Está visto que la Guerra Fría está enterrada y bien enterrada: si hace poco tiempo veíamos nada menos que al actor americano por excelencia, Harrison Ford, haciendo de capitán soviético en K-19. The widowmaker, ahora le toca a otro intérprete que encarna como él solo las virtudes (y supongo que algún que otro defecto...) del yanqui medio, Tom Hanks, haciendo de ciudadano de antigua república soviética, la inventada para la ocasión Krakosia, compelido a subsistir durante meses, por un cúmulo de malhadados azares, en la terminal internacional del aeropuerto JFK de Nueva York. El pobre infeliz queda atrapado en ese limitado espacio físico por mor del golpe de Estado producido en su país, justo cuando aterriza en suelo USA, por lo que su pasaporte deja de tener validez. A partir de ahí, el hombrecillo habrá de, sucesivamente, aprender inglés, ingeniárselas para las necesidades más perentorias y, conforme van pasando los meses, incluso llegará a tener una relación (platónica, es cierto) con una azafata más bien despistada en asuntos del corazón.
El tono recuerda, como me decía un querido compañero, al cine de Frank Capra, un Qué bello es vivir con el epígono de James Stewart actual, Hanks, aunque su temática sea distinta. Pero esa confianza en el Hombre, en tanto que ser humano, es la misma en Spielberg que en el difunto cineasta italoamericano. Hay un aliento humanista en esta La terminal que, es cierto, no casa demasiado bien con el tono descreído de la sociedad actual, donde nos zampamos en el telediario medio centenar de muertos sin arquear una ceja, donde el gusto por el trabajo bien hecho es una antigualla, o donde lo que se busca, fundamentalmente, es que otro cargue con el problema. Pero es precisamente en ese tono bienintencionado que recuerda lo que creímos alguna vez que pudo ser el ser humano donde este nuevo filme de Spielberg tiene sus mejores bazas. Tal vez, viene a decir, no todo esté perdido, y quizá en el fondo del hombre de hoy, huraño, egoísta, hostil, agresivo, aún anide una millonésima parte de bondad.
Excelente, como siempre, Hanks, aquí un más que convincente ciudadano ex soviético, un hombre bueno arrojado a una situación inesperada a la que habrá que enfrentarse a base de imaginación, pero sobre todo con respeto y compasión hacia los demás. Catherine Zeta-Jones, sin embargo, pone su palmito y poco más (sí, ya sé que es mucho...). Chapó por el villano de la historia, un Stanley Tucci que borda el papel del funcionario burocrático, alma de la estricta maquinaria administrativa yanqui, donde los sentimientos no tienen cabida entre los sellos de caucho y las pólizas de 25 céntimos.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.