Nina (2024)

CINE EN SALAS

El buen cinéfilo sabe que, hoy por hoy, los tráilers, especialmente los del cine norteamericano, son expertos en “spoilear” las películas, de tal manera que uno ve uno de estos avances y puede decir aquello de “ea, pues ya he visto la película...”, porque generalmente te la cuentan entera, resumidamente, y si acaso te dejan una mínima incógnita aunque, por supuesto, procuran darte pistas evidentes de por dónde van a ir los tiros... Pues con esta Nina nos pasó justo lo contrario: su tráiler está hecho a la manera en la que, a nuestro entender, debería hacerse siempre este tipo de avances, sugiriendo antes que contándote nada, o, como mucho, dándote algunas pinceladas, además de, tratándose de un thriller dramático, presentar un montaje sintético “in crescendo”, apoyado en una música percutante, como es el caso. Vaya, que un tráiler lo que tiene que hacer es incitarte a ver la peli, no contártela... El lector puede hacerse una idea de lo que comentamos visualizando el tráiler que incorporamos junto a esta crítica.

Pero, sin embargo, este estupendo tráiler, que invita prometedoramente al espectador a ver la película, está en este caso claramente por encima del producto que anuncia, lo que no deja de ser bastante descorazonador... La historia se ambienta en nuestro tiempo (aunque no se cita lugar alguno en concreto, la película está rodada en la provincia de Vizcaya, en localidades como Mundaka y Bermeo); de noche, cayendo una manta de agua, vemos a Nina, una mujer como de cuarenta y algunos años, que, presa de una gran ansiedad, llega a un pueblecito, localiza a alguien en la lejanía de una casa y saca una escopeta de una bolsa, aunque no llega a disparar. Ya en el pueblo, se da a conocer a los moradores; ella se marchó de aquel lugar cuando tenía 16 años, a Madrid, donde se ha labrado una sólida carrera como actriz. Pronto nos enteramos de que Nina ha vuelto porque quiere vengarse de Pedro, un intelectual que, cuando ella era adolescente, la sedujo con sus maneras de hombre cosmopolita...

El tema de la persona, generalmente mujer, que vuelve al pueblo de su infancia o juventud para cobrarse una deuda sentimental o moral no es nuevo, desde luego; tiene tradición en las artes narrativas, tanto literatura como cine o televisión. Esta nueva aportación a esa temática nos parece bastante endeble, por varios motivos: la película tiene problemas de guion, con una evidente falta de motivación para que, treinta años después, una mujer hecha y derecha, con su carrera plenamente consolidada, decida de buenas a primeras volver al pueblo de sus mayores para cobrarse venganza del hombre que la sedujo y la preñó en su adolescencia. Evidentemente, la acción por parte del hombre fue deleznable, aprovechándose de la fascinación que ejercía con sus modos exquisitos y cultos en una joven muy influenciable, pero debería existir algo más que el recuerdo de los hechos acontecidos treinta años atrás para que esa mujer lo tire todo por la borda y se presente en el pueblo absolutamente descompuesta para descerrajarle dos tiros al tipo que la sedujo en el pasado siglo.

Tampoco es que la línea argumental de la protagonista deambulando por el pueblo, entretanto le da vueltas a si ejecutar su venganza, o no, es precisamente para tirar cohetes, con encuentros con algunos de sus antiguos conocidos o amigos, con diálogos más bien horribles y vacíos, que en su boca se quieren trascendentes, pero resultan más bien inanes, dando así carrete para poder cubrir un metraje más o menos estándar. Incluso una de las bazas de interés, la utilización de montajes paralelos entre los hechos que acontecen en nuestros días y los “flashbacks” en los que Nina rememora aquel tiempo de su juventud en el que fue seducida, está hecho con un desaliño, con una falta de estilo ciertamente llamativa. Y eso que la pamplonesa Andrea Jaurrieta, la directora, llamó la atención positivamente con su debut en la realización de largometrajes con la interesante Ana de día (2018), con Ingrid García-Jonsson, que consiguió nominaciones a los Premios Goya, Feroz y ASECAN. Jaurrieta, también guionista, se ha basado libremente en la obra teatral Nina, de José Ramón Fernández, a su vez inspirada en la inmortal La gaviota, de Chéjov, aunque ciertamente la distancia entre la obra del maestro ruso y esta película es sideral... Ya se sabe que las mismas o parecidas cartas, jugadas de distinta manera, dan “manos” muy diferentes...

Se ha hablado de wéstern contemporáneo, en lo que nos parece, cuando menos, una visión bastante exagerada, por no decir inexistente: el wéstern, contemporáneo o no, no se compadece en absoluto, en nuestra opinión, con esta historia de supuesta venganza, mal motivada y peor expuesta, en un film del que esperábamos mucho más... y, como suele suceder en estos casos, nos hemos encontrado con mucho menos...

Es cierto que la música de Zeltia Montes (esa misma que nos encandiló en el tráiler que era mejor que la película...) está muy bien y acompaña adecuadamente la peripecia de la protagonista, por más que esta sea tan divagatoria y desvaída: se podría decir de la música, con el famoso dicho sobre el Cid, “qué buen vasallo, si tuviera buen señor”...

Patricia López Arnaiz, sobre la que descansa toda la película, hace un trabajo muy esforzado, porque ella, que es una estupenda actriz, sabe sacar petróleo de casi todo, aunque aquí le cuesta porque su personaje es inconsistente en sus incoherencias. Pero a Patricia, desde luego, no se le puede reprochar nada porque ella lo da todo. Algo más endeble nos parece el argentino Darío Grandinetti, que aquí nos parece no se termina de creer demasiado su papel, ni el de cuando representa ser un intelectual cuarentón encandilado por la jovencita que le idolatra, ni menos todavía cuando, ya septuagenario, tiene que enfrentar ese pasado que se le presenta apuntándole con una escopeta de dos cañones. Un final abierto deja la pelota en el alero del público, como es tan frecuente hoy en día, pero tampoco resulta especialmente brillante.

(15-05-2024)