Tengo escrito (y no soy original) que si Ken Loach no existiera, habría que inventarlo. Porque el cine de Loach puede gustar más o menos, pero que haya alguien como él, que haga cine que llega con normalidad a las salas (y a los televisores, ordenadores, tabletas, móviles inteligentes, etcétera) de Europa y América, con sus temas comprometidos ya sea social o políticamente, es algo necesario e incluso diría que imprescindible. Después cada película tendrá mayor o menor interés, pero lo cierto es que él está ahí siempre, como un Pepito Grillo con pinta de Woody Allen británico, con su cine incómodo y que intenta meter el dedo en el ojo en una sociedad generalmente muy contenta de haberse conocido.
Claro que, como todo el mundo, Loach también evoluciona, y sin dejar sus temas recurrentes, siempre relacionados con los más desfavorecidos por la diosa Fortuna, en La parte de los ángeles se permite a sí mismo la nada despreciable posibilidad de que el protagonista, un joven sin papeleta alguna en la lotería de la vida, pueda escapar de su ruina vital y tener un porvenir decente. También es cierto que no es que sea la primera vez que Loach toca otros palos que no los estrictamente comprometidos, como ya hiciera utilizando la comedia en Buscando a Eric, aunque siempre con su tono social, con su cercanía a los desheredados de la opulenta Europa (ahora menos opulenta, es cierto…).
Un joven de los barrios bajos de Glasgow, en Escocia, tiene todos los problemas del mundo: hijo de un violento borracho, él mismo es un pendenciero, lo que le ha llevado a la cárcel por medio matar a un chico por un quítame allá esas pajas; es intermitentemente perseguido por otros matones que quieren vengarse de él, y por la familia de su novia, con la que ha tenido un bebé; carece de oficio ni beneficio, no ha trabajado nunca ni tiene opciones de hacerlo. Situado al final de la escala social, concibe, gracias a la afición por la cata de licores que le inculca el jefe de la cuadrilla de trabajo comunitario, la posibilidad de robar unos litros de una preciosa barrica de whisky (aquí escribir güisqui, a la manera española, sonaría a herejía) a cuya subasta asiste mediante una astuta añagaza.
La parte de los ángeles tiene un poético título que se refiere a la pequeña porción del whisky que se evapora de las barricas. Lo que ya no resulta tan poético es la forma en la que el protagonista consigue salir del arroyo. Viendo la filmografía de Loach, no deja de ser curioso que aquí se cambie, metafóricamente hablando, la toma del Palacio de Invierno por Thomas Crown, aquel ladrón de guante blanco que protagonizaba un muy ingenioso robo y que en cine se ha visto en dos películas, El caso de Thomas Crown, brillante intriga dirigida por Norman Jewison, con una pareja la mar de apañada, Steve McQueen y Faye Dunaway, y El secreto de Thomas Crown, de inferior calidad, dirigida por John McTiernan, pero con una pareja no menos notable, Pierce Brosnan y Rene Russo.
Si la posibilidad de escape de la ruina vital es dar un golpe perfecto, entonces me temo que el futuro de las clases pobres de la Europa y la América actuales depende literalmente del Gordo de la Lotería, lo que equivale a condenar ad aeternum al lumpen a la marginalidad. Se agradece que Loach termine en positivo una de sus películas, en contra de lo que suele ser habitual en su cine, porque siempre es bueno que quede la esperanza de una salida del marasmo. Pero si la posibilidad que se apunta es tan descabellada como ésta, ¿qué esperanza real queda?
Incoherencias sociales aparte, lo cierto es que La parte de los ángeles funciona bien, como es costumbre en el cine de Loach, aunque su estilo nunca haya sido exquisito. El cineasta británico no omite algo que ya es una de sus marcas de fábrica, la escena coral en la que varios personajes se expresan con lo que parecen diálogos improvisados (aunque con una idea previa del tema que se quiere poner de manifiesto), en una secuencia de extraordinaria fuerza emocional, cuando se produce el encuentro pactado entre el protagonista y el chico, y su familia, al que destrozó la vida golpeándole vesánicamente por una nimiedad.
Por cierto que el protagonista, Paul Brannigan, parece de alguna forma autointerpretarse: acaba de llegar al cine procedente de los mismos barrios en los que vive su personaje, y él mismo no dista mucho del rol que representa en pantalla, con un pasado igualmente como para salir corriendo. Ojalá que en su caso el cine represente (esta vez sí) una posibilidad de escape, sin excentricidades como la que atribuyen a su personaje en la película.
La parte de los ángeles -
by Enrique Colmena,
Nov 25, 2012
2 /
5 stars
Del Palacio de Invierno a Thomas Crown
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