A veces los astros se alinean para crear prodigios. Cuentan las crónicas que, en una visita que realizó Vincent Maraval, jefe de la productora francesa Wild Bunch, a Studio Ghibli, la mítica productora de animación japonesa, el boss de Ghibli, Hayao Miyazaki, a su vez director de algunas de las obras maestras de la productora, como El viaje de Chihiro (2001), El castillo ambulante (2004) y El viento se levanta (2013), le enseñó a Maraval el corto Father and daughter (2000), una pequeña maravilla en ocho minutos, y le propuso plantear al director de esa joya, el holandés Michaël Dudok de Wit, rodar juntos un largometraje. Maraval aceptó, convenció a Dudok de Wit de tal tarea, y todos se pusieron manos a la obra.
El resultado, ocho años después, es esta bellísima La tortuga roja, fruto de los talentos combinados del propio Dudok de Wit, de una corta pero hermosa filmografía en cortometrajes de animación, que incluye, además de la preciosa Father and daughter, otros pequeños prodigios como Le moine et le poisson (1994) y The aroma of tea (2006); como productoras principales figuran la mentada Wild Bunch, empresa francesa que tiene en su nómina de directores a gente del prestigio de Ken Loach, Carlos Saura, Leos Carax y Jean-Luc Godard, entre otras figuras; Studio Ghibli, el más famoso de los estudios de animación japoneses (y eso es mucho decir en un país que ha hecho del “cartoon” una de sus marcas de fábrica); y Why Not Productions, también francesa y especializada en buen cine independiente.
Por supuesto, la mera acumulación de talentos no necesariamente ha de dar como resultado algo extraordinario, pero en este caso sí ocurre así. El filme comienza con un náufrago que se debate en el mar; parece haber caído de algún barco, o quizá este se ha hundido. Contra viento y marea, consigue llegar hasta una isla desierta. Allí, inopinado robinsón, explora la isla, cubre sus necesidades primarias, pero pronto concibe la idea de construir una balsa de troncos e intentar llegar a tierra habitada. Pero sus propósitos se torcerán una y otra vez…
La tortuga roja sorprende por muchas cosas. Por la ausencia absoluta de palabra: no se dice una sola, en ningún idioma, ni tampoco aparece escrita en pantalla (salvo los créditos, se entiende). Es decir, es una historia que se nos cuenta con el único recurso de la imagen, pero no hay problema alguno en su comprensión. Queremos decir que su ascetismo llega más allá del cine mudo, donde al menos había intertítulos que ayudaban a entender la trama; aquí no los hay, ni falta que hacen; la historia se sigue con toda facilidad, a poco que el espectador se concierna mínimamente en su seguimiento. También sorprende por el trazo de su dibujo: aunque de carácter evidentemente antropomórfico, el dibujo dista mucho de los estándares a los que nos acostumbra el canon Disney: no se busca el realismo sino la poesía; de esta forma, los colores están decapados, resultan premeditadamente desvaídos, buscando un tono que a ratos parece impresionista; menudean los blancos y negros, sobre todo los grises, y los colores puros como el verde se tornan pálidos; el rojo se reserva exclusivamente para la tortuga del título. El propio dibujo, siendo naturalista, tiende a la estilización, a la idealización.
Si eso es en la forma, en el fondo pronto veremos que el desarrollo de la historia va encaminado a contarnos la vida del ser humano, en una metáfora de la existencia que comprenderá todo el ciclo vital: el descubrimiento del amor, o del sexo, el alumbramiento de una nueva vida, la educación, la formación, el crecimiento del vástago, el momento de abandonar el nido, la vejez, la muerte. Bellísima siempre, los últimos minutos alcanzan la categoría de inolvidable.
Cuando se habla de cine poético, debería ilustrarse con este filme, tan hermoso, tan melancólico, tan gozosamente humano. La música de Laurent Perez del Mar (de evidentes resonancias nominales hispanas, aunque sea nacido en Francia) es el contrapunto perfecto de esta pequeña maravilla que confirma que la esencia exquisita se vende en frasquito pequeño: ochenta minutos densos, intensos, en los que no sobra un segundo.
80'