Pelicula:

CINE EN PLATAFORMAS


ESTRENO EN MOVISTAR+


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Pues Jeanne Herry, la talentosa hija de la actriz Miou-Miou y del músico Julien Clerc, se está revelando como una cineasta especialmente dotada para los temas sensibles, vidriosos, que ella resuelve con una pasmosa ecuanimidad, sin renunciar a la emoción, pero tampoco empantanándose en ella ni utilizarla a su conveniencia. Ya con su anterior película como directora, En buenas manos (2018), demostró que era capaz de lidiar con un tema complejo como el de la adopción de bebés, sin que se le fuera de las manos ni tuviera la tentación de incurrir en emboscadas lacrimógenas. Ahora, con esta Las dos caras de la justicia (qué horrible título español para el francés Je verrai toujours vos visages, que sería algo así como “siempre veré vuestras caras”, mucho menos tópico y mucho más abierto), confirma que es en estas temáticas tan peligrosas como un campo de minas donde mejor se desenvuelve, donde da lo mejor de sí misma.

Así que Herry, que como actriz, su ocupación artística inicial, no parece que vaya a llegar mayormente a ningún sitio, como directora promete, y promete muchísimo. La historia se ambienta en nuestro tiempo; conocemos a través de la película lo que se conoce como la “justicia restaurativa”, un procedimiento existente en Francia legalmente desde 2014, por el cual se establece la posibilidad, absolutamente voluntaria por ambas partes, de que víctimas de delitos y presos en cárceles por haber cometidos diversos tipos de crímenes, puedan, tras un previo proceso de meticulosa preparación, tener encuentros comunes, supervisados por personal especializado en este tipo de actos, en el cual puedan poner en común, sin más límites que no incurrir en violencia física ni verbal, los miedos o las preguntas que se puedan hacer las víctimas, y las motivaciones, o las disculpas, o cualquier otro sentimiento que quieran expresar, en el caso de los convictos y confesos que cumplen sus penas en prisión.

Conocemos entonces a varios personajes; el primero, que conforma una historia con autonomía propia, es Chloé, una chica que quizá frise los 30 años, quien sabe de la salida de prisión de su hermano mayor, quien durante años, siendo ambos adolescente y niña, respectivamente, la obligó a mantener relaciones sexuales. Ahora, con su hermano fuera de la cárcel, y siendo consciente de que van a compartir ciudad, quiere establecer con él, a través de los procedimientos de la justicia restaurativa, un marco de reglas para no coincidir nunca con él ni en la calle ni en cualquier lugar de uso común, como cines o restaurantes; en la otra línea argumental principal, conocemos a otras víctimas: Sabine, anciana aterrorizada por un robo de bolso ocurrido hace años, en el que el ladrón la agredió brutalmente, no pudiendo desde entonces salir apenas de casa; Grégoire, asaltado en su hogar por encapuchados, temiendo por su hija que también estaba en la casa; y Nawelle, cajera de supermercado a la que atracaron años atrás, cuya vida ha quedado destrozada desde entonces, incapaz de recuperar su antigua existencia. Frente a ellos se sientan varios hombres, condenados fundamentalmente por robos con intimidación y violencia. Al principio aparecen, como era de prever, los duros reproches de las víctimas hacia los delincuentes (aunque estos no son concretamente los que las agredieron), pero, poco a poco, casi sin darse cuenta, empieza a tejerse entre ellos algo parecido a una cierta complicidad, a una mínima confianza...

Gusta esta nueva película de Herry porque, como ya pasaba en su anterior En buenas manos, en ningún momento peca de ingenua, ni de intentar endilgarnos un discurso tipo “Viva la gente” (esto los que tienen menos de 50 años igual no lo entienden...), de “qué buenos somos” y “todos somos en el fondo buenos” (o malos, que es otra forma de hacer “tabula rasa” y que todos seamos iguales). Pero no, Herry no cae en esa tentación, y los delincuentes son delincuentes y actúan y se comportan como tales, aunque a través de las sucesivas sesiones en las que se encuentran con las víctimas de otros como ellos, empezarán a entender al otro, esa tan rara facultad que está desapareciendo del mundo, ponerse en el lugar del otro, intentar ver el mundo con los ojos del otro. Por su parte, ellas, las víctimas, también empezarán, a través de la palabra que comparten e intercambian con los presos, a entender que estos son seres humanos como ellas, no bestias con pezuñas y rabo, y, sin disculparlos por lo que hicieron, comienzan a entenderlos como los seres humanos que al fin y al cabo son.

Gusta el tono humanista del film, sin caer en adanismos ni buenismos, ni sus contrafiguras, el tremendismo y el odio. Algunas de las escenas, en especial las de los encuentros entre las víctimas y los presos, están impregnadas de una potente carga emocional, que surge de la mera palabra de unos y otros, de la pura réplica o dúplica sobre lo argumentado por el contrario, aquí nunca enemigo, tal vez ni siquiera adversario. Con buen criterio, y para no hacer reiterativa y monótona la película, Herry intercala entre las distintas sesiones de encuentros de víctimas y presos, una serie de escenas, bien de la preparación de Chloé, la chica repetidamente violada por su hermano en su niñez, bien de las propias víctimas o de los presos, e incluso de los funcionarios que intervienen en esos encuentros y en su preparación, de tal forma que los conoceremos mejor a todos ellos, y en ese conocimiento podremos apreciar también su evolución a lo largo del film.

Película alejada del mero entretenimiento pero que en absoluto se hace pesada, sino que está inteligentemente estructurada para resultar amena a pesar de su dureza, Je verrai toujours vos visages (nos cuesta escribir el ramplón título español, ustedes dispensarán...) resulta ser una obra necesaria para entendernos a nosotros mismos, para entender por qué existen víctimas, por qué sienten ese miedo atávico como consecuencia del acto en el que fueron violentadas, pero también para recordar que dentro de cada delincuente hay un ser humano que, tal vez, quizá, acaso (se me agotan los adverbios de duda...), es posible que pueda redimirse. Si uno solo de los cientos o miles que asisten a esta “justicia restaurativa” consigue reinsertarse con normalidad en la sociedad civil, este procedimiento estaría más que justificado.

Quizá el hilo argumental más vidrioso sea el de la chica repetidamente violada por su hermano; quizá también por eso Herry le da un tratamiento aparte, autónomo. Su resolución, en una escena final como para enmarcar, confirma cómo un encuentro cara a cara entre ofendida y ofensor, si se es capaz de mantenerlo, puede tener un efecto fulminante, como de descubrimiento de todo, como de caída del caballo en el camino de Damasco.

Bienvenida Jeanne Herry al cine de sentimientos, de sentimientos esquinados, porque aquí no hay amor (en todo caso el que ponen los funcionarios para que todo vaya conforme a lo previsto en la justicia restaurativa) sino más bien odio, y miedo, mucho miedo. Como nos enteramos que experimentó el personaje de Nawelle, francesa de origen magrebí, cajera del supermercado cuando, al ser atracada y conminada a tirarse al suelo, durante diez minutos (toda una eternidad en su cerebro en pánico) todo su horizonte vital se limitó a ver polvo, una goma marrón y una moneda de 20 céntimos, que era todo lo que alcanzaba a ver en el suelo desde su horrorizada postura; durante años, esa visión se constituyó en su habitual pesadilla, en sueños y en vigilia: todo el horror concentrado en una visión banal, paralizante, de la que no había escapatoria. O quizá sí, quizá había escapatoria hablando sobre ello precisamente con gente como la que se la implantó indeleblemente en su magín.

Gran trabajo interpretativo de un elenco eminentemente coral, con varios miembros de la prestigiosa Comédie Française, como Birane Ba, Suliana Brahim (qué bueno que los nombres de origen africano pueblen ya también ésta en otro tiempo no muy lejano tan blanca institución teatral francesa) y Denis Podalydès, pero también otros que, sin ese pedigrí, no le van a la zaga, como la entrañable Miou-Miou (madre de la directora, como hemos comentado), pero también Élodie Bouchez o Gilles Lellouche, ambos ya reincidentes en anteriores trabajos de Herry como directora; sobre todos ellos, la jovencísima Adèle Exarchopoulos, en un complejísimo papel, la de la chica violada por su hermano, que requería de una contención, de una interpretación esencialmente a partir del rostro, de la mirada, que la inolvidable coprotagonista de La vida de Adèle borda como una veterana que tuviera ya todas las tablas del mundo.

Por supuesto, Je verrai toujours vos visages es de la misma estirpe de nuestra Maixabel, de Icíar Bollaín, que juega en esta misma liga de la justicia restaurativa; sin chovinismos, preferimos la película española, que nos parece extraordinaria, sin desmerecer en absoluto este notable film francés tan desgarrador pero, en el fondo, muy en el fondo, también tibiamente esperanzado.


(05-09-2023)


Las dos caras de la justicia - by , May 13, 2024
3 / 5 stars
Polvo, una goma marrón y una moneda de 20 céntimos