Enrique Colmena

En el primer artículo de esta serie sobre la obra de Henry James que se ha versionado en cine y televisión, comentábamos la gran cantidad de obras del prolífico escritor británico-norteamericano que han sido llevadas a la pantalla grande o pequeña; en concreto, decíamos que desde 1933, fecha de la primera adaptación de un texto jamesiano al cine, la IMDb censa la friolera de 231 productos audiovisuales (películas, series, miniseries, teledramáticos y TV-movies) que se han basado, en mayor o menor medida, en textos de Henry James. De ellos, 38 han sido largos para cine, 47 han sido películas para televisión, y 146 episodios televisivos incluidos bien en miniseries, bien en espacios contenedores de teleteatros, como el célebre Estudio 1 que nos dio a los españoles de la época una cultura teatral impagable.

Entre esa ingente cantidad de títulos audiovisuales inspirados en mayor o menor medida en la obra de James, hay un buen puñado de títulos que, ciertamente, merecen la pena ser destacados, traídos al primer plano y ser objeto de comentario; en ellos encontraremos generalmente obras personales que, sin dejar de estar basados en los originales jamesianos, tienen su propia singularidad, obedecen a la tarea (re)creadora de los directores que las llevaron a la pantalla, grande o pequeña.

Espigando esos títulos especiales en la obra jamesiana llevada al audiovisual, lo cierto es que nos encontramos con un nutrido número de películas, sobre todo, y alguna miniserie, que nos parecen relevantes de comentar. Realizaremos esa revisión de títulos con un criterio cronológico, de tal manera que en esta primera entrega nos detendremos en lo más granado que dio la obra de James en el audiovisual entre los años 1949 y 1974. El resto de audiovisuales posteriores tendrán un tratamiento similar en otros tantos capítulos subsiguientes.

Por orden cronológico, como decimos, empezaremos por un film que, sin ser el primero que adaptó a James, sí que fue realmente la primera versión exitosa de una de sus obras: hablamos de La heredera (1947), dirigida por William Wyler sobre un guion inspirado en la novela jamesiana Washington Square (ya hemos visto que este texto ha sido profusamente adaptado por cine y televisión de todo tiempo y país), la primera gran película sobre una obra del escritor anglo-norteamericano, la historia de una mujer ya madura (excelente Olivia de Havilland), cortejada por un arribista (un no menos inspirado Montgomery Clift) que procura su fortuna, galanteándola con lisonjas de conquistador, un hombre que, sin embargo, inesperadamente, contra toda esperanza, llegará a enamorarse realmente de la solterona, justo cuando ella descubre el pastel y lo abandona en una memorable última escena: la mujer, amargada pero digna, subiendo solemnemente las escaleras (metáfora de su clase superior, cuyo acceso niega con ello al advenedizo), mientras su amado, el que la quería engatusar hasta que se dio cuenta de que realmente la amaba, la llama desesperadamente desde abajo, tras la puerta que le impide entrar en esa alta clase social, pero también en la vida y en el amor de la tan justamente resentida. Wyler en estado químicamente puro, el mejor Wyler que hizo durante los años treinta y cuarenta los mejores melodramas del Hollywood clásico (Jezabel, Cumbres borrascosas, La carta, La loba), y que completaría con esta La heredera un auténtico repóquer de ases en el género.

Tras esa estupenda adaptación jamesiana, la siguiente que vamos a comentar no le va a la zaga en absoluto: su título en España, groseramente, fue Suspense (1961), perdiendo con ello el sentido del original, The innocents, “Los inocentes”, y era una cercana a la vez que libre adaptación de Otra vuelta de tuerca, que ya hemos visto ha sido la más versionada de las novelas de Henry James; a esa proliferación seguro que no fue ajena precisamente esta espléndida versión; de hecho, obsérvese el curioso dato: “antes” del rodaje y estreno de esta Suspense, las versiones de Otra vuelta de tuerca al cine y la televisión habían sido siete; “después” del rodaje del film que comentamos, se han hecho nada menos que 33 versiones...

A los mandos de esta Suspense, o mejor, de esta The innocents, estuvo el director y productor británico Jack Clayton, en la que seguramente fue su mejor película; y eso que tuvo también otras buenas, como Un lugar en la cumbre y A las nueve, cada noche. Su versión del texto jamesiano no era directa, puesto que se basaba en una obra teatral de William Archibald, titulada Los inocentes, a su vez inspirada en el texto jamesiano, aunque mantenía prácticamente toda la trama y los personajes. Clayton, descontento del guion escrito por el propio Archibald, contrató a Truman Capote para su reescritura, y el resultado fue esta ambigua, sugestiva, sutil versión de la novela de Henry James por antonomasia, un cuento de horror gótico preñado de presencias preternaturales, de seres ectoplásmicos que están, pero no están, o que quizá solo estén en la mente de la angustiada institutriz que intenta velar por la salud (física, mental) de los niños a su cuidado, “los inocentes” del título. Formidable ejercicio de cine de misterio, o de cine sin adjetivos ni géneros, The innocents fue tomada, con razón, como el canon de la historia jamesiana, y con el tiempo todos los que la llevaron de nuevo a la pantalla intentaron que el resultado tuviera, al menos, algún parecido con esta escalofriante, inteligentísima adaptación, en la que Clayton, y Capote, bordaron esta finísima filigrana en la que el terror atmosférico, la sospechada depravación y la generosa entrega al cuidado de los más débiles se daban la mano en una película prodigiosa, tantas veces imitada, nunca igualada.

Como para corroborar lo que decimos, el siguiente título que vamos a espigar de las adaptaciones de James es, precisamente, otra película inspirada en Otra vuelta de tuerca. Su título en España fue Los últimos juegos prohibidos (1971), de nuevo bastante lejos del original, The nightcomers, que podría ser algo así como “Los visitantes nocturnos”. La película, una producción británica, fue encargada al director Michael Winner, un cineasta vulgar, lo que los críticos solemos llamar un pegaplanos, y de cuyo nivel da cuenta el hecho de que poco después se convirtió en el director “de cámara” de los subproductos a los que se dedicó Charles Bronson en la última parte de su carrera, tipo El justiciero de la ciudad, meros productos industriales de encefalograma plano. Pues este director cortito con sifón sería el encargado de rodar esta precuela de la historia jamesiana, imaginando con su guionista Michael Hastings (tampoco un profesional especialmente brillante...) los hechos sucedidos “antes” de que la institutriz protagonista de la novela (y de la película The innocents) llegara para hacerse cargo de los niños, tras la muerte de los dos criados. Pero donde en la peli de Clayton había sutileza, ambigüedad, posibilidad de múltiples lecturas, a cual más jugosa, en la de Winner había elementalidad, banal explicitud, una historia superficial que quería ser morbosa pero se quedaba en la mera provocación. Ni siquiera el hecho de que el criado que en The innocents ya estará muerto fuera Marlon Brando mejoraría un film que fue justamente vilipendiado por la crítica.

Casi a mediados de los años setenta Peter Bogdanovich era el nuevo niño bonito de Hollywood; con un pasado de exquisito intelectual (crítica de cine en Film Culture y Esquire), sus primeras películas gustaron a todo el mundo: The last picture show, ¿Qué me pasa, doctor? y Luna de papel supusieron una reformulación de los géneros clásicos, modernizándolos y confiriéndoles una actualidad que fue objeto de aclamación por público y crítica. Sin embargo, a partir de su adaptación de la novela de Henry James Daisy Miller, que en España llevó el título más bien amorfo de Una señorita rebelde (1974), a Bogdanovich parece que lo había mirado un tuerto: la película no le gustó a nadie, y su posterior musical (precioso, por cierto) At long last love, fue objeto de rechifla generalizada. Además, su posterior implicación en una oscura y sórdida tragedia (el marido de su amante, Dorothy Stratten, la asesinó; esa tremenda historia la llevó a la pantalla Bob Fosse en su Star 80), pareció terminar de hundirlo personal y profesionalmente. Pero lo que nos importa en este texto, su adaptación de Daisy Miller, con la cara de Cybill Shepherd (su pareja de entonces), fue un rotundo fracaso quizá porque Bogdanovich no terminó de encontrar el punto a esta historia romántica de James, una historia que se empeñó en llevar a la gran pantalla por recomendación de Orson Welles, aunque todos vieron que difícilmente la película tendría un recorrido comercial mínimamente decente. No solo fue un fracaso comercial, sino también crítico; en especial se destacó la inadecuación de Shepherd para el papel protagonista, la inconsistencia del guion, y el tono incierto y desnortado de la producción; si somos sinceros, cuando la vimos, hace medio siglo, tampoco nos gustó... Pero, con todo, esta versión de Daisy Miller pasa por ser la más famosa, la más conocida de las adaptaciones de esta por lo demás tan célebre novela de James.

Ilustración: Una imagen de Suspense (The innocents, 1961), de Jack Clayton, sobre la novela Otra vuelta de tuerca, de Henry James.

Próximo capítulo: La rabiosa actualidad de la obra de Henry James en el audiovisual. Espigando títulos de interés (1978-1991) (III)