El reciente fallecimiento de Paul Auster, uno de los más importantes escritores norteamericanos de los últimos cincuenta años, pero también ocasional director de cine, nos permite glosar esa figura, la del escritor de prestigio que se atreve a dar el salto a la dirección cinematográfica, cosa no demasiado frecuente, aunque, como veremos en los capítulos que compondrán esta serie, quizá lo sea más de lo que se cree.
Quede claro que no hablamos de los escritores que se han desempeñado solo como guionistas, entre los que ha habido una larga nómina de autores (recordar los nombres de Faulkner, Hammet, Scott Fitzgerald, Capote, Steinbeck, Bradbury o Bloch, entre otros muchos, no sería ocioso), sino de aquellos que dieron el salto a la realización de cine; el guion, aunque es un instrumento obviamente fílmico y tiene sus propias reglas y lenguaje, está evidentemente emparentado con formatos literarios tales como la novela, el cuento y la obra teatral, mientras que el salto mortal que se produce entre la obra literaria narrativa y la puesta en escena cinematográfica podría compararse con la de un pintor que se dedicara al bel canto.
Procederemos en este y siguientes capítulos a glosar la obra cinematográfica como directores de un buen puñado de escritores que un día se liaron la manta a la cabeza (porque hay que tener un gramo de locura para hacerlo, exponiendo el prestigio en una aventura tal) y dirigieron una o varias películas. Lo haremos por países y por un orden cronológico aproximado de los diversos autores que citaremos, para una mejor comprensión del fenómeno. Por supuesto, el lector debe entender que, como es habitual, no aspiramos a la exhaustividad, aunque sí a una amplia representación de la figura de ese escritor que, jugando con el tropo que hacemos en el título, quiere ser, además de Shakespeare, Eisentein, por citar dos de las figuras evidentemente señeras en cada una de las respectivas artes, literatura y cine.
Empezaremos por todo un clásico, Norman Mailer (1923-2007), escritor de amplio espectro (novela, periodismo, teatro, ensayo...), autor de algunas de las novelas esenciales de la literatura USA del siglo XX, como Los desnudos y los muertos, Los tipos duros no bailan y La canción del verdugo, y comprometido e intenso activista político. Mailer, que también se desempeñó como guionista con cierta frecuencia, se atrevió a dar el salto a la dirección cinematográfica con Wild 90 (1968), una marcianada que él mismo interpretó, junto a algunos amigos, un inclasificable (e incalificable) experimento entre lo dadaísta y lo existencialista, en cualquier caso una cafrada de marca mayor (puede verse el tráiler pulsando aquí). Ese mismo año repite con Beyond the law, ambientado en Manhattan, ahora sí con algunos actores conocidos (como Rip Torn), aparte del propio Mailer como intérprete, y de nuevo bordeando los conceptos ortodoxos de ley y justicia. El tercer título de Mailer/director será Maidstone (1970), que se anunciaba con la provocativa pregunta (quizá retórica...) de “¿convertirá Norman Mailer la Casa Blanca en un burdel?”, con lo que ya está casi todo dicho en cuanto a su vocación de “épateur le bourgeois” y también su tono claramente “underground”. Tras estos tres experimentos, Mailer solo volverá una vez más a la dirección cinematográfica, pero ya dentro de los cauces (más o menos) comerciales al uso, con la adaptación de su novela Los hombres duros no bailan (1987), con producción de la compañía judía Golan-Globus, pero también de los Zoetrope Studios de Francis Ford Coppola (que ya es una mezcla rara...). Con Ryan O’Neal e Isabella Rossellini al frente del reparto, cosechó una sorprendente unanimidad en el rechazo de crítica y público, consiguiendo una recaudación de poco más de 300.000 dólares, cuando partía de un presupuesto de 5 millones, y además fue nominado a 7 premios Razzie (ya saben, los “anti-Oscar”, en el que se “galardonan” a las peores películas del año). Después de esto, Mailer no volvió a dirigir (no sé por qué sería...).
Michael Crichton (1942-2008) fue un escritor fundamentalmente (aunque no solo) de ciencia ficción, con novelas tan conocidas como La amenaza de Andrómeda, Parque Jurásico o Acoso, todas las cuales tuvieron adaptaciones cinematográficas de gran éxito comercial. Pero el propio Crichton, a partir de principios de los años setenta, se involucró también como director, en una serie de películas que gozaron, en general, de popularidad. Debutó con un telefilm, Pursuit (1972), quizá para foguearse en el oficio, para continuar con Westworld-Almas de metal (1973), curiosa anticipación del fenómeno de los parques temáticos, aunque llevados a peligrosos extremos; en Coma (1978) adaptó una novela ajena, de Robin Cook, coqueteando con la ficción científica pero también con el género de terror, mientras que con El primer gran asalto al tren (1978) hizo su primer film de época, adaptando su propia novela, ambientada en la Inglaterra de mediados del siglo XIX, en un thriller de atracos (como ya avisa el título) con gran cabecera de cartel, Sean Connery y Donald Sutherland, nada menos... Tras rodar Ojos asesinos (1981), que pasó desapercibida, consigue otro éxito comercial con Runaway: Brigada especial (1984), que combinaba dos de sus géneros favoritos, la ciencia ficción y el thriller policial, sazonado además con generosas dosis de acción. Su última experiencia acreditada tras una cámara fue Contra toda ley (1989), que no suscitó entusiasmo alguno.
Stephen King (1947) no necesita mucha presentación... maestro del género del terror moderno, sus novelas se venden a millones en todo el mundo. En tiempos recientes la crítica, generalmente reacia a concederle ningún mérito, está cambiando los parámetros y ya no es el apestado que hasta ahora (en términos de la crítica exquisita) era. La relación de King con el cine es tan profunda que, de hecho, su primera novela, Carrie, que fue un gran éxito de ventas, multiplicó su popularidad exponencialmente gracias a la famosa versión cinematográfica que hizo de ella Brian de Palma. King probó suerte en la dirección de cine solo en una ocasión, en La rebelión de las máquinas (1986), ciertamente una bastante endeble película, libremente basada en uno de sus relatos, Trucks, pero que evidenció que el talento de Stephen no era precisamente el de Welles...
Sam Shepard (1943-2017) fue algo parecido a un artista renacentista, aunque nacido en Illinois... actor teatral y cinematográfico, dramaturgo (obtuvo el Pulitzer por tal faceta), guionista de cine y televisión, y hasta músico... como director cinematográfico su obra es escasa pero no exenta de interés: se limita a dos títulos, Norte lejano (1988), un drama rural familiar intergeneracional, con su entonces pareja, la estupenda Jessica Lange, al frente del reparto; su segundo film como director será Lengua silenciosa (1993), un extraño drama ambientado en la comunidad amerindia, entre la tragedia cuasi griega y el terror telúrico, una película que hubiera merecido mejor suerte que la que tuvo.
Paul Auster (1947-2024), que nos ha permitido, como decíamos, iniciar esta glosa de escritores metidos a directores, fue una de las grandes plumas estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX y del primer cuarto de siglo del XXI. Poeta, novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista... nada humano le fue ajeno, siendo un escritor de amplio aliento liberal (en el mejor de los sentidos del término, el liberal político que aboga por las libertades públicas y la democracia y abjura de las autocracias, sean del signo que sean), con obras del calado y la influencia de La trilogía de Nueva York, El país de las últimas cosas o Leviatán, entre otras muchas; en los años noventa Auster realizaría algunas tímidas incursiones en el cine como director: la primera sería Blue in the face (1995), codirigida con el asioamericano Wayne Wang, que componía una especie de díptico con la anterior Smoke (1995), siendo ambos una serie de relatos austerianos puestos en imágenes con la complicidad de Wang, que evidentemente aportaba el saber hacer cinematográfico, dos films que tuvieron una apreciable repercusión entre la cinefilia. La segunda película de Auster, Lulu on the bridge (1998), ya la acometió en solitario como director, sobre una historia propia, entre el drama y el thriller cuasi accidental, que gustó bastante, lo que animaría a Paul a una tercer incursión en la dirección cinematográfica con La vida interior de Martin Frost (2007), que evidenciaba sus carencias en tal faceta, aunque también su notable talento literario.
David Mamet (1947) es, probablemente, el escritor que más y mejor ha hecho cine como director. Dramaturgo (obtuvo el Pulitzer en tal disciplina), novelista, ensayista y guionista de cine y televisión, escritor prestigioso ya desde principios de los años setenta, a mediados de los ochenta probó suerte en la dirección cinematográfica con Casa de juegos (1987), intrigante (y estupendo) thriller en forma de puzle, con materia literaria provista por él mismo y con su entonces esposa, la eximia Lindsay Crouse, al frente del reparto, junto a Joe Mantegna, que sería su actor fetiche durante la primera parte de su filmografía. Le seguiría otra magnífica película, Las cosas cambian (1988), de nuevo con Mantegna y un viejo y formidable Don Ameche. A partir de ahí, la presencia de Mamet como director de cine ha sido prácticamente continua hasta mediados de los años diez de este siglo XXI, con un buen número de films con un tono en general muy apreciable, generalmente con los ropajes del thriller, pero sin desdeñar los tonos de comedia o drama. Así, su firma ha estado en films como Homicidio (1991), Oleanna (1994), La trama (1997), El caso Winslow (sobre la obra de Terence Rattigan, 1999), State and Main (2000), El último golpe (2001), Spartan (2004) y Cinturón rojo (2008). Mamet podría ser el modelo a seguir en el tránsito de escritor a director de cine: en cada una de esas facetas, ha utilizado las herramientas, los recursos necesarios de los respectivos lenguajes, no es un escritor que dirige como buenamente puede, sino que lo hace con todas sus consecuencias, con un estilo y una técnica plenamente fílmicas, genuinamente personales.
No se puede decir lo mismo, sin embargo, del cine que ha dirigido William Peter Blatty (1928-2017). En 1972 publicó la novela El exorcista, que sería un gran éxito de ventas, lo que movió a la Warner a comprar sus derechos y rodar la versión cinematográfica homónima en 1973, con dirección de William J. Friedkien, convirtiéndose en un tremendo taquillazo en todo el mundo y también en un mito dentro del género de terror. A partir de ahí, Blatty, al parecer no demasiado contento de cómo se había hecho la adaptación de su libro (aunque lo hizo rico...), rodará dos films como director, ambos con la misma temática demoníaca que le hizo famoso: La novena configuración (1980), y El exorcista III: Legión (1990), ambos sobre novelas originales suyas, en las que confirmó que, desde luego, se manejaba mejor con la pluma que con la claqueta...
El último de los escritores que han dado el salto tras la cámara del que vamos a hablar se puede decir que es un recién llegado al cine: Graham Moore (1981) se hizo un nombre como escritor con su novela The sherlockian, publicada en 2010, a la que han seguido otros títulos como Los últimos días de la noche. En cine tuvo un gran éxito con el guion de The imitation game (Descifrando enigma) (2014), la biografía de Alan Turing con la que Moore consiguió, entre otros premios, el Oscar. El salto a la dirección cinematográfica (aunque antes se había fogueado en alguna serie y cortometraje) tendría lugar con El sastre de la mafia (2022), entonado thriller entreverado de drama (o viceversa...), con un estupendo Mark Rylance de protagonista, que obtuvo buenas críticas, lo que nos hace sospechar que no será la última película que dirija el escritor Graham Moore...
Ilustración: Zoey Deutch y Mark Rylance en una escena de El sastre de la mafia (2022), de Graham Moore.
Próximo capítulo: Escritores tras la cámara: cuando Shakespeare quiere ser también Eisenstein. España (II)