Pelicula:

CINE EN PLATAFORMAS


ESTRENO EN MOVISTAR+

Jonathan Glazer es un cineasta británico de dilatada carrera como autor de videoclips musicales y cine publicitario, pero cuya obra en el cine comercial al uso es bastante más menguada, pero no por ello exenta de interés, cifrándose en cuatro largometrajes rodados a lo largo de casi un cuarto de siglo. En todos ellos se aprecia, ciertamente, un cine muy personal, incluso esquinado, con temas vidriosos como el posible sexo entre menor y adulta (Reencarnación) o una extraña historia con extraterrestre de posibles múltiples interpretaciones (Under the skin).

Ahora, con esta La zona de interés, Glazer echa su cuarto a espadas en un tema, el Holocausto, siempre recurrente, siempre intrigante, siempre plausible en su lacerante realidad con nuevas perspectivas. La acción se desarrolla en su mayor parte en el entorno del campo de concentración de Auschwitz, circa 1943, cuando la maquinaria genocida del régimen nazi va a todo trapo en su intención de exterminar absolutamente a los judíos (y a los rojos, y a los gitanos, y a los homosexuales...) mediante la llamada Solución Final, por la que debía matarse a todos y cada uno de los judíos que moran sobre la faz de la Tierra. En ese contexto conocemos, en una encantadora villa construida pared con pared con el campo de concentración, al teniente coronel Rudolf Höss (ojo, no es Rudolf Hess, que ese era otro cabrón...), a su esposa Hedwig y a sus cinco hijos, tres chicas y dos chicos, todos menores de edad. Höss está al mando del campo de concentración, y como tal, busca la forma de incrementar la producción (traducción: exterminar a más judíos con un menor coste en tiempo y dinero...), mientras su mujer se desempeña como una ama de casa ejemplar, al cuidado de sus hijos, etcétera. Pero a Höss le ordenan trasladarse a otro campo de concentración, donde el jefe al mando parece no tener la energía necesaria para llevar a cabo su odiosa labor, y eso a Hedwig no le gusta nada, por tener que dejar esa casa tan paradisíaca...

Es curioso porque, aunque la película es una adaptación de la novela homónima del escritor británico Martin Amis (publicada en España en 2015 por Anagrama), lo cierto es que es una versión libérrima, tanto que incluso cambia sustancialmente la intriga y, de hecho, prescinde del triángulo amoroso y del complot para un asesinato pasional que es el eje del libro. Aquí nos parece que a Glazer, manteniendo a los personajes principales del matrimonio Höss, lo que le ha interesado mayormente es su versión del famoso concepto que Hannah Arendt llamó “la banalidad del mal”, que la famosa filósofa germano-norteamericana definió a partir de su presencia como reportera en el proceso contra Adolf Eichmann en Jerusalén. Pero también nos parece que a Glazer le ha interesado presentar ese tema en su película con una fórmula conceptual no demasiado lejana de la que utilizó el cineasta húngaro László Nemes en su estremecedora El hijo de Saul (2015), en la que uno de aquellos pobres desgraciados judíos que sufrieron lo indecible en los campos de concentración nazis era (per)seguido por la cámara de tal manera que los terribles hechos que acontecían a su alrededor apenas se entreveían al fondo, desenfocados o, directamente, no los veíamos pero sí escuchábamos el horrísono sonido de la muerte que se desplegaba en el entorno de aquel infeliz.

Ese concepto, el del fuera de campo, Glazer lo utiliza aquí hábilmente, presentándonos la vida idílica de la familia Höss, con sus rubicundos niños y niñas que crecen con toda normalidad, que van al colegio y juegan como todos los niños, mientras al fondo se oyen las tonantes voces de los jefes de los campos de concentración y a veces se ven, recortadas en el horizonte, las chimeneas arrojando el ominoso humo procedente de las naves en las que eran gaseados los judíos y los otros prisioneros. Veremos también a esa hacendosa ama de casa que en ningún momento se plantea hasta qué punto tiene el horror pared con pared con su casa, e incluso defiende ese su hogar con uñas y dientes cuando el marido le comunica que tiene que trasladarse a otro campo. O ese Rudolf Höss, que decide sobre la vida de los judíos con la misma emoción (ninguna) que podría hacerlo sobre cualquier mercancía inerte, mientras manifiesta siempre un entregado amor hacia sus hijos (con detalles como recoger  por las noches a una de sus pequeñas que tiene tendencia al sonambulismo y aparece dormida en cualquier lugar de la casa), o aparece sentidamente emocionado cuando tiene que despedirse, por su traslado, de su querido caballo.

Esa iniquidad del pensamiento humano, que aquí toma el tono ideológico nazi, pero que no es exclusivo de esa aberrante visión del mundo (recordemos los millones de rusos muertos en gulags y fuera de los gulags por la abyecta política estalinista, o los cientos de miles de camboyanos masacrados por los jémeres rojos, por poner solo un par de ejemplos literalmente sangrantes...), es en puridad, o al menos eso nos parece, el tema del film, el hecho de que personas capaces de amar abnegadamente a su familia y a sus animales, no sientan empatía alguna por otros semejantes por ser de otra etnia, o de otra ideología, o de otra tendencia sexual, o de otra lo que sea. Esa vida cotidiana con el horror de fondo, ese campo de concentración fuera de campo en la idílica villa que comparte la familia Höss, esos execrables actos rutinarios como el repartirse las prendas íntimas de las judías gaseadas, valorándolas a ojo como si estuvieran en un mercadillo, terminan siendo incluso más pavorosos que si se nos mostraran las imágenes de las que oímos solo las atemorizantes voces de los tipos de las SS, los ruidos horrísonos que quizá sean de las puertas de los hornos crematorios o del temible gas Zyklon B al ser expandido dentro de las naves de exterminio, y, sobre todo, ese humo ominoso que, a ratos, mancha el cielo azul con su estela de muerte; porque, como sabemos, la imaginación del espectador puede ser mucho peor que cualquier imagen.

Progresivamente, la película se va haciendo más y más críptica, en algún modo a la manera de la extraña Under the skin, con ese metafórico descenso a los infiernos (atención: ¡spoiler!) del teniente coronel Höss, aquejado al parecer de alguna enfermedad indeterminada, o quizá devorado por su propia ignominia, con esa escena deambulando por pasillos, bajando unas escaleras cada vez más oscuras, unas escaleras que parecen no tener fin... o quizá sí lo tenga, en el mismísimo averno, donde sin duda habitará, para el resto de la eternidad, Rudolf Höss; porque, para vergüenza de la Humanidad, efectivamente existió este personaje histórico, el verídico comandante de Auschwitz.

Buen trabajo actoral, fundamentalmente de los dos protagonistas, Christian Friedel, que da razonablemente bien su personaje, este hombre que amaba a sus hijos, su mujer y su caballo, pero incapaz de la más mínima empatía con los miles de judíos que gaseó sin piedad en el campo de concentración en el que ejercía el ordeno y mando; y, por supuesto, Sanda Hüller, convertida desde Toni Erdmann, y no digamos tras Anatomía de una caída, en la actriz alemana más interesante de su generación.

(27-01-2024)


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105'

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La zona de interés - by , May 10, 2024
3 / 5 stars
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