desvía los ojos para no verlo. Algunas pinceladas, entonces, porque hacer cine sobre Palestina y que no aflore, aunque sea de pasada, el conflicto con Israel, sería poco menos que imposible, además de impensable.
Padre e hijo están interpretados por Mohammad Bakri y Saleh Bakri, curiosamente también padre e hijo en la vida real. Ambos actores hacen un excelente trabajo, en el que quizá intuyamos rasgos, emociones, gestos, que no sean solo de sus personajes...
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