A raíz de la muerte de Paul Auster, venimos desarrollando una serie de artículos sobre los escritores de prestigio que decidieron probar suerte en la dirección cinematográfica. Tras un primer capítulo dedicado a Estados Unidos, quizá el país en el que cuantitativa y cualitativamente más se ha dado ese fenómeno, hablaremos de España, que también aporta un buen número de escritores de fama que dieron el paso de enfrentarse a la realización de cine.
Siguiendo con el criterio aproximadamente cronológico con el que estamos afrontando esta serie de artículos, nos encontramos en primer lugar con Jacinto Benavente (1866-1954), fundamentalmente dramaturgo (de toda laya: comedia, tragedia, sainete...), disciplina en la que fue muy prolífico y en la que ganó en su momento considerable popularidad, con títulos que en su época alcanzaron gran fama entre el público, como Los intereses creados, Rosas de Otoño o La malquerida, entre otras muchas. En la España de la época en la que desarrolló su obra, entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, fue uno de los dramaturgos más apreciados por el espectador, no así por buena parte de la crítica, que le reprochó con frecuencia su superficialidad. En 1922 ganó el Premio Nobel de Literatura, lo que probablemente le permitió afrontar el resto de su abundante obra con mayor seguridad en sí mismo. Benavente probó suerte como director en el nuevo invento del cinematógrafo a finales de los años diez del siglo XX, en plena etapa del cine mudo, con (como era de esperar) sendas adaptaciones de dos de sus obras, Los intereses creados (1919) y La madona de las rosas (1919), si bien no debió quedar demasiado contento del resultado porque nunca más volvió a reincidir. Por supuesto, dada su enorme popularidad, su obra ha sido versionada por otros muchos directores, tanto en cine como en televisión, tanto en España como en el extranjero (por citar solo algunos ejemplos: Estados Unidos, Italia, Polonia, Suecia, Portugal...).
Coetáneo de Benavente sería Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), novelista, periodista, ensayista, historiador, traductor, ocasional dramaturgo y, además, político muy activo (de corte republicano, anticlerical y con fuerte preocupación social). Sus novelas gozarían de un extraordinario éxito a partir de la publicación de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, convirtiéndose en una estrella literaria, especialmente en Estados Unidos, donde esta novela se ha versionado varias veces. Otras obras suyas gozaron de gran popularidad, tanto en España como en el extranjero, como Sangre y arena, Arroz y tartana, Entre naranjos o La barraca. Fuertemente atraído por el nuevo fenómeno de entretenimiento que era entonces el cinematógrafo, Blasco Ibáñez afronta en 1917 el salto a la dirección, lo que hará de la mano de Max André como codirector, adaptando a la gran pantalla su novela Sangre y arena, que había publicado con gran éxito en 1908. Sin embargo, no volvió a repetir la experiencia, a pesar del éxito popular que esta adaptación consiguió. Sus novelas han sido objeto de versiones para cine y televisión desde entonces, no solo en Estados Unidos, donde Blasco era muy conocido en las primeras décadas del siglo, sino también en otros países como Francia, México, Brasil y hasta Hong Kong, en algunos casos con películas que están en la Historia del Cine, como Sangre y arena (1941) de Rouben Mamoulian, con Tyrone Power y Rita Hayworth, o Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1962), de Vincente Minnelli, con Glenn Ford (al pie de este texto el lector interesado encontrará un enlace para poder visionar la única película dirigida por Blasco Ibáñez, Sangre y arena, de 1917).
Alejandro Pérez Lugín (1870-1926) fue fundamentalmente periodista, ensayista y corresponsal de guerra, pero también escribió varias novelas que gozaron de gran popularidad en las primeras décadas del siglo XX, como La casa de la Troya y Currito de la Cruz, novelas que jugaban con el casticismo español de la época, entreverado de romances y de cierto tono costumbrista. A mediados de los años veinte Pérez Lugín se atrevió a dar el salto a la dirección cinematográfica, y lo haría precisamente con sendas versiones de esas sus dos novelas más famosas, La casa de la Troya (1925), que codirigió con Manuel Noriega, quien pondría su experiencia como realizador; y Currito de la Cruz (1926), que codirigiría en este caso con Fernando Delgado. La muerte de Pérez Lugín en 1926 dejaría inconclusas varias novelas, como La virgen del Rocío ya entró en Triana, que completaría (con seudónimo) su amigo Manuel Siurot. Esta novela sería llevada al cine hasta en tres ocasiones, aunque con títulos distintos al original: La Blanca Paloma (1942), Sucedió en Sevilla (1955) y Camino del Rocío (1966); igualmente, Currito de la Cruz, además de la versión del propio Pérez Lugín, sería llevada al cine por otros directores, con igual título, en 1936, 1949 y 1965; y La casa de la Troya conoció también otras cuatro versiones dirigidas por otros realizadores, en los años 1930 (con el título En el alegre Madrid), 1936, 1948 y 1959 (estas tres con su título original), más una serie de televisión también titulada La casa de la Troya, producida y emitida en Argentina en 1960, además de un episodio del teleteatro Novela de TVE, de 1965 (al final de este texto el lector encontrará enlaces en los que podrá visionar las dos películas dirigidas por Lugín, La casa de la Troya y Currito de la Cruz).
Miguel Mihura (1905-1977), perteneciente a una generación posterior a la de Benavente, fue también dramaturgo, mayormente en la faceta de comediógrafo, además de periodista. Gozó de gran popularidad en su época, formando parte de una pléyade de literatos que se dedicaron mayormente al humor (Tono, Jardiel, Álvaro de la Iglesia...). Mihura, en teatro, es autor de un puñado de obras reseñables que gozaron de predicamento en su momento, un humor con frecuencia trufado de cierto surrealismo, como Tres sombreros de copa, Maribel y la extraña familia y Ninette y un señor de Murcia. En 1940 Mihura probó suerte como realizador cinematográfico con Un bigote para dos, en la que compartió la dirección con Antonio Lara “Tono”, amigo, colega de generación y también humorista como él. La película no era en realidad un producto filmado por Mihura y Tono, sino una resincronización de un film austriaco, Unsterbliche Melodien (literalmente, “Melodías inmortales”), dirigido en 1936 por Paul Heinz, en la que los dos codirectores sustituyeron los diálogos por textos suyos, lógicamente en español, en tono burlesco y cómico. El experimento no debió tampoco ser demasiado del agrado de Mihura, que no volvió a calzarse los metafóricos zapatos de director (bien que en la peculiar forma en la que lo hizo...), aunque Tono sí reincidió posteriormente en algunos otros proyectos como tal. La obra teatral de Mihura, como ya sucedió con la de Benavente, fue no obstante muy versionada al cine y la televisión, e igualmente en España y fuera de ella (Reino Unido, Alemania, Francia, Bélgica, Portugal, Austria...).
Jesús Fernández Santos (1926-1988) fue un novelista, cuentista, periodista, guionista y realizador televisivo, coetáneo como escritor de la llamada Generación del Medio Siglo (Martín Gaite, Sánchez Ferlosio, Aldecoa, Martín Santos...). Varias de sus novelas gozaron de justa fama, como Los bravos, Extramuros y Los jinetes del alba. En TVE desarrolló una intensa tarea como exquisito realizador de documentales, generalmente de corte cultural. En cine dirigió un único título, Llegar a más (1961), un film en clave realista que entroncaba en lo cinematográfico con otras películas similares que se estaban haciendo en aquellos años, como Los golfos, de Saura, o, en clave de thriller, Los atracadores, de Rovira Beleta, pero también con la literatura realista española de la época que tuvo en El Jarama su máxima expresión. Lamentablemente, el tiempo que tuvo que dedicar Fernández Santos a la producción y estreno del film (7 años en total) le desanimaría para seguir en su carrera cinematográfica, perdiéndose con ello un muy valioso cineasta.
No se puede decir lo mismo de Alberto Vázquez-Figueroa (1936), novelista prolífico donde los haya, además de un sinfín de oficios, desde periodista y corresponsal de guerra a inventor y empresario. Sus novelas han gozado y aún gozan de gran popularidad, siendo en general productos más bien elementales y de puro entretenimiento, con preponderancia de las aventuras en paisajes exóticos, que Vázquez-Figueroa conoce bien por haber viajado por todo el mundo, con frecuencia cubriendo conflictos armados. En cine se iniciaría en 1971 con el guion de ¿Es usted mi padre?, de Antonio Giménez-Rico; esa faceta de guionista la mantendrá prácticamente hasta nuestros días, generalmente sobre novelas propias, en films conocidos como El perro (1977), de Isasi-Isasmendi, Ashanti (1979), de Fleischer, o Tuareg (1984). La dirección cinematográfica la desempeñará Vázquez-Figueroa en dos ocasiones, a finales de los años setenta: Oro rojo (1978), sobre el comercio clandestino de la sangre en Hispanoamérica, con José Sacristán de protagonista, y Manaos (1979), ambientada en plantaciones de árboles productores de caucho, en el Amazonas, en una ambiciosa coproducción hispano-italo-mexicana con un reparto internacional (Fabio Testi, Agostina Belli, Florinda Bolkan...), pero cuyos resultados en taquilla no se correspondieron con las expectativas previstas, lo que quizá desanimó a Alberto y no volvió a asumir la dirección de una película. En cualquier caso, como realizador tampoco se puede decir que fuera ninguna luminaria: su forma de dirigir cine, como su literatura, siempre fue ramplona, superficial y hueca.
Sobre Mario Vargas Llosa (1936) no hay mucho que decir, al ser una personalidad del mundo de la cultura sobradamente conocida. Lo traemos al capítulo dedicado a España en tanto en cuanto es natural de Perú pero también tiene la nacionalidad española y además la única película que dirigió también es de esa nacionalidad. Recordaremos forma parte (junto a García Márquez, Cortázar y Carlos Fuentes, entre otros escritores) del llamado “boom” hispanoamericano, el fenómeno literario surgido en la América de raíz española a partir de los años sesenta, y que renovó profundamente en especial la novela de aquella procedencia; Vargas Llosa, con títulos como su libro de relatos Los cachorros, y sus novelas La ciudad y los perros y Conversación en la catedral, se convirtió de inmediato en uno de los más interesantes escritores de su época; su fama (un tanto zarandeada por sus ideas políticas) perdura hasta nuestros días y con toda probabilidad quedará como uno de los grandes escritores hispanoamericanos de todos los tiempos. Ganó el Nobel de Literatura (además del Cervantes y el Príncipe de Asturias), y siempre ha sido un hombre culturalmente inquieto, ejerciendo también como articulista, dramaturgo, poeta, ensayista, cuentista y hasta se ha atrevido a subir a un escenario a interpretar alguna de sus obras teatrales. En cine Vargas Llosa ha escrito algunos guiones, como el de La odisea de los Andes (1976). Ese mismo año se atrevió a dar el salto a la dirección cinematográfica adaptando una de sus novelas más populares, Pantaleón y las visitadoras, si bien, conocedor de su escaso conocimiento del saber hacer en la realización, compartió esa tarea con José María Gutiérrez Santos, cineasta poco conocido pero con experiencia en la profesión, habiendo sido también ayudante de dirección de gente tan buena como Fernando Fernán-Gómez, Vittorio Cottafavi y hasta de Orson Welles... Pepe Sacristán era el Pantaleón del título, un estricto teniente de las Fuerzas Armadas Peruanas al que le endilgan la tarea de crear un cuerpo de “visitadoras” para que actúen (tiremos de eufemismo...) como “reposo del guerrero” de los soldados destinados en la selva. El film no tuvo gran repercusión, y Vargas Llosa debió quedar escarmentado, porque no volvió a reincidir. Sus obras, eso sí, han seguido llevándose a la pequeña y gran pantalla, incluida esta misma Pantaleón..., en 1999, por su compatriota Francisco J. Lombardi, con bastante mejor resultado que la que codirigió Mario.
Vicente Molina Foix (1946) es poeta, novelista, crítico de cine y televisión, libretista de ópera, ensayista, cuentista, dramaturgo, actor ocasional, guionista cinematográfico y, en dos ocasiones, director de cine. Forma parte de la generación poética conocida como Los Nueve Novísimos. Sus novelas más conocidas quizá sean Busto, Los padres viudos y La quincena soviética. Como director es autor, como decimos, de dos títulos: el primero, Sagitario (2001), con Ángela Molina y Eusebio Poncela, entre la comedia, el drama y la historia (esquinadamente) romántica. El film pasó sin pena ni gloria, ni en taquilla ni tampoco en la crítica, así que el segundo intento en la realización cinematográfica del ilicitano se demoraría casi una década: será El dios de madera (2010), con Marisa Paredes, una historia que incide en el drama de la inmigración ilegal y de los amores secretos o no tan secretos entre civilizaciones dispares, film que gozó de un aún menor aplauso por parte de crítica y público, lo que probablemente diera por finalizada la carrera de Molina Foix como director de cine.
Andreu Martín (1949) es un narrador, fundamentalmente de novela negra, aunque también ha escrito profusamente para públicos infantiles y juveniles, además de desempeñarse como dramaturgo, guionista de cómics y de cine. Su novela negra, por la que goza de mayor predicamento, suele inscribirse en lo que se denomina genéricamente como “realismo sucio”, con títulos como Aprende y calla, Prótesis (llevada al cine por Vicente Aranda como Fanny Pelopaja) y Por amor al arte. Ha escrito guiones de cine de muy diversa laya, como los de Putapela (1982), de Jordi Bayona, y Estoy en crisis (1982) y El caballero del dragón (1985), ambas de Fernando Colomo. Probó suerte como director de cine con Sauna (1990), curiosamente adaptando una novela ajena, de María Jaén, con el entonces muy de moda Patxi Bisquert (mayormente por su protagonismo en Tasio), más gente tan buena como Amparo Soler Leal y Karra Elejalde, una especie de comedia negra en clave sexual, pero con una carrera comercial lamentable y un nulo aplauso por parte de la crítica, lo que debió convencer a Martín de que lo suyo no era el “motor, cámara... acción”.
Otro escritor de novela negra que traemos a este artículo es Juan Madrid (1947), que además ha ejercido de cuentista, ensayista, guionista de cine y televisión. Algunas de sus novelas más conocidas son Días contados (que, con ese título, fue llevada muy atinadamente al cine por Imanol Uribe en 1994, siendo premiada con 8 Goyas) y Brigada Central (exitosamente llevada como serie a la pequeña pantalla, con Pedro Masó como director), además de varias series de novelas, como las del detective Toni Romano, iniciada con la seminal Un beso de amigo. Madrid dio el salto a la dirección rodando en Madrid (aunque resulte redundante...), con un guion propio, en la película Tánger (2003), con Jorge Perugorría como (improbable) mestizo hispano-musulmán, en un film que se pretendía a la vez clásico y rompedor dentro del cine negro, pero que no consiguió ni una cosa ni la otra. Tampoco el público, ni la crítica, respaldaron la propuesta, y la trayectoria de Juan Madrid como director pasó a mejor vida.
Ray Loriga (1967) es un novelista, cuentista y guionista de cine. Como novelista, su faceta más conocida, consiguió notoriedad con títulos como Lo peor de todo, Caídos del cielo y Tokyo ya no nos quiere. Colaboró en los guiones de Carne trémula, de Almodóvar, y de El 7º día, de Saura. En 1997 se estrenó como director cinematográfico con La pistola de mi hermano, adaptando su mentada novela Caídos del cielo y buscando un tono negro y tremendista; la respuesta en público y crítica fue muy reticente, por ser benévolos en la expresión, lo que probablemente hizo que Loriga se lo pensara dos veces antes de volver a intentarlo. En efecto, pasarán diez años hasta que reincida en la realización cinematográfica, pero ahora cambiando de tema: Teresa, el cuerpo de Cristo (2007) busca atribuir los raptos místicos de la santa de Ávila a supuestos éxtasis orgásmicos (lo que ya es imaginación...), en lo que tenía más pinta de provocación de un individuo anticlerical que otra cosa. En este caso la crítica (tal vez por el tema...) fue bastante más benévola, pero el público, que se olió la “tostá”, como decimos en mi tierra, le dio la espalda, y la película (una costeada coproducción hispano-franco-británica, con reparto de primeros espadas: Paz Vega, Leonor Watling, Geraldine Chaplin, José Luis Gómez, Eusebio Poncela...) se estrelló en taquilla. Desde entonces, Loriga no ha vuelto a intentar ejercer de nuevo como director...
La última incorporación a esta nómina de escritores españoles que han dado el salto a la dirección cinematográfica es reciente y además (por fin...) tiene nombre de mujer: Elvira Lindo (1962) es periodista, novelista, guionista de radio y cine, dramaturga, actriz y columnista. Como novelista consiguió gran popularidad con el ciclo de novelas sobre el personaje Manolito Gafotas, un cómplice acercamiento a la infancia en los barrios modestos, aunque también ha cultivado la literatura para adultos en libros como El otro barrio, Una palabra tuya y A corazón abierto. Es la esposa de otro escritor, Antonio Muñoz Molina. La proximidad de Lindo al cine (en el que ha trabajado reiteradamente como guionista y actriz) hacía suponer que, más tarde o más temprano, debutaría en la dirección (con la colaboración de una cineasta, en este caso Daniela Féjerman), lo que ha hecho con Alguien que cuide de mí (2023), dramedia inspirada en un relato corto de la escritora, centrada en tres personajes femeninos (interpretados por Aura Garrido, Emma Suárez y Magüi Mira) que, sin embargo, fue mal en taquilla y tampoco fue elogiada por la crítica, así que habrá que ver si Elvira vuelve a intentarlo en el futuro.
Enlace para ver Sangre y arena (1917), de Vicente Blasco Ibáñez y Max André:
https://www.youtube.com/watch?v=OBld7WXdDwQ
Enlace para ver La casa de la Troya (1925), de Alejandro Pérez Lugín y Manuel Noriega:
https://www.youtube.com/watch?v=vVMdfWM1Xw0
Enlace para ver Currito de la Cruz (1926), de Alejandro Pérez Lugín y Fernando Delgado:
https://www.youtube.com/watch?v=fPygaNBTQ64
Ilustración: Un joven Mario Vargas Llosa da instrucciones a sus actores en Pantaleón y las visitadoras (1976), que codirigió con José María Gutiérrez Santos.
Próximo capítulo: Escritores tras la cámara: cuando Shakespeare quiere ser también Eisenstein. Francia (III)