Disponible en Netflix.
Patrick Imbert (Trèbes, 1977) es un cineasta francés que se licenció en la Ècole des Gobelins de París. Se desempeña como animador de películas desde 2008, siendo esta La cumbre de los dioses su segundo largometraje tras El malvado zorro feroz (2017), en la que compartió la dirección con Benjamin Renner, film de animación que, entre otros premios, consiguió un César del Cine Francés.
La cumbre de los dioses plantea un paisaje y un paisanaje ciertamente muy poco frecuentes dentro del “cartoon”: sus protagonistas son los escaladores de alta montaña, y su escenario fundamental, las vías para ascender al Everest. La historia que se nos cuenta se inicia en la década de los años noventa del pasado siglo en el Himalaya, donde Fukamachi, un fotoperiodista, es tentado por un hombre que le quiere vender la supuesta cámara perdida del escalador George Mallory, quien en 1924 ascendió al Everest, sin que nunca volviera, con lo que se desconoce si realmente fue él el primero en llegar a la cima, en vez de Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay, en 1953, que es lo que está documentado. Fukamachi rechaza la cámara, considerando que es un engaño, pero a la salida del local en el que se encuentra ve como otro hombre, un antiguo alpinista llamado Habu Jôji, del que hace años no se sabe nada, le arrebata el artefacto fotográfico al tipo, diciéndole que se lo ha robado, y desaparece. Fascinado por la figura de este Habu, que fue uno de los grandes escaladores años atrás hasta que, tras el fatal accidente de un chico del que se siente responsable, se quitó de la circulación, decide seguirle en la expedición que prepara el alpinista por la cara más inaccesible del Everest...
La película se basa en el manga Kamigami no itadaki, original de Jirô Taniguchi, a la vez inspirado en la novela japonesa de igual título, de la que es autor Baku Yumemakura. En puridad, su tema central es la obsesión del alpinista, la pregunta (seguramente sin respuesta) típica, no por ello menos real: ¿por qué? ¿por qué el escalador tiene que alcanzar una cima tras otra, qué hay en las montañas que mueve a (algunos) seres humanos a la temeraria aventura de conquistarlas? Esa obsesión, porque no de otra manera cabría calificarla, es la que se aprecia en la trama de este muy apreciable film de animación, la obsesión que veremos primero en aquel Mallory que, contra toda esperanza, intentó llegar a la cúspide del Everest en fecha tan temprana como 1924, cuando los medios técnicos para una ascensión de esa envergadura estaban en mantillas; pero también la del escalador Habu, en este caso un personaje ficticio, un hombre aplastado por la culpa de la trágica muerte de un joven, casi un niño, que estaba bajo su responsabilidad, en la ascensión a una montaña; pero es que esa misma obsesión la encontraremos, de nuevo sin motivo ni razón, por ello mismo tan imposible de resistir, en el fotoperiodista Fukamachi, fascinado por la figura de Habu y su complejo de culpa, determinado a unir su suerte a la de aquel desventurado que, evidentemente, buscaba en sus escaladas imposibles la redención de su conciencia, quizá deseoso de que, por fin, él también fuera a unirse al joven de cuya muerte se culpará toda la vida.
Formalmente el director, Patrick Imbert, consigue un producto ciertamente muy serio, grave en el buen sentido del término, que podríamos definir incluso como existencialista, en una apuesta ciertamente arriesgada, dado lo árido del tema y de las imágenes, que puede quizá resultar algo duro para los espectadores no interesados en el alpinismo
Con un dibujo muy antropomórfico, en un “cartoon” por supuesto dirigido a un público adulto, dada su temática alejada de infantilismos, tiene la película una excelente factura, con muy buena reproducción del movimiento humano, que resulta muy natural, obteniendo notables resultados de los hermosos paisajes nevados, de desolada belleza, muy bien reproducidos. El color predominante, claro está, será el blanco de la nieve, pero también el caqui de las vestimentas de los escaladores, en una película con una austeridad cromática que, ciertamente, subraya sin enfatizar el tono adulto y melancólico de un “anime” distinto. Como contrapunto, en los paisajes urbanos de Japón el director y su equipo, quizá para compensar, utiliza algunos detalladísimos fondos hiperrealistas.
Bonita música, con frecuencia de cuerda, original del compositor franco-tunecino Amine Bouhafa.
95'