Se ha dicho por activa y por pasiva que ésta es una historia de ladrones "de guante blanco". Y no les falta razón; pero no sólo lo es en la forma de robar del honrado gremio de los rateros: también es una película de guante blanco en sí misma, una película inmaculada que no se mancha ni se moja en nada. Y lo que es peor, resulta ser un producto de entretenimiento que, ¡ay!, no entretiene, a pesar del aparatoso castillo de fuegos artificiales (léase efectos especiales por un tubo) que la adornan.
El problema está, fundamentalmente, en la historia, escrita por dos ¿guionistas?, que parecen haber cobrado a tanto el giro argumental; los continuos vaivenes en la trama se suceden, pasando los policías a ladrones y éstos a policías, los buenos a malos y viceversa, lo blanco a negro, y cada vez a mayor velocidad; qué importa que la verosimilitud se haya quedado en los pliegues de los primeros cambiazos de sentido; qué importa que no te creas para nada a esta pareja supuestamente romántica, con un casi setentón (Connery) que, aunque lleve bien las arrugas, no está precisamente para muchos trotes, enamorándose de la que podría ser su nieta.
Variante efectista pero ramplona del tema del robo del siglo (en este caso más apropiadamente del milenio), no convence nunca y con frecuencia induce al bostezo. Ni siquiera se aprovecha algo tan cinematográfico como el "efecto 2000". Total, un desastre sin paliativos.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.