Se puede reputar, sin mucho margen de error, que el decenio 1955-1965 fue el mejor período en la obra de Alfred Hitchcock. En ese plazo dirigió varias obras maestras: El hombre que sabía demasiado (versión de 1956), Vértigo. De entre los muertos (1958), Con la muerte en los talones (1959), Psicosis (1960) y esta formidable Los pájaros (1963), además de la mítica serie televisiva Alfred Hitchcock presenta. No es que en otros períodos de su carrera no hiciera grandes películas: recuérdense, sin ir más lejos, Rebeca (1940), Encadenados (1946), Extraños en un tren (1951) y La ventana indiscreta (1954), pero no se hicieron tantas en tan poco tiempo; de hecho, a ese decenio 55-65 se le suele denominar la madurez de Hitchcock. Después de ese tiempo su cine ya no brillaría nunca más a semejante nivel.
San Francisco, primeros años sesenta. La más bien antipática hija de un rico local, Melanie, conoce por casualidad en una pajarería a Mitch, un hombre cuya familia vive en una pequeña localidad cercana, Bahía Bodega. La mujer queda encandilada por el hombre, y decide coquetear con él. Para ello, viaja hasta el pueblecito, donde Mitch ha marchado para pasar el fin de semana, con un par de pajaritos para la hermana impúber del hombre, Cathy. Pero una vez que ha dejado, subrepticiamente, la jaula de los animales en la casa familiar de Mitch, Melanie es sorpresivamente atacada por una gaviota, en lo que parece un extraño episodio aislado, pues, como es sabido, los pájaros no atacan a los seres humanos...
Los pájaros fue el tercer relato de Daphne du Maurier que Hitchcock llevó a la pantalla, tras Posada Jamaica (1939) y la mítica Rebeca (1940). Lo cierto es que el gran Hitch consiguió una obra de rara perfección. No solo por la progresiva y cada vez más inquietante amenaza de las aves, hecha con una notabilísima capacidad para aterrorizar, a pesar de que los efectos especiales de la época, lógicamente, eran artesanales y rudimentarios comparados con los del siglo XXI; también, y muy especialmente, por la historia de redención a la que asistiremos, en la que la mujer de vida hueca y vacía, la chica que se bañó (no se sabe si desnuda o no...) en la romana Fontana de Trevi, como Anita Ekberg en La dolce vita, el ser humano carente de auténtica empatía con sus congéneres, y para quien cualquier hombre que le gustara era una pieza a cobrar, tornará en la mujer generosa, entregada a los demás y finalmente juiciosa que se reconcilia con su humanidad, aunque para ello tenga que pasar por algunos de los momentos más duros y peligrosos de su vida, de cualquier vida.
El conflicto sordo entre Melanie y la madre de Mitch, que teme perder a su hijo varón, único apoyo moral que le queda tras la muerte del marido, está reflejado por Hitch apenas con miradas, con gestos, con rostros que se vuelven casi imperceptiblemente torvos ante la nueva amenaza.
Al margen de ello, el “crescendo” en el ataque de los animales tiene secuencias antológicas: la de la cafetería, en la que los lugareños debatirán sobre el tema, con la incredulidad lógica de la Humanidad que se cree libre de todo lo que no se pueda pesar, contar o medir, hasta que la tozudez de los hechos les haga darse cuenta de la amenazante realidad; la huida de los niños del colegio, tremenda escena que sobrecoge el ánimo del más pintado, realizado con un verismo y una meticulosidad como solo Hitch podía hacer; el ataque final a la casa familiar de Mitch, con su madre, Melanie y Cathy aterrorizados ante el ruido infernal exterior, ante esos picos que van atravesando poco a poco las defensas improvisadas en puertas y ventanas. Y ese final abierto, terrorífico, que lo deja todo a la imaginación del espectador...
Tippi Hedren debutaría con este film en el cine: pocos debuts más afortunados y con mejor pie. Después repetiría con Hitch en Marnie, la ladrona (1964), que ya no tuvo la misma altura. Rod Taylor, que no llegó a ser un mito de Hollywood, hizo con esta sin duda su mejor película. Jessica Tandy, gran dama de la interpretación norteamericana (aunque nacida en Inglaterra), está espléndida, como era habitual en ella. Como curiosidad, la hermana pequeña, aún una niña, del personaje de Mitch, Cathy, está interpretado por Veronica Cartwright, quien 16 años después sería uno de los siete tripulantes en la legendaria Alien (1979), de Ridley Scott.
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