Andrzej Wajda es historia viva de Polonia: lleva haciendo cine desde 1950, hace casi sesenta años, y aunque en delicado estado de salud, todavía en 2007, con 81 años, hizo esta Katyn, que entronca con toda razón en su filmografía, en la que abundan los temas históricos, casi siempre alrededor de la Polonia del siglo XX, desde La tierra de la gran promesa, seguramente su obra maestra, hasta El hombre de mármol o Korzack. Su nombre es sinónimo de cine polaco, aunque también es cierto que su proximidad al sindicato Solidarnosc (Solidaridad, para los que no nos manejamos en polaco…) y posteriores gobiernos comandados directa o indirectamente por Lech Walesa le ha hecho perder cierta perspectiva de independencia que es fundamental para el ejercicio de cualquier actividad creativa.
Katyn cuenta otra historia de irredentismo polaco: a raíz de la invasión de Polonia por parte de la Alemania nazi, la totalidad de la oficialidad del ejército polaco fue confinada por los soviéticos (entonces aliados de Hitler gracias al pacto “contra-natura” Molotov-Ribentropp) en un campo de concentración en la antigua URSS, para ser masacrados casi en su totalidad en 1940, aunque las nuevas autoridades comunistas polacas a partir de 1946, con la caída del país en la órbita rusa, impuso la versión oficial de que fue la Wehrmacht, el ejército nazi, el que asesinó a toda la élite militar del país.
Se nos cuenta esa historia, concretándola en varios ejemplos, con mujeres que esperan la vuelta de sus maridos, contra toda esperanza, y cómo reaccionaron cuando ya fue evidente la verdad, y, sobre todo, quienes los mataron, aunque durante décadas los soviéticos mantuvieron la versión oficial.
La película de Wajda, sin embargo, adolece de cierto acartonamiento, habitual en el cine de época, pero que hay que tener mucho cuidado en sortear, so pena de que resulte más un trabajo de reconstrucción de época que de auténtico cine. Es cierto que hay escenas percutantes, como la inicua masacre de los oficiales polacos, enteramente como si fuera un matadero de reses, en lo que viene a confirmar la maldad intrínseca de regímenes que, como el nazismo o el comunismo, conciben la muerte del enemigo más en términos de logística, de cadena en serie, que en términos de guerra. Aquellos oficiales (estamos hablando de 18.000, no de uno o dos) murieron por el simple hecho de llevar galones de un ejército que se pretendía descabezar, para después sojuzgar al país, como realmente ocurrió.
Se nota que la película está hecha con alma, corazón y vida (como dice la canción) por Wajda, porque el tema es evidente que le afecta muy directamente, por ser polaco y por ser su padre uno de los muertos en esa felonía. Quizá ese sentimiento tan próximo le haya impedido tomar cierta distancia y hacer una obra más redonda. Con todo, queda el testimonio de una más de las abominaciones ejecutadas por un régimen despótico cuya ideología, sin embargo, sigue suscitando una extraña fascinación entre algunos (espero que cada vez menos) intelectuales.
(16-11-2008)
122'