C R I T I C A L I A C L Á S I C O S
Disponible en Filmin.
En los ciento treinta minutos que dura este film, nunca, en ningún momento, ni verbalmente, ni por escrito, ni por algún otro tipo de alusión, llegamos a conocer el nombre del personaje que interpreta Joan Fontaine, protagonista de esta cinta. Eso ha llevado a generaciones de espectadores a pensar erróneamente que su nombre era Rebeca, como en el título, hasta que al ver la película se dan cuenta de que no es así.
"Anoche soñé que volvía a Manderley" es la famosa frase en off que abre la trama, mientras vemos un tenebroso travelling que recorre un sombrío bosque, envuelto en niebla y en música premonitoria del drama que nos aguarda, y hasta llegar a un caserón semidestruido, en un comienzo que recuerda al de Ciudadano Kane, cambiando Xanadú de Welles por este Manderley de Hitchcock. A partir de este arranque retrospectivo se inicia un flashback, un salto atrás que va a constituir prácticamente todo el film, la historia de esta mujer sin nombre, tímida, callada, que todos nombran como la (segunda) esposa de Maximillian de Winter. A este aristócrata inglés lo veremos enseguida, ahora en Montecarlo, donde intenta en vano olvidar a su primera mujer, ésta sí de nombre Rebeca, y allí conoce a una joven señorita de compañía de una insoportable señora. En un rápido noviazgo, casi sin pedirle opinión, Maxim y la joven rubia se casan, y parten para Inglaterra, a la gran mansión rural de Manderley, la propiedad de Lord Winter.
Para contar esta historia hay que conocer también a David O. Selznick, un icono del cine clásico, un promotor de raza, un buscador de talentos, que al mismo tiempo de levantaba su monumental Lo que el viento se llevó en 1939, tenía ya sus redes lanzadas en torno a un orondo inglés llamado Alfred (con un brillante historial de éxitos a sus espaldas), al que ató en un contrato por 50.000 dólares para que le filmase un par de cintas, las que él quisiese, pero ya en Hollywood. Así aterrizó Hitchcock en tierras estadounidenses junto a su esposa Alma Reville y su hija Patricia, dudando entre rodar un proyecto de Selznick (un film sobre el Titanic) u otra historia más personal. Y eso nos lleva (de oca en oca) a otro pilar importante para el proyecto y realidad del film Rebeca.
Y ese otro pilar es Daphne du Maurier, una niña bien londinense nacida en 1907 y fallecida en 1989, que siempre fue muy bien tratada por el cine. Entre Londres y su mansión en Cornualles ideó gran cantidad de relatos y novelas, que el cine acogió en muchas ocasiones. Así ocurrió con Posada Jamaica, El pirata y la dama, Hungry Hill (no estrenada en España), Mi prima Raquel, Los Pájaros, Amenaza en la sombra (de Nicholas Roeg), y sobre todo con ésta que comentamos. Du Maurier refleja siempre un universo preñado de temores y peligros, que de alguna manera la anticiparía al imaginario de otra gran novelista como Patricia Highsmith.
Volviendo a la historia, en Manderley los recién casados se topan con la animadversión de la señora Danvers (excelente Judith Anderson), especialmente feroz con la tímida esposa, que se ve aplastada bajo el recuerdo de su antecesora Rebeca. Entre sus torpezas y el desdén de todos, la mujer sin nombre sólo encuentra el apoyo y cariño de Maxim, oscurecido por un sombrío episodio que lleva al film al terreno de la intriga, tan grato al universo hitchcockiano y a un misterio por descubrir. A medida que la narración avanza se va haciendo más lúgubre, más gótica, en un mundo de recelos y miradas, donde el ama de llaves de la mansión juega un papel fundamental, idolatrando el recuerdo de su anterior señora, Rebeca, y ensañándose con la nueva señora de Winter, que ella desprecia.
Hay muchas fuentes fiables que hablan de que el rodaje de esta película fue tenso y complicado. Hitchcock estaba incómodo por las interferencias del productor, Laurence Olivier molesto por no tener a su esposa Vivien Leigh como partenaire, el propio Selznick porque Hitch hacía poco caso de sus consignas... incluso el compositor -el gran Franz Waxman- contaba que cuando acudía al rodaje siempre veía caras largas... salvo George Sanders, que iba por libre. Por no hablar de la pobre Joan Fontaine, que parecía vivir en su realidad la figura de la protagonista: Olivier la ninguneaba, Selznick le daba demasiados consejos y se cuenta que en una escena en la que no era capaz de llorar, angustiada, le pidió al director que la abofeteara... cosa que el sádico Hitchcock hizo con mucho gusto.
El final es espectacular y macabro, y a la vez feliz, cerrando un film que sirvió de brillante carta de presentación en la cinematografía estadounidense para su realizador, que estaría allí en la casi totalidad de sus cuatro décadas siguientes, y en las que fraguó una carrera que lo llevaría a lo más alto en la historia del cine. Y ya terminamos con un dato curioso: la Real Academia de la Lengua, La RAE, define así el término rebeca: "del nombre propio Rebeca, título de un filme de A. Hitchcock, basado en una novela de D. du Maurier, cuya actriz principal usaba prendas de este tipo". Y sólo después de señalar este -al parecer- importante dato, pasa a describir con muchos detalles cómo es la "chaqueta femenina de punto..." en cuestión...
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