Pelicula:

CRITICALIA CLÁSICOS


Disponible en Filmin.

Muy al norte de la costa atlántica de los EE.UU. y en el estado de Nueva Jersey se encuentra esta ciudad, que a mediados del pasado siglo XX gozaba de una gran popularidad por sus vistosas (y horteras) construcciones, sus casinos o su boardwalk (paseo marítimo) que lucía como el más largo del mundo, al superar los 9 kilómetros de longitud, y además entablado, para no llenarse de arena... Allí puso el dichoso Donald Trump su primer hotel, el Trump Taj Mahal, y toda la ciudad era un hervidero de tiendas lujosas y/o extravagantes, salas de fiestas y frecuentes actuaciones de famosos. Pero en los años sesenta todo se vino abajo: muy lejos de allí, en medio del desierto de Nevada (y mirando al otro océano, al Pacifico) había surgido una ciudad de luces y neones, Las Vegas, que como un imán había usurpado ese mundo del juego, prostitución encubierta, ruletas,  tragaperras, casinos y música antes citado.
 
Ahí transcurre, en su etapa triste y sórdida, nuestra película, que curiosamente y por ajustes de producción, la dirige un francés, Louis Malle, pero con dinero canadiense y bandera de los USA. Malle era un cineasta cosmopolita, nómada, verso suelto y transversal de la Nouvelle Vague, que no desdeñaba los documentales (como su inicial El mundo del silencio -con el  Comandante Cousteau- o Calcuta ) y destacó con su primer film Ascensor para el cadalso, una intriga dramática con Jeanne Moreau, escandalizó con El soplo en el corazón y con Lacombe Lucien (el tema del incesto -en el primero- y el del colaboracionismo en la ocupación alemana -en el segundo-), combinados con éxitos comerciales como la ocurrente Zazie en el metro, o Vida privada, ésta en pleno auge de Brigitte Bardot. Pero bien metidos en los años setenta se marcha a Norteamérica, donde debuta con La pequeña, (Brooke Shields), una niña que convive con su madre, una prostituta.

Y quizás harto ya de temas polémicos, cambia de tercio y enseguida rueda allí Atlantic City, ejemplo de la flexibilidad de Malle para tocar cualquier género o para darles enfoques distintos. Nos cuenta una historia agridulce, centrada en la figura de Lou Pascal, un gánster sesentón, que vive (o malvive) vacilando de que él conoció a Al Capone y fue colega de otro ilustre mafioso, Bugsy Siegel, hasta que lo asesinaron. Ahora habita en la vieja casa de su viuda, Grace, reumática y postrada en la cama, a la que sablea y entretiene a diario para sacarle unos dólares, que complementen sus apuestas y chanchullos en el barrio. Sin soñar en nuevos horizontes, se administra bien, cuida su escaso vestuario y no está ya para confundir la realidad y los sueños.

Al anochecer, Lou no falta en su oscura ventana, y sin vicio ni maldad observa agradecido cómo al otro lado del patio su vecina Sully Matthews (una joven y hermosa Susan Sarandon), que trabaja vendiendo ostras y mariscos, exprime limones y con su jugo se limpia y acaricia su pecho desnudo para borrar el olor, soñando con poder ser crupier en un casino, a pesar de los malos modos del jefe, un antipático Michel Piccoli. Pero la cosa se complica al aparecer el ex de Sully, un traficante de medio pelo que, de rebote, se ha hecho con un buen cargamento de cocaína, a su vez buscada por los jefes gordos.

Lou se envalentona y cuando aparecen estos pistoleros, casi sin querer, les dispara y elimina. Al llegar los capos, que registran la casa de Sully, el viejo gángster les da la mercancía, reservándose una parte de la coca. Y parcialmente la cinta gira levemente hacia la acción y algunas persecuciones de coches. Sintiéndose un héroe, y con pasta, confiesa su amor por la muchacha, que le regala una noche de amor y placer... pero por la mañana ha desaparecido. Bajando de su paraíso, el buen Lou vuelve a su día a día, entiende su realidad y vuelve con su viuda Grace, cada vez más recuperada de su reuma, ante los arrumacos de su inquilino.

Cinta elegante y observadora, un buen guión de John Guare es potenciado por la inteligencia de Louis Malle en la dirección, que no subraya, que nos presenta todo con naturalidad, aportando un rayo de luz en un ambiente poco estimulante y decadente. Cuenta además con una espléndida actuación de Burt Lancaster, sereno y maduro, tan distinto al aristócrata de El Gatopardo, veinte años atrás. Y en lo musical con la garantía del gran Michel Legrand. La película, premiada con el León de Oro en Venecia, permitió además que, en lo personal, Louis Malle conociera en su rodaje a Candice Bergen, su segunda esposa, que le acompañaría desde entonces hasta la muerte del director, con 63 años, en 1995.

Aunque el realizador galo hizo más cine en los Estados Unidos (como la curiosa y minimalista Mi cena con André), acabó volviendo a Francia y desde su país natal, ya en 1987, nos regaló su indiscutible obra maestra, Adiós, muchachos, crónica emocionante y detallista de un internado católico en la Francia ocupada por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, y con un chico judío como uno de los alumnos. Todavía -de nuevo atraído por el nuevo mundo- rodaría algo más en USA, filmando en Nueva York Vania en la calle 42, un inteligente guión de David Mamet adaptando a su manera la famosa obra de Antón Chéjov.  Así, en escenarios dispares e historias tan diferentes, de un continente a otro, Louis Malle dejó la huella de un cineasta equilibrado, sensible e inteligente, y que nunca quiso sentirse un genio o comerse el mundo...


(12-05-2024)


 


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104'

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Atlantic City - by , May 12, 2024
3 / 5 stars
El viejo gángster y la linda vecina