Qué fácil es para el crítico cargarse una película como esta “La jungla 4.0”: es no ya una secuela, sino la cuarta parte de una exitosa saga comercial pero de escaso calado en la clase cinéfila; el director sólo tiene en su haber, hasta ahora, el díptico (próximamente tríptico) de “Underworld”; protagoniza Bruce Willis, al que en los últimos años casi todos los críticos (incluido yo) le estamos dando una somanta de palos por su declinante carrera.
Pero, si hacemos un mínimo ejercicio de gimnasia mental, lo cierto es que esta cuarta entrega de una saga no deja de ser un buen producto comercial, adecuadamente dosificado en su constante “crescendo” de acción que busca la segregación masiva de adrenalina del espectador (y, probablemente, de testosterona…), pero con un héroe decrépito, prematuramente avejentado, que tiene que culminar sus hazañas a base de mucho dolor y sangre, en una suerte de instinto masoquista indisimulable, indisimulado, que hace que el detective protagonista viva su particular “via crucis” a lo largo de las mil y una catástrofes que le suceden.
Hay, además, algunos detalles cuando menos curiosos: por un lado, el hecho de encomendar el papel de director del FBI, un hombre de poder administrativo cuasi absoluto, a un actor de rasgos arábigos, aunque realmente sea neozelandés. Así las cosas, tenemos que el jefe de los federales tiene una pinta de moro bastante llamativa, lo que, tal y como están las cosas, no sé si considerarlo como un golpe de humor o, por qué no, una reivindicación antixenófoba que habría que aplaudir. El tema del llamado Caos Total (teoría que imagina un colapso absoluto de todos los sistemas informáticos sobre la Tierra) es también interesante, aunque no sea especialmente original, y menos aún en literatura (véase, sin ir más lejos, la penúltima novela de Stephen King, “Cell”).
Pero el tono general de esta “La jungla 4.0”, que anuncia el desastre (el “crack” informático) contra el que luchar en su propio título español, resulta aceptable, con un héroe que se va cayendo a pedazos conforme tiene que partirse la cara con los malos, una hija adolescente y con las hormonas revueltas que (no sin cierta razón) le odia, y un pipiolo que le servirá de ayudante con un rebozo de radicalismo sesentayochista más o menos puesto al día.
Len Wiseman, el director, confirma que está especialmente dotado para la acción hábilmente coreografiada, huyendo de las actuales tendencias al embarullamiento que están destrozando el género; probablemente esta podríamos llamarle virtud le viene de su pasado como director artístico, pero la verdad es que se agradece que nuestras pupilas no tengan que hacer horas extras para averiguar qué esta pasando en pantalla en las escenas de ultraviolencia que son la marca de la casa en este tipo de cine. La gradación de las escenas de acción mantienen cierta plausibilidad (siempre dentro de la habitual inverosimilitud del género), hasta que, con la desopilante secuencia de la persecución del protagonista por el caza, la credibilidad se va directamente al garete, por no decir otra palabra de igual número de letras y más contundente…
Habrá que citar también la evolución que el propio personaje de John McLane ha sufrido en estos casi veinte años desde que se estrenó la iniciática “La jungla de cristal” de John MacTiernan. Entonces era un treintañero con problemas sentimentales con su mujer (o ex mujer quizá ya: no me pidan memoria para tales detalles), pero aún un hombre que afronta la vida desde la “pole”, si me permiten el símil automovilístico tan de moda. Ahora, casi dos décadas después, aquel hombretón pujante, con una mata de pelo considerable y con ganas de comerse el mundo, es un cincuentón desvencijado, que se afeita la cabeza para disimular sus problemas de alopecia, al final del camino y ya con la jubilación como horizonte próximo. Aquel muchachote se ha convertido en un cínico, un escéptico curado de espanto, dos seres en un mismo cuerpo a los que, sin embargo, sólo les une su torturante sufrimiento para vencer al malo y su pésima relación con su ex mujer y su casi ex hija.
Hablando de malos: ¿en qué estaban pensando los encargados del casting cuando encargaron ese papel a Timothy Oliphant, un actor que más que miedo lo que dan son ganas de acunarlo? Hombre, por favor, el supervillano de esta cuarta entrega no puede ser un chico que parece salido de “El lago azul”… Bueno, nada, a ver si lo arreglamos para la quinta parte (que la habrá, a buen seguro: la taquilla no miente…).
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.