CRITICALIA CLÁSICOS
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Decía el siempre apasionado François Truffaut que para él este film, The innocents, era la mejor película que se había rodado en Reino Unido desde que en 1940 Alfred Hitchcock emigró a Hollywood para rodar Rebeca, quizás otra historia de terror, aunque transversal. Y digo The Innocents obviando el horrible título que se dio en España, casi tan malo como el Posesión Satánica de Sudamérica. Pero vayamos antes a los orígenes, a la base literaria que sustenta a la cinta.
Justo en los últimos años del siglo XIX, en 1898, el escritor estadounidense y británico (en su doble nacionalidad) Henry James, publicaba una no muy extensa novela de terror sicológico, gótico, titulada The Turn of the Screw (traducida entre nosotros como Otra vuelta de tuerca, o cambiando por un artículo, con "una" o "la", según las ediciones). Para entonces ya era famoso por obras como Washington Square o Las bostonianas y después publicaría otras como Los embajadores o La copa dorada. Sin embargo, en su momento esta novela gótica fue un fracaso, quizás porque el público estaba acostumbrado al costumbrismo detallista del escritor, más que al género de terror. Luego, con los años, como pasa tantas veces, el libro acabó convirtiéndose en una obra de culto.
Y volviendo al cine, a finales de los cincuenta y sobre todo en la década de los sesenta, las cinematografías europeas (un tanto acomplejadas por Hollywood) tuvieron una serie de movimientos renovadores, en Francia (con la fundamental Nouvelle Vague), en Italia, en España, en Alemania... y también en Reino Unido, con el llamado Free Cinema que promovieron los Angry Young Men -los jóvenes airados-, con teóricos y directores como Lindsay Anderson, Karel Reisz, Tony Richardson o el dramaturgo John Osborne. Y en esa estela se enmarca Jack Clayton (1921-1995), que tras sus comienzos teatrales y algunos cortos, debuta en el 59 con Un lugar en la cumbre, una sórdida historia de arribismo y romance, con Simone Signoret y Laurence Harvey. A ella le sigue The Innocents, entrando en el género de terror (pero muy diferente al que en esos mismos años popularizó la Hammer Film, con cintas mucho más coloristas), y con un guion en el que participa Truman Capote.
En una gran mansión victoriana, dos niños huérfanos son confiados por su tío a una nueva institutriz para que reemplace a la anterior, tras un turbio asunto con el capataz y jardinero de la extensa hacienda, y que habían quedado traumatizados como testigos de ese episodio amoroso, lascivo y de trágico final. Ahora, narrado con un blanco y negro muy contrastado y en cinemascope, vemos que la nueva encargada de normalizar las vidas de los pequeños peca de todo lo contrario, con una pudibundez y actitud represiva que le lleva a aterrorizar a los niños para que vean (entrando en lo paranormal) los espíritus e imágenes de aquellos desaparecidos, llevándolos a una histeria y tensión que acaba por desquiciarlos. Solo la bondadosa ama de llaves servirá de consuelo, pero nada puede hacer ante la jerarquía de la enfermiza institutriz.
Con una cancioncilla de fondo (que ya oímos en los excelentes créditos), repetitiva y alucinante, Clayton moderniza el género con un terror diferente, sicológico y ambiental, usando el sombrío escenario de la mansión (con empinadas escaleras) o los jardines intrincados. A medida que la institutriz Giddens se va hundiendo en su locura la presión sobre los pobres niños, Flora y Miles, va en aumento, hasta que le dicen que sí, que ven los espectros. La última vuelta de tuerca es enviar a Londres a Flora con el ama de llaves, y quedar así ella sola con el niño, al que considera causante de la maldad reinante, y desencadenando un final de angustia y de trágicos resultados.
Para lograr este excelente film, aparte de su origen literario, se unen aquí muchos otros elementos, desde el guion de William Archibald y Truman Capote, la fotografía de Freddie Francis (luego realizador), la música de Georges Auric y -por supuesto- la extraordinaria interpretación de Deborah Kerr (ya más que consagrada en Hollywood), que vuelve a su país natal para este difícil papel. Junto a ella Michael Redgrave, como el tío y tutor, y los niños, con los estupendos trabajos de Martin Stephens y Pamela Franklin. Y de nada sirvió que diez años después se rodara una precuela de su argumento (narrando el antecedente mortal de la primera pareja), Los últimos juegos prohibidos, con rutinaria dirección de Michael Winner y un exagerado trabajo de Marlon Brando, pasado de rosca... o de tuerca.
Truffaut, Spielberg, Joe Dante, Alejandro Amenábar o Guillermo del Toro se han declarado admiradores del mejor film de Jack Clayton, que luego volvió a tocar el tema infantil y macabro en 1967, con la interesante A las nueve, cada noche. Y posteriormente pasó también por Hollywood, donde rodó -por ejemplo- la versión de El gran Gatsby (1974) que interpretaron Robert Redford y Mia Farrow. Pero, por supuesto, sus niños, su mansión y su alucinada institutriz de The innocents siempre ganaron la partida...
(28-01-2024)
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