Pelicula:

CINE EN SALAS

La inmigración desde países en guerra o económicamente deprimidos hacia otras zonas del planeta en paz y con mayores niveles de bienestar es uno de los grandes temas, si no “el gran tema” del siglo XXI. Hablamos, por supuesto, de la inmigración generalmente ilegal de parte de la población africana y asiática hacia Europa, o de Latinoamérica hacia Estados Unidos y Canadá. Ese fenómeno no se para ahí, sino que tiene una importantísima derivada en cuanto a la forma en la que está provocando, indirectamente, relevantes movimientos políticos, alentados por los demagogos de turno, que está produciendo un preocupante corrimiento hacia la ultraderecha en el voto ciudadano: en Italia, Alemania, Francia, Hungría, Holanda, también en la propia USA, entre otros países, la extrema derecha ha llegado al poder, o está a las puertas de hacerlo (Marine Le Pen, posible próxima presidenta gala... ¡Dios nos coja confesados!...), y ello ha sido consecuencia de la pésima gestión que sobre este tema han hecho los politicastros que nos asuelan desde hace demasiado tiempo.

El cine se ha hecho eco del fenómeno de la inmigración de muy diversas formas, desde la que podríamos llamar “itinerante” (el dificilísimo camino hacia Europa o los Estados Unidos), o ya en el destino, las duras condiciones vitales que habrán de arrostrar en esos supuestos paraísos, que para ellos, desde luego, nunca lo son. Ese es el caso de esta potente La historia de Souleymane, una de las más interesantes que sobre el tema de la inmigración hayamos visto en los últimos tiempos, una producción francesa dirigida por Boris Lojkine, quien,  a pesar de su nombre y apellido, no es paisano de Putin sino galo de pura cepa, nacido en el mismísimo París en 1969. Filósofo de formación (se nota...), se desempeñó profesionalmente como cineasta en sus comienzos como documentalista, en países muy distintos al suyo, como Vietnam, para después pasarse a la ficción, siempre de corte muy realista, en films como Hope (2014), sobre el viaje clandestino desde Camerún a Europa de una chica, y Camille (2019), singular biopic sobre una joven fotoperiodista francesa asesinada en la República Centroafricana.

En La historia de Souleymane nos situamos en París, en nuestros días. Conocemos al chico del título, Souleymane Sangare, un joven que ha conseguido llegar a Francia desde su Guinea Conakry natal, tras pasar un infierno atravesando el África negra hasta llegar al Magreb y allí pasarlas canutas en ese estado fallido en el que Occidente ha convertido a Libia, hasta conseguir saltar a Italia y después al país de Molière. Allí se gana la vida como “rider”, repartiendo comida; como no tiene papeles, ha alquilado el contrato de otro africano para poder hacerlo; su vida es ir pedaleando en bicicleta de un lugar a otro llevando sus paquetes, para después, de nuevo corriendo, ya de noche, volver al hogar social para cenar y dormir. Está a las puertas de una entrevista con el OFPRA, el departamento del estado francés para decidir sobre las peticiones de asilo; Souleymane, como otros muchos inmigrantes, opta por mentir sobre una supuesta persecución política para conseguir ese asilo, porque de otra forma no sería aceptado en el país y sería deportado; para ello ha contratado a otro paisano africano perito en estas cuestiones, pero el tiempo apremia y no tiene el dinero suficiente para pagarle...

Lojkine, parece evidente, se ha planteado este film (aparte de para que veamos desde dentro cómo es la vida de estas personas que vienen buscando el paraíso y se topan con el infierno) para dejar aplastado al espectador en su butaca: el director, como concepto, opta, y con qué buen criterio, por, desde el minuto uno, hacer que el público sienta como propia la sensación de ansiedad, de agobio, de estrés absoluto de este muchacho, cuya vida es pedalear incansablemente, saltándose semáforos, siendo en grave riesgo de atropello, siempre en pos de recoger la comida de los restaurantes para llevársela sin resuello a los clientes, siempre pendiente de no ser reconocido como alquilador ilegal del contrato, con algunos compradores que se comportan desconsideradamente con él, con una novia en su país de origen que empieza a mostrar serias dudas sobre su relación (o no-relación...), con una entrevista para conseguir los papeles de refugiado que cada vez se le pone más cuesta arriba, incapaz de asumir con naturalidad la serie de embustes que se ve obligado a contar... un día a día imposible, una no-vida tan distinta de la que imaginó en la costera Guinea Conakry, donde seguro que nunca pensó que, ya en Europa, tras un periplo por el continente negro absolutamente horrible (la entrevista con la funcionaria del OFPRA, ya en el tramo final, en la que cuenta su tremenda peripecia, es desoladora...), su vida, lejos de ser como la de los blanquitos que envidiaba en la tele, sería lo más parecido a un infierno (en el paraíso, además: ¡París, oh la la!).

Lojkine consigue plenamente su objetivo, aplastar al espectador contra la butaca, y además sin recurrir a trucos de filibusterismo cinematográfico: lo consigue exclusivamente a través de su historia, de un ritmo vertiginoso, de un montaje rápido, con frecuencia sincopado, que va generando en el público una sensación de desasosiego, de ansiedad, casi de asfixia, jugando muy bien la carta de la identificación con este pobre “rider” cuyo precario mundo se desmorona ante nuestros ojos: nosotros seremos, entonces, durante esa hora y media que dura la película, Souleymane, querremos no estrellarnos contra alguno de los coches del infernal tráfico parisiense, mientras pedaleamos como si no hubiera un mañana, siempre en pos del siguiente restaurante donde recoger, de la siguiente vivienda donde dejar el paquete, de no perder el último autobús que nos llevará al albergue social, de, con las claritas del día, llamar para poder tener esa noche un lecho donde poder reposar nuestros machacados huesos...

El director, entonces, ha dado plenamente en la diana: a partir de ahora, no veremos un “rider” pedaleando de la misma forma en la que lo veíamos antes, incluso aunque (como ocurre en España), esos portadores de comida o de cualquier otro bien transportable no sean negros, sino blancos: la precariedad, que no sabe de razas ni colores de piel, y que en nuestro país, con porcentajes de parados desorbitados, aún hace que ese durísimo trabajo sea atractivo para los aborígenes de esta tierra.

Filmada con un pulso eléctrico, sin apenas pausa, buscando acongojar (y a fuer nuestra que lo consigue...) al espectador, la película llega, y de qué manera al público, suponiendo un tremendo aldabonazo sobre nuestras conciencias de blanquitos que no conocemos el infierno cotidiano en el que se mueven los que vinieron buscando prosperar y terminaron solo un escalón por encima de los esclavos. Y, además, Lojkine renuncia a tramposerías, evitando hacer que su prota sea un perseguido político: no es el caso, y el hecho de que se vea obligado a mentir para conseguir el permiso de residencia que le permita trabajar legalmente es otro de los aciertos del film, que no busca el elogio del héroe huido por sus ideas, sino presentarnos a un hombre común, un hombre que solo quiere un futuro algo mejor que el que le espera en su deprimido país.

Y encima resulta que la historia está parcialmente inspirada en la del actor protagonista, Abou Sangare, que vivió un infierno bastante parecido al que aquí se describe, y que, en su primera aparición ante una cámara, resulta fresco, natural, desoladoramente creíble, quizá porque está contando, en buena medida, su propia vida.

El film comienza y acaba con el mismo plano: vemos inicialmente un primer plano de Souleymane, al finalizar su entrevista en el OFPRA, sin saber si su solicitud de asilo será aceptada o no. Ese plano comienza al principio del film sin sonido alguno, para ir creciendo este poco a poco, hasta llegar al estridente ruido típico de la ciudad; en el plano final, partimos de ese mismo sonido, que ahora se irá perdiendo poco a poco, hasta desaparecer: con ello, se cierra muy cinematográficamente el círculo, la historia que se nos ha contado, como un kilométrico paréntesis en el que nos ha sido dado atisbar, durante un rato, una vida de pesadilla. ¿Conseguirá Souleymane el permiso de residencia, o no? Corresponderá al espectador contestar a esa pregunta...

Gran trabajo, como queda dicho, del neófito Abou Sangare, pero también del resto de actores francoafricanos, casi todos también en su primera aparición ante una cámara, con una soltura y una frescura admirables. La única intérprete blanca, y profesional, que tiene un papel relevante es Nina Meurisse, excelente como la estricta funcionaria que, sin embargo, no podrá dejar de sentirse emocionada ante la (verdadera) historia de Souleymane.

La película ganó, y con tanto merecimiento, el Premio del Jurado en la prestigiosa sección Un certain regard del Festival de Cannes, además del premio al mejor actor para Abou Sangare; también consiguió cuatro premios César y dos Premios del Cine Europeo, entre otros muchos galardones. El film, además, hecho con un muy modesto presupuesto de 1,3 millones de euros, ha conseguido llevar a los cines franceses a más de 600.000 espectadores, algo insólito para una película de estas características.

(07-05-2025)


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93'

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La historia de Souleymane - by , May 07, 2025
4 / 5 stars
Aplastado contra la butaca