Imanol Uribe no es precisamente el colmo de la sutileza. Lo decíamos a raíz de su El viaje de Carol y hay que repetirlo ahora, a la vista de esta adaptación de la novela de Arturo Pérez-Reverte. Vaya por delante que La carta esférica no es una mala película, aunque quizá no es la buena película que podría haberse extraído de la interesante obra del académico cartagenero. El libro es potente: describe personajes de alguna forma arquetípicos, pero con peso específico. La traslación al celuloide por parte del cineasta vasco no está a esa misma altura.
La historia es atractiva: marino en paro conoce a hembra devastadora (en la mejor tradición de las vampiresas del cine, pero actualizada) que le engancha para una empresa quizá imposible, con varios moscardones, a cual más peligroso, al acecho, aunque el principal peligro de la pareja esté tan cerca: dentro, concretamente. Pero la mantis religiosa que debería ser el personaje femenino de Tánger dista mucho de ser la mujer pérfida, embaucadora, traicionera, calculadora, que Pérez-Reverte imaginó. En ello tiene que ver, por supuesto, la propia Aitana Sánchez-Gijón, a la que los papeles de villana no le van mayormente, pero también es culpa del propio Uribe, que nunca fue un dechado de perfección a la hora de dirigir actores. A Carmelo Gómez le pasa tres cuartos de lo mismo: su Coy no tiene la entidad, el bagaje, el poso de su “alter ego” literario. Enrico Lo Verso es un Palermo poco convincente: no se le ve nunca la mala saña de matar ni una mosca, no es el aventurero curtido en mil batallas y con más mala uva que la Madrastra de Blancanieves que describe el libro.
Así las cosas, La carta esférica, en su adaptación cinematográfica, resulta ser un producto aseado, contado con profesionalidad aunque sin chispa alguna de personalidad, confirmando que el día que hablaron de creatividad en el colegio, Uribe debió faltar, tal vez con paperas… No quiere ésta ser una crítica demoledora, porque hay productos que lo merecen mucho más: hay aquí un correcto diseño de producción, una historia que no aburre nunca (es imposible en las historias de Pérez-Reverte, donde pasan muchas cosas, y casi siempre estimulantes, o al menos llamativas), una pareja mona (aunque Gómez está empezando a ponerse fondón, y a la pobre Aitana el director vasco la hace fornicar como si en vez de hacer el amor se estuviera pegando con su amante, resultando ridículo en vez de erótico), hermosos paisajes costeros y submarinos, la búsqueda de un tesoro escondido, malos (algo de pacotilla), buenos (algo carajotes) y mediopensionistas (ella, infierno y paraíso en un solo cuerpo).
Sin embargo, el hecho de que la sugestiva historia del “Dei Gloria”, el bergantín del siglo XVIII que cobija el tesoro tan preciado, quede difuminado y apenas cuente, no corre precisamente a favor del resultado del filme. Por cierto que la peripecia de aquel barco jesuita que intentaba evitar la expulsión de la Compañía, a manos de Carlos III, bien merecería una película para ella sola. Eso sí, a ser posible, que no la dirija Imanol Uribe…
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